Antonio Ramírez Almanza

Antonio Ramírez Almanza

Carlos J. Rascón
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Antonio Ramírez Almanza. Rociana (Huelva). España.1956. Comparte su obra de creación entre la lírica, la investigación histórica, la labor periodística y el activismo cultural. Traducido al árabe, portugués, griego y rumano. Está incluido en diferentes antologías andaluzas. Ha publicado los poemarios De la ira al susurro (1999); Marzo amante (2001); El triunfo del día (2002); Poemas de Marraquech(2003); Tras los espejos (2004); La puerta de los secretos (2014); La Rocina. Las últimas aguas libres de Doñana(2016); El martes y sus horas (2016); Los días lejos(Camino de Erg Chebbi)(2018); Poesía reunida(1975-2016) (2018); Selecçao de “Poesia reunida” (Poemas en portugués) (2018).

Entre sus ensayos literarios destaca, Presencia de los escritores españoles en Cuba (De Curros Enriquez a María Zambrano)(2005) y Para una presencia de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí en Cuba(2015).

Desde 1999 es Director de la Casa Museo del Nobel andaluz Zenobia- Juan Ramón Jiménez de Moguer.

 

 

Yo hablo para un cuerpo

Antonio Ramírez
Antonio Ramírez Almanza

y habito en sus rincones.
Profetizo sus voces
entre árboles secretos
y en un rescoldo de su hoguera
espero reavivando lumbres,
hilando restos de plumas y tiempo,
lejano para entregarle simiente y ecos.
Yo nombro la palabra, lo innombrable.
 
(Del poemario La puerta de los secretos 2014)
 
 

¿Te he dicho alguna vez mi nombre?
¿Dónde habito, los lugares que frecuento?
¿Que fui remero y esclavo, rey, habitante de la noche,
y dije palabras desconocidas en el círculo de los magos,
que grabé epitafios y mensajes en las columnas
Que superé inviernos intensos y estuve varado
[ en la superficie
de un mar visible y silencioso?

No, no creo haberte hablado de mis combates
en el curso del tiempo. Los rastros que dejaron en mí:
brazos seccionados, piernas rotas, cabezas cortadas
y siempre el corazón a borbotones forzado a la lucha.
Que me ataron a todos los árboles y viví todas
[ sus historias.
Incendios, regeneración de bosques, riberas inundadas.
Que atravesé llanuras y fijé las dunas de mi origen
cubriéndolas de camarinas y enebros,
osyris, monte blanco donde habita la víbora
y el mirto.
¿Te dije que vi morir al hombre bueno y triunfar
la ambición de seres injustos, los cuerpos arrebatados
por cantos de sirenas, el trabajo incansable del viento
y los días transcurrir con la lentitud de un universo
en formación?
No, no recuerdo que te hablara del sabor agua
y el olor único de las cañadas en flor buscando
el mar de la infancia. Aún no sabes de mis cansados dedos
tocando auroras y luces de amanecer
que nadie olvida si los penetra.
¿Sabes que muchas veces tomé caminos equivocados
y sendas peligrosas, y de todas salí incompresiblemente
alegre, viviendo el laberinto de sentir,
experimentar, avanzar en compañía de débiles, lunáticos,
agoreros, traidores, gentes sin palabra, ni voz, ni sombra?
No, no creerás que amé y desamé como un último fulgor.
Y desde aquel tiempo me convertí en salteador de caminos,
ladrón de suspiros, usurpador de verbos, secuestrador
de gestos, viajero de lo invisible,
y quise ser raptado para armonía de algún cielo.
¿Te he dicho alguna vez mi nombre?

 
 
(Del poemario La puerta de los secretos 2014)
 
 

Hay ruidos que no proceden de ninguna parte, que sólo se sienten en el interior de las cosas que te rodean. Están como incrustados en los objetos, sin hacerse sentir, sin que nadie los mueva, sin hacerse sombras.

Ruidos que llegan en la respiración y se colocan en la espalda produciendo la gravidez contenible de lo inconmensurable que nos anima. Están en los pies que resbalan por la alfombra y en esa caída del cuerpo en los sillones. Es la sensación de haberse introducido en un tumulto silencioso que sólo perciben los tactos que aún no han tocado nada, el quiebro de las manos al rozar lo no visto, las puertas abiertas por el soplo del aliento y la frotación inquebrantable de lo que perdura sin espacio entre ellos.

Así escucho los objetos tocados, aquellos donde nos protegimos, ese cajón abierto y las ropas que inundan cada mañana la piel, el chasquido de los muros, la luz amarillenta que día a día nos abraza.

 
 
(Del poemario Todo está en su sitio 2014)
 
 

La luz que entra de la buhardilla
se despliega por las paredes,
baja las escaleras,
me busca silenciosa en la cocina,
en las huellas frías del mármol,
bajo el torrente de la ducha.
Y me encuentra, talado de gestos,
quieto,
y se vuelve desalentada, oscura,
precipitando la noche.

 
 
(Del poemario El martes y sus horas 2016)

 
 
Tendré que decirle al silencio que se aleje,
que ocupe otras estancias y meta su largo
aguijón en los muros de las casas abandonadas.
Deambule en los páramos oscuros por donde
habitan las desmanteladas sombras de los muertos.
No se acerque a los aposentos del sobreviviente,
ni señale con sus huellas las cercanías de los renacidos,
no preanuncie con su letanía rumores de abandono,
ni forme círculos de tenebrosas luces, huya sin retorno
al lugar de los rechazados.
Tendré que decirle al silencio que me abandone.
  
(Del poemario Presencias 2016)
 
 
Cerca de mí habita un narrador de sombras.
Le habla al espacio vacío de las estancias y
como un recitador mudo bajado de las montañas
no despega nunca los labios a los presentes.
Es un ausente de la tribu, un recogedor de silencios.
Entra y sale sin palabras.
Sin palabras mueve su cuerpo, siempre alejándose
de las voces y sus ruidos.
 
(Del poemario Los días lejos 2018)

 

Image by Manfred Antranias Zimmer from Pixabay

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