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ENTRE NIETZSCHE Y HEGEL
(La comunión siempre abierta)
Autor: Francisco José García Carbonell.
Tu has escogido ese pan, Señor, / misterio de tu bondad humana./ Tu pan, latente de buena nueva,/ que busca praderas desiertas de egoísmos,/ donde saciar los corazones que viven en la noches/ de hambre… (Ese pan, del poemario El vino mi lagar, Pacurri)
Desde los Retales del bancal de mi amigo Pacurri en los que se inspiró para escribir su poemario, van llegando a mis oídos unas declaraciones que constituyen su testamento intelectual, vital y moral. Porque detrás de esos poemas litúrgicos se esconde la situación insólita, y de indudable fuerza dramática, de un hombre que nos pone ante la situación de un mundo que parece roto.
Mientras me adentro en el surco profundo de su poesía, voy recibiendo su amarga precisión expresiva y su doliente lucidez. Su poesía hace que me vea obligado a replantearme unas convicciones desde las que contemplaba el mundo. Un mundo que imaginaba a mi estilo, sencillo y jugoso. Un mundo que estaba ahí para tomarlo. De pronto, este hombre que ejerció el sacerdocio en la diócesis de Mondoñedo y Ferrol, que aspiraba a emular al padre Cardin allá en su juventud, se desvela desde estos retales poéticos con una fuerza inusitada, un puñetazo en la mesa que dice ¡basta!
A cada paso que marca el tiempo litúrgico, la situación dramática se hace más tensa. Los conflictos políticos, las catástrofes humanas, los emigrantes que sortean todos los obstáculos posibles e imposibles para intentar poner a salvo a sus familias, la perversión de los personajes públicos sobre la colectividad. Todo esto, y más, lo contempla el autor. Este va apurando, en este duro transigir, contra aquella falsa hipocresía de los mercaderes. Contra su capacidad de engañar, en su condición de buenos actores, haciendo creer dar lo que se le pide. Estos falsos actores que crean las necesidades de la multitud en forma de expectativa o deseo los podemos contemplar entre los hombres públicos que son exhibidos como símbolos de unas creencias y unos presupuestos. Los mercaderes que convierten la casa del Padre en una cueva de ladrones. Que destruyen, en su empeño de acabar con el dialogo, el propio concepto de hombre. Que absolutizan al otro obstruyendo los márgenes que se salen del camino.
Herodes, una marioneta del imperio romano, tiene una visión nefasta. Vendrá el salvador del pueblo de Israel, un nuevo rey de los judíos que, según cree él, lo depondrá. En esa visión tan limitada, pues no puede llegar a alcanzar a ver que lo que está por llegar es un nuevo redentor, un hombre que viene a instaurar el mismo reino de Dios entre los hombres o, lo mismo, a devolver el propio concepto de hombre, a devolverle su propio ser, un sentido común teológico que pondrá patas arriba al propio imperio romano.
Con el paso del tiempo este sentido común teológico perderá su fuelle original. Empezará a surgir hombres impúdicamente mostrados por otros, de nuevo, y a través de un papel previamente asignado, como garantes de la verdad. El concepto del hombre se desvanecerá otra vez. Entonces, no un buen día sino tras sucesivos cientos de años, el hombre descubre que el propio hombre ha perdido la capacidad del dialogo. Se produce una ruptura, esta ruptura cognitiva no viene de abajo a arriba, de una serie de pensadores frustrados hartos ya de esperar a que se les transporte a un estado absoluto de conocimiento ontológico. La ruptura se produce desde arriba, el dialogo surge desde arriba hacia abajo. El hombre se siente sujeto de conocimientos, sí, el hombre descubre que la tierra no es el centro del universo e, incluso más adelante, el propio hombre descubrirá que él mismo no es el centro del universo. Con toda y cada una de esta serie de ruptura, en un intento, pues siempre ha sido así, de no perder el concepto del hombre, este mismo ha intentado que la débil vela que mantiene encendida la llama del dialogo no quede apagada. Pero el dialogo, como he dicho, surge desde arriba. Porque el hombre tiene que estar determinado por un sentido común universal que lo encamine. Este no puede dejarse llevar solo por lo relativo de lo inmanente. El nihilismo desencadenante no recupera, en realidad, el concepto del hombre, no hace surgir el dialogo, sino que lo destruye. Nietzsche, su famosa expresión “Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos?” Descubrimos que el pensador alemán no anuncia un nuevo horizonte en la humanidad sino que denuncia las consecuencias de la pérdida de un sentido común universal, pues Dios que no puede morir, sin embargo ha quedado eclipsado por todos (perdido por nosotros). Hegel, un pensador detestado por este primero y que también anunció la muerte de Dios en el eclipse de su amor, habla sobre un valor absoluto, él lo llama el espíritu absoluto, que sirve como guía al dialogo. El problema entre Nietzsche y Hegel es que mientras el segundo creía firmemente en un cierto determinismo que conducía al hombre, en un continuo progreso, hacia un estado de conciencia absoluta, el primero reflexionaba sobre la capacidad del ser humano para romper con la voluntad de poder y poder reconducir al hombre con lo que es lo más propio de la naturaleza del hombre. Pero, y esto es común en ambos, el hombre tiene que encontrar ese sentido común universal y filosófico que le permita avanzar por los oscuros senderos de la vida, ambos creía, en el fondo, en un pensamiento modal, ambos eran herejes del modalismo. El hombre cree que sólo es libre desde lo inmanente, sólo desde ahí, como denunciaba Sartre, el propio hombre está condenado al infierno de tener que escoger. Esa libertad no es libertad pues es, digámoslo así, un incompleto que acaba con el dialogo. El sujeto necesita de la guía del objeto para ser completo. Sólo desde un punto de vista común, desde ese sentido común universal .que he señalado antes, el hombre encuentra el dialogo, el camino hacia el concepto de humanidad. El hombre, por poner un ejemplo, en ese horizonte ve dibujada que la tortura, el concepto de tortura, el maltrato al prójimo es malo. Entonces estar en contra de esto toma un valor absoluto ¿Este valor absoluto determina al hombre? ¿Acaba, entonces, con la libertad de escoger?
Podemos pensar, ¿es malo escoger entre torturar o no a una persona si con ello vamos a salvar millones de vidas? La respuesta, al menos para una persona que esté en sus cabales, es que la tortura en sí desde luego que es mala, pues aunque hayamos decidido torturar a una persona con el objeto de salvar a millones, mientras no tomemos la tortura como un valor absoluto, como un fin en sí mismo, del mismo modo que ciertos mandatarios que le dan un valor legitimo, por ejemplo las cárceles de Guantánamo o las prisiones venezolanas, ¿ese horizonte no se ve desdibujado?
Vemos, pues, con lo dicho que el hombre necesita escoger, y eso sólo se puede hacer desde lo inmanente. Pero este mismo no puede escoger si no existe un objeto que lo guíe. El concepto de justicia en el hombre pasa antes por una estética modal.
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ENTRE NIETZSCHE Y HEGEL