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EL TURISMO EMPOBRECE EL MUNDO
Hablo de turistas, no de viajeros. De turistas que viajan en masa de manera industrial. No de personas que viajan por libre de manera personal.
Algunos se burlan de la distinción entre turistas y viajeros. Pero está bien claro. El viajero se desplaza a su manera libremente. Y se comunica con cada lugar único de manera única. El turista viaja en manada, de manera vulgar, y traga lugares como si fueran sardinas en lata. Y no se entera de nada. Solo vuelve con tropecientos millones de fotos en su móvil que ni él mismo va a mirar. Y lo empobrece todo y lo trivializa todo.
El turista viaja en manda como un borrego con todo programado y sigue a unos guías que le sueltan tópicos. Y solo mastica tópicos. Pero lo peor es que lo topicaliza todo. Y le falta al respeto a todo. Echa una mirada distraída y simplificadora a todo. Empobrece el mundo.
Ya lo sé, solo importa el dinero, que dejen pasta, que hagan gasto. A la gente solo le importan las cifras, cuanto gasta al día cada turista, cuanto dinero deja en Salamanca.
Pero a mí me angustia ver a estos turistas. Van a la universidad y solo quieren ver la rana. No quieren ver la universidad, no quieren ver la fachada, solo quieren ver la rana. Y luego se van. El mundo se trivializa hasta límites insospechados. Las ciudades son mucho peor que las prostitutas, la gente encuentra la rana en ellas y luego se va. No quieren ni saber como se llaman.
Ya no pido que se lean “El manuscrito de fuego” para saber lo que significa la fachada de la catedral, qué pasión de libertad se quiso poner en ella. Solo digo que le echen una miserable mirada, en lugar de encontrar solo a la puta rana. En la puerta de la Casa de las Conchas un tipo les vende ranas de plástico por un euro. Y eso es Salamanca para los turistas.
Van como borregos de aquí para allá, escuchan tópicos de los guías. Tienen tanta pereza que no pueden leer ellos mismos algo en un texto. Un tipo en el Pozo de las Nieves le hacía fotos con el móvil a los textos explicativos en lugar de leerlos.
Una vez iba por la calle y escuché a cuatro jovenzuelos que acababan de llegar a Salamanca. Uno decía: hay que ver la rana. Otro contestó: ¿Qué es eso de la rana? El primero dijo: Es una rana que hay en la universidad, todo el mundo va a verla. El tercero participó: Yo no quiero ver eso, prefiero tomar una cerveza.
De su indumentaria no digo nada, ya lo dice hoy Pérez Reverte en un artículo espléndido, “Con chanclas y a lo loco”. La vulgaridad invade el mundo todos los veranos.
Esperan todo el año para ir en chanclas y chocar unos con otros. Oh Dios, y esto es nuestro mundo. Y nuestros turistas lo trivializan con su ignorancia espantosa.
Listillos se burlan de la distinción entre viajeros y turistas. Pero es una distinción muy pertinente. Y los turistas están acabando con el mundo. Y las agencias y los programas y los grupos y los guías. Y las personas en manada que ya no son personas.
Y los tipos que van a Salamanca solo para ver una rana en la Universidad. La Universidad misma no importa. Digan si eso no es un empobrecimiento y una simplificación asquerosa. Es quitarle todo sabor a la vida.
El turismo masivo acabará con todo. No solo degrada los lugares y las ciudades, degrada a las personas mismas que se desplazan como números abstractos, como seres en manada. Es una forma de alienación y de miseria.
Es solo una parte de la masificación de todo en nuestra época. De la mecanización masiva de todo. Y así el mundo va perdiendo su encanto, su originalidad, su vida. Toda masificación es un asesinato.
Salamanca no es más que una rana. París solo es una torre Eiffel de metal para meter en la maleta. Es la trivialización de todo y el empobrecimiento de todo. Es el asesinato de todo.
Y encima pagan un montón por sus pisos turísticos encargados por las empresas en gran escala y nos hacen pagar montones a los que queremos vivir y sentir.
El turismo tiene elementos de genocidio. No solo se elimina la vida personal de todos los países, de todos los lugares. También se elimina la vida personal del propio turista. Que ya no es una persona, es un zombi fabricado en serie. Una especie de androide de hojalata con pantalones bombachos.
Antes la gente viajaba, ahora la llevan como ganado de aquí para allá. La transportan y la sueltan y la vuelven a recoger. Y hace unos cuantos clics y se vuelve. Y se mete en un hotel y apenas sale de él. Y compra unos recuerdos que son casi iguales en todo el mundo. Toda una cantidad de quincallería que no dice nada y lo mata todo.
Hablo de turistas, no de viajeros, demonios. A ver si os enteráis, que lo confundís todo. Y lo simplificáis todo.
ANTONIO COSTA GÓMEZ IMAGEN: Duane Hanson, Turistas
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