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Preservados, encerrados, perdonados
José de María Romero Barea
Los versos del poema “Votos temporales”, como en un manuscrito medieval, muestran sus letras iluminadas. Sus destellos no anulan, sin embargo, la gélida oscuridad, la devastación resplandeciente de “todos los grandes pensamientos reducidos / a la nada. Mi sombra, / el contorno de tiza de aquella niña / que nunca llegó a saltar” [mi traducción, al igual que las restantes]. Tentada de articular disquisiciones en contracadencia, la composición “Mito urbano” honra contrapuntos para descarnar el idioma “provisional, extraoficial y milagroso que tapona cada nueva herida con algo de la dulzura recién impresa que supura pánicos del discurso”.
Explora la poeta británica Caroline Bird (1986) lo nombrado. En prosaicos tiempos pospandémicos, aporta líricas oportunidades de disfrutar de la felicidad ausente. En lugar de negar arrepentimientos, los compromete, los redime a través de “una nota cuasi cantada. Encapsulada / en el ámbar del además. / Solo deseamos aterrizar o / ser aterrizados” (“Aire”). Las resignificaciones son inevitables, concluye “Antro”, reconstruyen a “una mujer sin ventanas que rompe / los muros que la habitan, mientras corre / y avanza a través de pasillos que menguan”.
Se enfatizan las simetrías existenciales en el Premio Forward de poesía The Air Year (Un año en el aire; Carcanet Press, 2020), los desvaríos de una cronología que intenta, en vano, recuperar futuros. Blanden los artefactos sus meditaciones imperativas, (“No me someto a la cura / que el agua ejerce sobre el cuerpo que se hunde”, denuncia “Atentamente”). Asistidos por la subversión gramatical, la dramaturga inglesa orquesta celebraciones irreverentes, subyacentes a las conexiones, sin someterse a sus tiranías.
La preocupación compartida por los recursos del habla se transmuta en las realidades del mutismo, las asociaciones resuenan en el contexto multidisciplinar, cobran fuerza mientras abordan canciones acumulativas “sin palabras”, elevadas a la irresolución “desacomplejada, en vuelo, desnuda como la melodía / que entona es fantasma satisfecho de sí mismo que se desliza / del salón a la luminosa / existencia donde los negocios al fin prosperan”.
Entona las alabanzas del inframundo la nominada al Booker Prize 2019, desafía las cosmologías: Infierno, Purgatorio y Paraíso no son meros espacios mentales, sino presencias atormentadas por la desmemoria de la “Cordura”, entre enredados argumentos y emblemas impuros: “No hay tarimas cantantes. No hay rejillas de ventilación por las que se fuguen / inodoras instrucciones. Tu misión ha terminado / Tu humanidad ha cerrado a cal y canto su boca alternativa”.
Inextricablemente entrelazados a las estrofas de la cofundadora del colectivo Malika’s Poetry Kitchen, el poder y la gloria en la fisicalidad del roce prohibido, los vuelos de la fantasía en las palabras no pronunciadas, más allá de su vida útil, su ubicación frustrada, “un espectro en su propio domicilio, en silencio salvo por el zumbido / del frigorífico con la botella de vino, bajo la secreta / luz que nadie puede ver hasta abrir la puerta” (“Nevera”).
“Preparacionista” acumula actos de resistencia, “bengalas para / ensayar su propia evaporación, detenido en el camposanto / de su propia lucidez, en el pre-duelo que sazona tramas con lágrimas, tumbas / recientes que aún conservan sus flores frescas”. “La habitación del árbol” prueba sus propios límites para trascenderlos. No se limita a la experiencia privada, predice (y condena) las formas colectivas en las que durante este Año en el aire hemos sido “preservados, / encerrados, perdonados, reducidos / al murmullo colectivo de una estancia / donde nuestro único propósito era servir, / con infantil laboriosidad, a la breve hermosura / de un arbolito de plástico”.
Sevilla 2021
Preservados, encerrados, perdonados
