Víctor Jiménez

Víctor Jiménez

Carlos J. Rascón

NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA

Víctor Jiménez (Sevilla, 1957) es autor de los siguientes libros de poesía: La Singladura (1984-85), publicado en la colección

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Victor Jimenez

“Brevior”, Sevilla, en 1994; Cuando venga la luz (Madrid, Ediciones Libertarias, 1994); Apenas si tu nombre (Madrid, Huerga y Fierro editores, 1997); Las cosas por su sombra (Madrid, Rialp [col. “Adonais”], 1999); Tango para engañar a la tristeza (Sevilla, Editorial Renacimiento, 2003); Taberna inglesa (Córdoba, Casa de Galicia/CajaSur, 2006); El tiempo entre los labios [Antología, 1984-2008] (Sevilla, Editorial Renacimiento [col. “Calle del Aire”], 2009); Al pie de la letra (Sevilla, Ediciones de La Isla de Siltolá [col. “Siltolá-Poesía”], 2011); y La mesa italiana (Sevilla, Editorial Renacimiento [col. “Calle del Aire”], 2015).

Figura en antologías como Poetas en Sevilla (Sevilla, col. “Alameda”, 2002), la Sexta Antología de Adonais (Madrid, Ediciones Rialp, 2004), Poesía viva de Andalucía (Jalisco [México], Universidad de Guadalajara, 2006), Homenaje a la Generación del 27 (Sevilla, Ateneo, 2009) y Poesía para niños de 4 a 120 años [Antología de autores contemporáneos] (Sevilla, Ediciones de la Isla de Siltolá [col. “Agua”], 2010). Ha recibido, entre otros, los premios de poesía Villa de Benasque, Florentino Pérez-Embid de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, Alcaraván, primer accésit del Premio Luis Cernuda del Ayuntamiento de Sevilla, Noctiluca, Rosalía de Castro, Fray Luis de León y José Gerardo Manrique de Lara de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles. También, ha sido finalista en cuatro ocasiones (ediciones correspondientes a libros publicados en 1999, 2003, 2006 y 2011) del Premio Andalucía de la Crítica. Actualmente, dirige, junto a Francisco Mena Cantero y Enrique Barrero Rodríguez, la colección poética Ángaro.

WEB OFICIAL DEL AUTOR: www.victorjimenezpoeta.es

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ÉXODO

                                   A Francisco Robles

Avanza la mañana y van llegando

por Campamento, la estación, el puente…

de no se sabe dónde, de otra vida

distinta, de otro mundo, de otro tiempo

de vecinos sentados a la puerta

en las noches más lentas del verano

bajo un cielo de estrellas y de sueños,

de un pasado de lágrimas y gozos

compartidos, de risas y de riadas.

Son aquellos a quienes la miseria

de ayer, el infortunio o la avaricia

de algunos y la indiferencia de otros

obligaron, un gris y amargo día,

a abandonar sus casas para siempre.

Son aquellos que un día se marcharon,

aquellos que dejaron tantas cosas,

sus hijos o los hijos de su sangre

los que ahora regresan, los que vuelven

cada Miércoles Santo con los suyos

para llenar de sombras y recuerdos

estas calles de un barrio que no existe;

los que ahora se besan y se abrazan

con el gesto agridulce y la sonrisa

de quien tiene en el pecho una tristeza.

Son aquellos que saben que perdieron

sus bienes, sus afectos, sus hogares

y se acercan en busca de Refugio.

Desvalidos, nostálgicos enfermos

que en busca de Salud también acuden

y comparten con Él la cruz que llevan

sobre su corazón desde hace tanto.

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EL FOTÓGRAFO DEL PÁNICO

                                   A José Cala Fontquernie

¿Nunca, jamás pensaste al verlo allí,

en la primera fila de algún salón de actos,

como una sombra esquiva de quién sabe,

si un día, cuando ocupen tus libros anaqueles

de polvo y de abandono,

no serás solamente un rostro gris,

un rostro más, anónimo, en su álbum;

si al fin, acaso todos,

mañana no seremos los rostros del silencio

en el archivo fotográfico

de quien hoy, desde abajo y solo

entre los asistentes,

igual que un cazador, siempre al acecho,

te dispara furtivo con su cámara?

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EN EL NOMBRE DEL PADRE

 

Diecinueve de marzo y desaliento.

Has vuelto solo al fin al piso en sombra,

el que, en verdad, no fue jamás el tuyo

(era tu hogar la casa junto al puente

del cálido arrabal donde naciste,

la que sus puertas abre, todavía,

de par en par al sol de tus recuerdos).

Has entrado lo mismo que un extraño,

lentamente, observando los objetos

que en soledad te miran a los ojos.

El piso está vacío. Sin latidos

que den calor a las habitaciones,

las dueñas de las llaves son las cosas:

los antiguos violines restaurados,

los pinceles y el viejo caballete,

los óleos y acuarelas y las armas

que decoran las pálidas paredes,

el busto de San Juan en simple barro,

la colección de sellos… y el reloj

que marca, ya parado, en la mesilla,

la pena en punto en que acabó su vida.

Y por él les preguntas en voz baja

esperando que te hablen, en silencio,

de todo cuanto saben, si lo han visto

de noche, en alma o sueño, en sus asuntos,

si tienen para darte algún recado…

Y esperas, impaciente, las respuestas

y una señal o un gesto que te diga

que está contigo ahora, aquí presente.

Porque no puede nadie ser buen hijo

si no siente el aliento de su padre.

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TIERRAS DE PENUMBRA

Se nos escapa el tiempo. Poco queda

del esplendor del día y su bonanza.

La noche es un ejército que avanza

levantando una oscura polvareda.

¿Quién puede con la noche? No hay quien pueda

con ella cuando llega, cuando lanza

sus sombras al ataque y nos alcanza

y todo lo convierte en humareda.

Se nos escapa el tiempo. Queda nada

del sueño aquel, de aquella edad dorada

cuando eran una vida los veranos.

Y, al fin, la oscuridad. No hay quien acierte

a descifrar las claves de la muerte.

Se nos escapa el tiempo entre las manos.

Fotografía: http://www.freepik.es

Por stockvault

con cesión de derechos de autor

 

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