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DIÁLOGO PARA UNA ESCENA GOYESCA
Por Antonio Abad
Cae un sol hiriente sobre el ruedo y la tarde se hace más larga y más intensa que nunca.
Pedro Romero, como lo recoge Goya en la lámina 30 de su célebre Tauromaquia,
gustaba de quedarse solo a la hora de matar, recibiendo al toro como a toro parado, es decir, a volapié.
En los tendidos se ha hecho el silencio. El toro se ha quedado quieto ante el maestro y por su lomo, como un río secular,
la sangre le chorrea de las puyas y las banderillas que ha recibido.
El Toro
Me gustaría sentir bajo mi aliento ese aliento del hombre que me mira. La danza hace mucho que empezó y noto su cansancio. Estoy solo ante él de nuevo en esta espera. Estoy solo como una noche furiosa, aquí, en este redondel de la memoria, en este círculo tan lleno de misterio.
Miro a mi alrededor y todo es multitud, mas multitud silente. Qué lejos la dehesa, los aires puros, las mansas aguas, la brisa por el encinar volando como un pájaro.
Y ahora, justamente, cuando la tarde se encuentra en su ardor definitivo, mi designio depende de este hombre que parece que arde en su traje de luces.
Pedro Romero
Se ha parado ante mí como si fuera una montaña, como si fuera un volcán de cuya cima brotan torrenteras de una lava roja y caliente. Sin embargo, cómo asume su herida y con cuánta ternura redime su dolor. Un dolor que ha penetrado lento como penetra un veneno mortal. Pero ahí sigue, mirándome, sin odio, como si fuera una noche oscura, detenido en la arena.
El Toro
Debe ser el tiempo en que todo se calma para que cada segundo tenga un valor de eternidad, pues siento que voy a morir y que su espada se ha de clavar de un momento a otro en lo más profundo de este corazón que apenas ya me late. Pero no tengo miedo y sé que él tampoco lo tiene. ¿Qué le bulle, sin embargo, en su pecho? ¿Qué brillo de relámpagos le azuza por sus ojos para mirarme así? Mirar es detenerse como ese viejo río que a lo lejos termina sin ruido y sin cauce.
Pedro Romero
La muerte, él lo sabe, la llevo en esta mano. Vivo con ella. La traigo aquí, en mi espada, y me basta un impulso para que todo acabe. Pero, ¿qué fin no tiene su principio en la duda? ¿Qué hombre no se despeña por los senderos de la vida y retorna a su origen? El mundo siempre ha sido circular, como este coso.
El Toro
Reconozco que con hábiles quiebros ha sabido esquivar la otra muerte que yo traía conmigo. Sus lances levantaban los aplausos del público. Yo buscaba su cuerpo, pero una y otra vez me hundía en el abismo del aire de un trapo caprichoso. La filigrana quedaba entonces, apenas invisible, dibujada en el aire. Sus pies eran del aire, tan vibrantes cual nubes, tan livianos cual lluvia resbalando en la arena. Nunca sabía de él hasta que él retenía la distancia que nos separaba y en una nueva cabriola reunía su cuerpo con el mío: Minotauro tal vez envuelto en nuestras sombras. ¡Hay enigmas que nunca podrán ser desvelados!
Pedro Romero
Sé que me estuvo buscando con ansia cuando la tarde más densa se hacía, y que puso en peligro todo esto que se llama vivir cuando al rozarme los alamares de mi vestidura, con sus filos de muerte, a punto estuvo de penetrar en mi pecho. El milagro se hizo necesario. Vivir es un peligro permanente.
El Toro
Me contuvo la furia, me domeñó el viento que traía de todas las campiñas, las tormentas y el pedrisco que dentro de mí rugían. Y supe entonces que era un ángel sin alas llevándome hasta donde la tarde se detuvo un instante: hierba seca el albero parecía.
Pedro Romero
Hice lo que tenía que hacer. Se cumplieron los tiempos. Cada cual era dueño de su propio destino. El arte no se rige por ningún sentimiento y fuimos entregados a la escena del mundo para desempeñar cada uno su papel. La belleza exige sacrificios. Todo estaba dispuesto.
El Toro
Es verdad, el rito ha de cumplirse. Ya nada puedo. Veo en sus ojos la intención y me exige que sea yo el primero en avanzar hasta donde la noche es ya para siempre.
DIÁLOGO PARA UNA ESCENA GOYESCA