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Daniel García Florindo
(Córdoba, 1973) es editor de diversos proyectos educativos relacionados con la enseñanza de la lengua y literatura hispánica, tras unaetapa en la que ejerció la docencia de la misma materia en centros de enseñanza secundaria y universitaria en Sevilla y en Lisboa, ciudad esta última donde fue profesor del Instituto Cervantes, entre otras instituciones (LycéeFrançais Charles Lepierre, Universidade Nova, Instituto Español Giner de los Ríos o la Consejería de Educación de la embajada de España en Lisboa).
Desarrolló su investigación de postgrado estudiando la obra del poeta Juan Bernier, del que ha realizado la edición de su Poesía completa (Pre-Textos, 2011), así como el estudio-antología titulado La compasión pagana (Universidad de Córdoba, 2011).
Es autor de los poemarios Cuadernos de Lisboa (Ediciones En Huida, 2011) y Amanecer en Pensilvania (rapsodias yanquis) (Ediciones En Huida, 2014) –edición ilustrada, revisada y ampliada de su primer libro Amanecer en Pennsylvania (2001)–. Recientemente se ha publicado su último poemario Las nubes transitorias (Guadalturia, 2015).
TIEMPO Y CAÍDA
Cada nube que pasa transitoria
bien pudiera ser cada una de nuestras vidas
diluidas, fantasmales. ¿Para qué
si no toda esa lluvia contenida?
¿Para qué tantos sueños, tanta niebla,
esa forma de ser sin ser, leve, en el aire?
¿Para qué la tormenta que ocultamos?
Saber desarraigar los pies de tierra,
deshacerse en las ráfagas del viento…,
surcar un cielo infame, conmovido,
precipitarnos para siempre.
Eso es todo.
Quien escribe en el aire con el dedo
es dueño del vacío. Así busco,
buscamos esa esclusa, esa salida
que hay entre claro y claro, nube
y nube transformada…
y de improviso
hallamos esa luz que nos conmueve,
la linterna en lo oscuro, una intuición
que es también elegía irreprimible
que se agota en nosotros como lluvia,
lentas gotas de luz que nos traspasa
como quien se ha dejado algo encendido
en lo más elevado de este mundo
al salir de un poema…
y resplandece.
Ver cómo una ciudad tiembla a mis pies
se parece a tu cuerpo demasiado.
Así el río destella bajo el puente
y mis ojos esconden lo que ven,
inventan tu presente en otra parte,
derraman en el agua un solo pensamiento
como una arquitectura del vacío
que fluye entrecortada y ondulante.
Parque del Tamarguillo (Sevilla)
Me gusta este lugar
del parque suburbano
junto al aeropuerto.
Hay un único banco verde
que ofrece la visión
de un cielo proletario
y el trasiego de aviones. Me parece
un milagro su forma, su simpleza
de estatua en el montículo.
Todo aquel que se sienta
comparte su contorno de madera,
su orientación al margen.
Mi hija duerme. Quisiera que en su sueño
sintiera mi presencia entre las nubes
de inocente blancura en libertad,
y que al pasar los años entendiera
cuando yo ya no esté
en un mundo erizado de prisiones
la libertad de ser su propio sueño,
que en las horas aciagas comprendiera
–al mirar cierta nube–
mi risa evanescente,
el hondo crepitar de estas palabras
cuando ardan en su cielo protector.