Álvaro Valverde

Álvaro Valverde

Carlos J. Rascón
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Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) ha publicado, entre otros, los libros de poesía Las aguas detenidas, Una oculta razón (Premio Loewe), A debida distancia, Plasencias, Ensayando círculos, Mecánica terrestre, Desde fuera, Más allá, Tánger y El cuarto del siroco (Premio Meléndez Valdés), los cinco últimos en la colección Nuevos Textos Sagrados de Tusquets.

Es autor de dos novelas (Las murallas del mundo y Alguien que no existe), un libro de artículos (El lector invisible) y otro de viajes (Lejos de aquí).

En 2012 apareció Un centro fugitivo, una antología, con selección y prólogo de Jordi Doce, que reúne poemas escritos entre 1985 y 2010 y en 2017, en la Editora Regional de Extremadura: Álvaro Valverde. Antología poética (1985-2015), con ilustraciones de Esteban Navarro.

Desde 2005, edita un blog en la dirección: http://mayora.blogspot.com.es/

Actualmente, es crítico de poesía de El Cultural y colabora con asiduidad en las revistas Turia, Clarín y Cuadernos Hispanoamericanos.

 

ÁRIDA VIDA

Álvaro Valverde. Fotografía de Salvador Retana.

arida vita

Leopardi

 

En medio del silencio,

que sólo rompe el agua

en su transcurso,

esta tarde de agosto,

en la que el campo invita

a un dulce sentimiento del otoño,

leo, como otras veces, a Leopardi

y su voz se hace mía, contra el eco

de lo que el mundo grita

y yo no oigo.

 

Aquí, de solitario a solitario.

A la espera inminente de la noche

que traerá con la luna

esa luz de los sueños

que ilumina las sombras

de mi árida vida.

 

 

NO HUMO

 

Como Vinyoli,

me he propuesto escribir

poemas concretos.

Versos que aludan a la herida del perro

que curo cada tarde con un espray violeta,

o a esos hombres sentados a la sombra del mundo

–con sombreros de paja y petos color mahón–

que miran de reojo cuanto pasa a su lado.

Yo también envejezco

y como él necesito

realidades, no humo.

 

 

EL CUARTO DEL SIROCO

 

Cuenta Leonardo Sciascia

que en las casas patricias

de la vieja Sicilia

había, desde el siglo XVIII,

un cuarto del siroco.

En él se refugiaban de ese viento

los días que soplaba con más fuerza.

Uno quisiera

que en las horas peores de la vida,

cuando todo se vuelve violento vendaval

y las cosas se ocultan tras un velo de polvo,

existiera una estancia semejante.

Un lugar recogido, a modo de refugio,

en el que cobijarse

del triste pensamiento de la muerte.

Aunque sea inevitable,

como el de Racalmuto revelara,

que, antes de que se le note en el aire,

el siroco se nos clave en las sienes;

que antes de que se anuncie

ya se le sienta, sin remedio,

en las rodillas.

 

 

TRISTEZA

 

He venido hasta aquí a nombrar la tristeza.

Porque es un sentimiento venerable.

Del hombre, por encima de cualquiera.

Ya lo dijo Szymborska:

“Es triste por naturaleza el ser humano”.

Se advierte entre las lágrimas del niño

que lamenta la ausencia de sus padres.

En la turbia mirada del que observa

emboscado en lo oscuro cada miedo.

En ese solitario que se asusta

de la noche y sus fieras pesadillas.

O en el adolescente que confuso

se enfrenta con pavor a sus delirios.

Es la misma tristeza

que siempre ha acompañado

a hombres y mujeres como sombra.

En muchas circunstancias.

A veces sin porqué.

Sin saber ni siquiera desde dónde.

La que se precipita cuando piensas

en lo que al fin y al cabo fue tu vida.

 

(De El cuarto del siroco, Tusquets, Barcelona, 2108)

 

 

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