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ADIÓS AL ESCRITOR EMILIO DURÁN,
DE SABIA CONVERSACIÓN Y LÚCIDA ESCRITURA
José Cenizo Jiménez
Qué tristeza. El 1 de marzo de 2025 falleció el poeta y buen amigo Emilio Durán, con quien llegué a forjar amistad más allá de los encuentros literarios que hemos tenido, con ningún desencuentro. Estaba dotado de una poderosa herramienta de comunicación interpersonal: la capacidad de diálogo, de hablar, mucho y bien, con ironía, lucidez y humor, pero sabiendo también escuchar y preocuparse por ti y por tu familia, Doy fe y por ello, aparte de la admiración literaria, le tuve un afecto especial, creo que recíproco.

Nacido en Sevilla en 1934, se licenció en Derecho y trabajó hasta su jubilación en la Administración Pública. Es escritor de larga trayectoria, poeta de variados libros reconocidos con premios como Miguel Hernández, Leonor, Ciudad del Guadaíra, etc., y autor de varias novelas también premiadas con premios como el Camilo José Cela en 1994. Poeta tardío, “poeta visagra”, en palabras del crítico y poeta Antonio Enrique, de la generación del sesenta, pero que empezó a publicar y a participar en los grupos poéticos en los años setenta.
También ha trabajado el cuento y el artículo periodístico, ha fundado colecciones de literatura, editoriales, etc. Gran labor la suya en pro de la cultura.
Publiqué un libro en la colección de Gallo de Vidrio sobre su trayectoria y significación, Poética y trayectoria de Emilio Durán, en 2012. En un párrafo de las conclusiones decía: “Creemos que es un poeta especialmente dotado para la comunicación del sentimiento del amor, en cualquiera de sus vertientes, exultante o dolorida. Así lo avalan los premios conseguidos. Su lenguaje es cuidado, sin afectación, en un límite justo y equilibrado entre la dicción culta y la expresión neopopular. En su trayectoria ha mostrado una madurez progresiva y nunca ha renunciado a las bases de su poética”.

Por cierto, su elegancia y agradecimiento le llevó a invitarme a comer en un buen restaurante del centro de Sevilla, un centro que conocía como la palma de la mano. Me abrumó por esto, porque no es habitual y le hice saber que el agradecido era yo por su calidad literaria y por su calidez humana.
A nivel personal hemos coincidido en momentos amenos, alegres, como en un recital de flamenco, que tanto le gustaba, como a mí, y compartido café o cerveza, o en diversos recitales de poesía o presentaciones de libros. He escrito reseñas de muchos de sus libros y él de uno mío, Otra vez septiembre, con la sinceridad de ponerle alguna pega, lo que le agradecí mucho. Llegó a nombrarme hace años su albacea literario (guardo el documento), otro punto de su peculiar personalidad, de su encanto, y yo le decía que le quedaba mucho tiempo por delante, como así ha sido. Los últimos años lo dejaron mermado de la vista, pero no de todo lo demás, lo que nos ha permitido disfrutar de su ironía y su talante.
DEP querido amigo, poeta. Mi homenaje con estos versos de algunos de sus libros de poesía. Te echaremos de menos, querido Emilio, los amigos y la poesía.
Fotos: Archivo personal (en una estoy en su compañía, otra es de la presentación de su libro Final de junio) y del libro citado sobre su obra (en su estudio el escritor y una más lejana con Francisco López Estrada, Ramón Reig, Dámaso Alonso, Carmelo Guillén, Amalio, J. M. Vilches, M. Ángel Villar y Pepe Gil. Plaza Nueva, Sevilla, 4-6-75).
JULIO CÉSAR CUMPLE UNA PROMESA LA MAÑANA DE VIERNES SANTO EN LA CALLE PARRAS
Tiene el balcón un sueño de laureles
que eleva el pedestal de una mañana
repujada de plata y terciopelo
sobre el tapiz de la metalería.
Y, en el balcón, moneda entre macetas,
esculpido en marfil y mármol frío,
Julio César dirige sus pupilas
de águila y lictores sobre el océano
de los vecinos de la calle Parras.
El sol se está rompiendo en los varales
del impreciso palio de la Virgen,
mientras una centuria de aguardiente
rinde aceros al cónsul de la urbe.
César sorprende luz en las retinas
cautivas de las plumas de los cascos,
desecha sus esquemas de cohortes
y concluye que, en Sevilla, es natural
que un capitán de armaos fume negro
y calce unas toreras medias rosas.
¡La guerra de las Galias fue tan simple
frente a este doblar de la Macarena
la blanca esquina de la calle Parras!
El fragante sueño de la noche
cuaja en el verde de los antifaces,
en el humo borracho del incienso,
en la pálida muerte de la cera
y en ese seco golpe de martillo
que a la diosa detiene entre la gente.
Es, entonces, cuando César aún deudor
de un voto formulado por los predios
de la bética Munda belicosa
agarra con sus manos de guerrero
el hierro del balcón como una espada
y lanza al aire cada vez más tibio
un quejío que dice “Tota pulchra”,
que remata en son de martinete
y que al cielo se lleva a la Señora.
(La dorada memoria de ese narciso, 1986)
TUMBA DE LOS SAADÍES
Aquí la muerte disfraza sus enigmas
de azulejo a cordel, de rosa y mirto,
la muerte que se viste de paloma
y sonríe en lo alto del alero.
Un temblor de soberbia vaciedad
aletea en el aire de las tumbas
y pregunta por cetros ya con óxido,
por la sangre sin dique y por la luz
que vistió de púrpura los mantos y la aurora.
Sus dedos las vidas manejaban
como tallos de hierba, mas fugaz
fue con ellos la verde primavera.
Un jeroglífico de alfabetos mudos
recuerda hombres que devoró el olvido
hoy piedras nada más, quietos volúmenes.
(La luna de la Menara, 1986)
CARTA DE JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD A ÁGATA
“¿Escribirte una carta? Sabiendo que no lees más que el alfabeto que levantan las dunas cuando sopla levante y suena por las noches el quejido medroso del Caño Cleofás?
Hace tiempo que te vi husmeando los médanos – el celo de una corza – al reclamo lascivo de las almadrabas y me hundí en los toyos de tus ojos verdes.
Yo venía del mundo – de otro mundo distinto – y apenas sin notarlo me engulló la boca prensil de la marisma. Atrás se me quedaron – en andanas de sueño – dos irrepetibles días de un mes de septiembre que, ahora al recordarte, me parecen perdidos.
Aquellos ojos hembras – saetas entre juncos – llevaban el espanto izado en la mesana, hablaban de la muerte tremenda del normando, de lentos ríos de oro y calzadas tartesias que rondaban tu chozo…
Al verte resbalar por hoscos tremedales, herida de jaguazos como errante fiera, sentí que el mundo entero cabía en tu mirada…
…por esos ojos paso despierto muchas noches en la borda inestable de mi barco sin puerto, esperando, otra vez, tu milagro, Ägata”.
(Cartas son cartas, 1992)
NOCHE DE AMOR EN LA CRIPTA DEL CONDESTABLE
Doña Constanza de Andrade, muerta virgen en la primavera de mil y trescientos treinta y cinco me pidió:
“Ámame, pues me niega el Altísimo el perpetuo descanso en tanto sea virgen, ya que dice mi Dios que la flor ha de deshojarse para que el fruto nazca. Así que me veo como alma en pena vagando por los claustros, tratando de perder, en brazos de algún monje mi más preciado don. En mi estado no encontraré el descanso eterno”.
Compadecido, sobre las frías y labradas losas de su sepulcro, pasé la madrugada ayudando a salvarse a doña Constanza de Andrade.
(Mosaico de los amores perdidos, 1995)
LOMAS DEL ALJARAFE
No es el futuro sin ti el que me aterra
sino el pasado que no podré vivir contigo;
un tiempo que pasó en blanco,
una extensión estéril de días y paisajes
a los que tu gracia nunca iluminó.
Qué trágica ignorancia padecí,
cómo gasté amores y caricias
sin advertir siquiera tu presencia…
Y, sin embargo, qué cerca estabas ya,
derramando a raudales tu hermosura,
fijando en las fachadas carteles al amor
que no supe leer,
incapaz de advertir que, entre las gentes,
en las fiestas de luz y primavera,
en las cálidas noches de luna y de tambores,
en las playas de arenas y reflejos,
estabas tú, felicidad que huía
por el triste desagüe de los años.
Pero ya es tarde: el sol se tambalea
herido hacia poniente
por los cerros que encierran milenarios tesoros
y las suaves colinas donde vives
y a donde, cada día, como un pobre,
acudo fiel a recoger las migas
del pan de tu persona.
(Itinerario de amor sobre un plano de Olavide, 2003)
ADIÓS AL ESCRITOR EMILIO DURÁN