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Fernando Valverde (Granada, 1980) es una de las voces más internacionales de la poesía en español. Sus libros han sido publicados en diferentes países de Europa y América y traducidos a varios idiomas. Galardonado con importantes premios como el Emilio Alarcos del Principado de Asturias, el Federico García Lorca o el Antonio Machado, entre sus libros anteriores destacan Razones para huir de una ciudad con frío (Visor, 2004) y Los ojos del pelícano (Visor, 2010). Es doctor en Literatura y Licenciado en Filología Hispánica, Antropología Social y Cultural y Filología Románica. Trabaja como profesor universitario en Estados Unidos. Su último trabajo de fusión del flamenco y la poesía ha sido nominado a un Premio Grammy. Su último libro, La insistencia del daño (Visor, 2014) ha permanecido varios meses en el primer lugar de las listas de ventas españolas y ha recibido el Premio a Libro del año del Latinoamerican Writers Institute de la Universidad de Nueva York.
En palabras de la palestina Nathalie Handal, de la Universidad de Columbia, La insistencia del daño “es testigo del momento en el que el mundo comparte una herida, y lo hace con una sabiduría poco con un lenguaje cincelado capaz de crear lírica de las ruinas. La importante voz de Fernando Valverde está marcando desde hoy su lugar en la historia de la literatura española dejándonos versos grabados en la conciencia y un misterio que trasciende el dolor”.
CELIA
Nacida hoy.
No conoces la lluvia ni los árboles,
pero ya eres un bosque.
Hoy que comienza el mundo para ti,
que se pueblan tus ojos con el mar,
que todos te reciben como en una estación
donde se espera siempre,
que es principio y asombro,
mapas que no aseguran un lugar donde ir.
Hoy que el mundo comienza,
tristeza inadvertida,
eres el tiempo limpio,
el olor a madera y el silencio,
las preguntas sin sombras
y el amor sin orgullo del que ha perdido todo.
Es esa mi certeza,
las olas, el océano,
tu risa que es un pájaro.
Has traído el murmullo de un recuerdo,
los pies pequeños, como pequeño
es el rastro de nieve que has dejado
en las horas de enero.
Cómo será la vida cuando crezca en tus manos
con la fragilidad de las buenas noticias,
como un pez que se escurre para volver al río.
Una tarde cualquiera,
con la misma sorpresa que un amor,
vas a sentir la brisa que ha tocado los árboles
con su cansancio antiguo.
Hay veces que es rugosa y escuece como un fósforo
cuando enciende un recuerdo…
Tus manos brillan,
no hay sombras ni puñales,
puedo ver los cometas
arañando la noche
como un barco que zarpa y se adentra en la niebla.
La vida es una casa donde habita un extraño,
un jardín del pasado al que no volverás,
una orilla que buscas con miedo a los fantasmas.
Pero también la vida
es una luz detrás de una ventana
cuando la oscuridad
ocupa cada hueco y cada continente.
Esta noche es oscura,
el tren busca unos brazos
que están al otro lado de las horas.
Mientras, pienso en el modo de decirte
que los sueños son parte de nosotros
como un embarcadero es un viaje.
Porque ya eres un bosque,
y hay delfines, y lagos, y montañas,
y amores imposibles
que se llamarán Celia.
Alguien dice tu nombre en el futuro
y se llena de gente una casa vacía,
todos se sientan a la mesa.
Ya lo habrás olvidado,
fue la felicidad quien sembró este dolor,
fue la felicidad igual que una tormenta
sobre un vaso vacío.
Cuando lleguen el miedo y la desesperanza,
y todas las cerezas hayan caído al barro,
y las gaviotas griten
el olvido imposible de una mujer herida
que siente que avanzar es quedarse más sola…
Si todo esto sucede
recuerda la manera en que la lluvia
se convierte en un árbol
y el modo en que las olas
son el final del agua y el principio del mar.
No conoces el mar, ni el barro, ni los árboles,
pero ya eres un bosque por el que pasa un río.
EL DAÑO
Lo supimos después,
sin tiempo para nada.
Porque tal vez la vida nos dio todo al principio
y seguimos buscando
un camino que lleve a ese lugar,
un puñado de polvo
que guarde el equilibrio suficiente
para no convertirse
en aire o en montaña.
Porque tal vez la vida no nos perteneció
y se fue consumiendo
como todas las cosas que hemos creído nuestras
y son parte del daño
que dibuja las líneas de la historia
derribando ciudades con sus muros.
Y de haberlo sabido
habríamos juntado nuestras manos
o mirado a otra parte.
Y de haberlo sabido,
habríamos mordido nuestros labios
sangrando en el amor
para dejar visibles las heridas,
o habríamos rezado,
o renunciado a todo para quedarnos quietos
y no cruzar los días que agonizan.
Es todo tan inmenso que no cabe en el llanto
y el dolor nos observa desde fuera.
Lo supimos después,
no hay nostalgia más grande que aquella del futuro.