- EDICIONES PADILLA, FELIZ CUMPLEAÑOS - 22 de diciembre de 2024
- ÁNGEL SÁNCHEZ ESCOBAR PRESENTÓ SU NOVELA LA PARTERA DE SEVILLA - 21 de diciembre de 2024
- JAVIER SALVAGO: EL DON DE LA IRONÍA - 16 de diciembre de 2024
El sábado 14 de diciembre se presentó en La Carbonería de Sevilla el libro Aquí nací, este es mi pueblo, de Javier Salvago, editado por Ediciones La Baja Andalucía, 2024, cuyo editor, Eduardo J. Pastor, moderó el acto. En la mesa estuvo también Juan Peña Jiménez, también poeta, reciente premio Hermanos Machado del Ayuntamiento de Sevilla. Ofrezco el texto que tuve la oportunidad de leer.
JAVIER SALVAGO: EL DON DE LA IRONÍA
Acercarse a la poesía de Javier Salvago (Paradas, Sevilla, 1950) significa el encuentro con uno de los poetas más sólidos y apreciados de su generación, la que abarca los años finales de los años setenta y los ochenta del siglo XX. Su poesía puede circunscribirse, si hemos de poner etiquetas (siempre tan relativas y discutibles) a la llamada “poesía de la experiencia” o “poesía figurativa”. El nombre de Javier Salvago sobresale codo a codo junto al de otros poetas de su generación como Abelardo Linares, Fernando Ortiz, Francisco Bejarano, Eloy Sánchez Rosillo o Luis García Montero, entre otros.
A ellos, con agradecimiento y amistad, dedica Salvago el poema “Mi generación” del libro Los mejores años (1991), que incluimos en la antología Un lugar en la tierra, preparada por nosotros y editada por Fundación Aparejadores y el Ayuntamiento de Paradas en 2007. El poeta espera que alguno de ellos logre perdurar:
(…) Si alguno lo consigue
-Juan Luis,
Abelardo, Fernando, Paco, Eloy…-
se habrá justificado
nuestra generación.
Por él sabrán qué clase de hombres fuimos
y algo de nuestra lucha y nuestros sueños.
Su obra, publicada desde 1977 hasta la actualidad, abarca diversos géneros: poesía sobre todo, y desde hace unos años básicamente narrativa (relatos, novela, autobiografía), así como aforismos, ensayo, etc. Comienza con el poemario Canciones del amor amargo y otros poemas, Sevilla, Editorial Católica Española, 1977, col. Ángaro al que siguen otros como La destrucción o el humor, Sevilla, Suplementos de Calle del Aire, 1980; En la perfecta edad, Sevilla, Ayuntamiento de Sevilla, col. Compás,1982; Variaciones y reincidencias, Madrid, Visor Libros, col. Visor de poesía, 1985; Antología, Granada, Diputación Provincial de Granada, col. Maillot Amarillo, 1986; la plaquette Momentos, de doce poemas (premio Ana de Valle, Jueves literarios, Avilés, 1987); Volverlo a intentar, Sevilla, Renacimiento, 1989; Los mejores años, Sevilla, Renacimiento,1991; Ulises, Valencia, Pre-Textos, 1996; Variaciones y reincidencias (Poesía 1977-1997), Sevilla, Renacimiento, 1997; Poetas en Sevilla. Javier Salvago, Sevilla, Publicaciones del Ayuntamiento, 2002, etc., y llega hasta el penúltimo libro publicado, el conjunto de relatos El cine de las sábanas blancas, editado en 2024 por Grupo Pandora con la dirección de Pedro Tabernero, y en diciembre del mismo año, Aquí nací. Este es mi pueblo, editado por una nueva editorial, La Baja Andalucía, de la mano de Eduardo J. Pastor y Jacobo Vega.
Ha sido traducido a varias lenguas, seleccionado en numerosas antologías colectivas y, sobre todo, ha logrado premios tan importantes como el Rey Juan Carlos I, el Luis Cernuda y especialmente el Premio Nacional de la Crítica, y, hace poco, recibió un reconocimiento, junto al poeta Luis Cernuda, por parte de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios de Andalucía.
Su teoría y práctica de la poesía coincide, en rasgos generales, con la de los poetas de la “poesía de la experiencia”, la tendencia predominante en los años ochenta y noventa del siglo pasado, José L. García Martín y Miguel García Posada, divulgadores y exégetas de esta tendencia, hablan de una apuesta por la historicidad y temporalidad de la poesía, la cotidianidad, la actitud antielitista y antivanguardista, la reelaboración de la métrica tradicional, el lenguaje de orientación no hermética -coloquial incluso-, la tematización del desencanto, la poesía urbana, la relectura de la tradición, la ficcionalización del yo poético, etc.
Son características que, en gran parte, como decíamos, asume Salvago, siempre con su personalidad propia. En este fragmento de “Ulises”, un poema muy comentado y ya emblemático del poeta, se resumen algunos de los rasgos señalados:
(…)
Consulta su reloj. Entre una cosa y otra
-reuniones, proyectos- va llegando la hora
de comer. Se despide hasta luego. En un chino,
ante un plato de arroz tres delicias refrito
y una ensalada china, le sigue dando vueltas
al tema de la vida malgastada. Comprueba,
al apurar su taza de té, que es el segundo
paquete el que estrena. Total, la vida es humo.
(…)
La vida y cuanto ella supone es el único gran tema de su obra, siempre con el mismo motivo, siempre renovada. La infancia, la juventud, el amor, el tiempo, la soledad, el desencanto, los sueños, la muerte pasan por sus versos con una pátina agridulce y, a veces, descaradamente triste y pesimista, solo suavizada por el recurso de la ironía y un fino humorismo al que el dolor y el desencanto no logran arrebatarle su lado más humano.
Titulamos la introducción de la antología “Una poética de la ironía”, como antes el libro de estudio sobre su obra lo titulamos Javier Salvago. Una poética de la experiencia y la ironía (col. La Manzana Poética, Córdoba, 2007). Es así porque nuestro poeta, heredero de la tradición que arranca de Bécquer, prosigue con Manuel Machado y Gil de Biedma, sus reconocidos maestros, domina como pocos el recurso relativizador e inteligente de la ironía. Alcanza así a darle un quiebro -eficaz estéticamente- a la petulancia, a la artificiosidad y al patetismo hiperbólico y falso.
La ironía es el fruto más preciado de su estilística y, por ende, de su poética, un camino seguro para vencer el pesimismo y el desaliento. ¿Cabe mayor ironía que la de titular “Cerca del cielo” un poema, alusivo a una taberna del mismo nombre, en que al final se nos descubre desnuda la rabia y la soledad de un niño? Veamos el inicio y el final del poema para demostrarlo:
A aquella tabernucha la llamaban
«Cerca del cielo», por los altos techos
que cobijaban a los parroquianos.
(…)
Si ahora vuelvo
hacia allá la mirada, puedo ver
a mi padre, feliz, cerca del cielo
(…)
Y puedo
verme también a mí, sentado
sobre un alto barril -apenas tengo
ocho inocentes años-,
tiritando de frío,
muerto de hambre y de sueño,
avergonzado,
cerca del infierno.
La ironía nos salva con su dardo risueño (“Sólo el humor me salva”, dirá el poeta”) de las trampas de la vida, ese único asidero que tenemos al que Salvago califica en sus versos como “derrota cantada”, “fraude”, “humo”, “árbol seco”, “espejismo roto”, “estafa”, “corta y envenenada”, etc.
Salvago escribe desde el escepticismo vital, pero también desde la necesidad de la escritura y el consuelo que supone. No quiere ser docto ni erudito, sino hablar de sus asuntos, acompañar. Escribe “para entenderse un poco”, y lo hace desde la brevedad, la introspección, la lucha contra el olvido. Escribe para retornar a lo vivido y, como en algunos poemas de Ulises (“El Porche”, “La casa”, “El pueblo”…), reproducidos en la antología Un lugar en el mundo y en este de ahora, Aquí nací. Esta es mi pueblo, para regresar a donde fue dichoso (a pesar de todo). Lucha por vencer el tiempo y, en esta contienda, encuentra la ironía salvadora que hemos comentado. Habla de sí mismo, de sus experiencias, pero se dirige a todos, y aspira, antes que nada, a un espacio de memoria y consuelo, a un lugar en la tierra.
Nos despedimos con este poema inédito, “La infancia”, del libro Aquí nací, este es mi pueblo (pp. 43-44), un prodigio de efectividad estilística de los recursos literarios (enumeración, paralelismo, adjetivación, antítesis…) y de profundidad emocional:
El ogro, la bruja,
el hombre del saco.
La muerte, el infierno,
la culpa, el pecado.
La escuela, el maestro,
las burlas, los palos.
Los locos que pasan
riendo y cantando.
La soga en el cuello
del desesperado.
El cuartel —los hombres
que entran, señalados
por algún vecino,
y salen temblando—.
Las calles oscuras,
los cuartos cerrados.
Los muertos que duermen
en el camposanto
—sus lúgubres sombras
de noche vagando—.
El miedo a los monstruos
que acechan debajo
de la cama, el miedo
dentro del armario.
Terrores nocturnos,
diurnos espantos…
Y era el paraíso
cuando la evocamos.
Bendita memoria
que olvida lo malo.
Y este otro, “Mi viaje definitivo”, con alusiones intertextuales al magnífico poema “El viaje definitivo” de Juan Ramón Jiménez, y a la rima LXXIII de Bécquer, pp. 198-199:
Y yo me iré, como nos vamos todos,
y ya nada tendrá que ver conmigo.
Todo cuanto era dejará de ser
para ser solo pasto del olvido.
La vida, el mundo, su aflicción,
sus ambiciones y delirios
atrás se quedarán… Adiós los sueños.
Adiós todo lo odiado y lo querido.
Adiós, por siempre adiós… Dios mío, qué solos,
allá en la tierra, se quedan los vivos.
Y, por último, estos cuatro versos que vemos en el libro, pertenecientes al poema “Después de la batalla”, de Los mejores años (1991):
Todo lo que perdí
—la juventud, su brillo—,
a cambio de este acuerdo
de paz conmigo.
Foto: Paco Sánchez. Quedamos agradecidos.
JAVIER SALVAGO: EL DON DE LA IRONÍA