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París de azules
París era azul en Rubén Darío. Rubén Darío amó París más que nadie y habló de un artista en una buhardilla que tenía un pájaro azul en la cabeza y amaba a su vecina de ojos azules y no quería llevar la contabilidad de la tienda de su padre en Normandía.
París era azul en Marc Chagall. Marc Chagall puso toques mágicos de azul en su hombre de dos caras, en su ventana prodigiosa sobre la ciudad, en la cara de su gato asombrado.
París era azul para Edward Hopper. Cuando fue de joven a estudiar a París, pintó un puente azul oscuro, con figuras azules bailando encima, con el agua azul llevándolo todo.
Y París era azul para Claude Monet. En el Museo de la Orangerie están las Ninfeas que son el canto a las glorias del azul, a las musicalidades del azul, a la inmensidad del azul que recibe a todos los otros colores.
París era azul para Jean Hélion. Este pintor pinta todos los tejados de París de un azul leve, suelto, libre como la bohemia, sin ataduras como la creatividad. Sus buhardillas de París muestran los tejados como cuentos y como secretos.
París era azul para Yves Klein. En el Museo de Arte Moderno de la Villa de París vemos su figura desnuda azul. Klein inventó en Niza un azul loco, insensato, que se lo salta todo, que nos deja ofuscados o nos libera completamente. Y trajo sus seres azules a París.
París fue azul para Woody Allen. En su película de amor a París, que para mí es la más sugerente que ha hecho, inunda la ciudad con el tono azul, en los carteles asalta la ciudad con el azul apasionado de Van Gogh, la muestra como la ciudad del vértigo, de la noche, de la magia giratoria. Woody Allen inventó una bohemia que escapaba a otra bohemia y lo tiñó todo de azul. Puso a Scott Fitzgerald a decir locuras con Hemingway y con Buñuel.
Paul Gauguin pensó a París en azul. Convirtió París antes de marcharse en una leyenda bretona, en un juego que evaporaba la ciudad con sus banqueros en dirección a Tahití. París para él en sus mejores visiones ya fue la visión de Jacob con el Ángel en Pont Aven, ya fueron las mujeres de senos como pájaros en Tahití.
En la Saint Chapelle París se hizo del todo azul. Arrebató a millones de seres con sus místicas azules. Fue el gótico al cuadrado, fueron los delirios azules en las vidrieras del segundo piso. Fue la ligereza, la libertad, la pasión, un edificio que casi vuela por los aires.
París fue azul para Pierre Alechinsky. Pintó en azul el “Árbol de las calles” en un muro del Barrio Latino. Lo acompañó con un poema de Yves Bonnefoy que dice “Necesitas el árbol / en tu calle, / tus ojos serán más libres,/ tus manos más deseosas,/ al menos de noche”.
Yuri Annenkov recordó París en azul. Nos puso la torre Eiffel como un mito al final del azul. Nos dio gradaciones de azul y unos jarrones azules fantasmales en primer plano. Puso la ciudad como un juego de leves toques. Como un tumulto de pájaros adormilados hacia la lejanía. Y una casa muy densa naufragando entre un sueño.
Pero tal vez el que mejor captó París azul fue Marc Chagall. Pintó un gato asombrado en la ventana delante de la torre Eiffel. Pintó a un hombre de dos caras y a un tipo bajando en paracaídas. Pintó a dos amantes vestidos de negro que conectaban con sus cabezas. Pintó una ventana con marcos leves y una ciudad que flotaba.
Antonio Costa Gómez
París de azules