EL VIENTO INTERROGADO EN COMISARÍA

EL VIENTO INTERROGADO EN COMISARÍA

Antonio Costa Gómez
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EL VIENTO INTERROGADO EN COMISARÍA

   Interrogaron al viento muy seriamente en comisaría. Le preguntaron cómo había pasado la frontera sin un visado, sin un permiso. Como no había declarado lo que llevaba consigo.

   Como no se había presentado en la comisaría más cercana al llegar. Como no había rellenado declaraciones, formularios, impresos. Como no había dado sus datos oficiales, su biografía oficial.

    Y eso que aún no estaba Marlaska para pedirle sus datos bancarios. Y todos sus datos posibles, de la tierra o del cielo.

   El viento no hizo caso y siguió soplando impaciente, se salió por las esquinas, rozó a los funcionarios en las orejas. No respetó las ventanillas y les hizo cosquillas a los funcionarios en las clavículas.

    Le preguntaron por qué no había declarado a Hacienda las monedas casuales que arrastraba, los papeles de valor que recogía. Le dijeron que había violado el artículo quinto y la normativa cuarta y el decreto 35. Le dijo que era poco menos que un borracho y un alucinado.

    El viento no hizo caso. Empezaron a cuestionarlo, a insultarlo en twiter, a decirle de todo en las redes sociales, a cotillear sobre él. Algunos decían que era poco elegante, que no usaba corbata.

   Otros lo acusaron de machista porque levantaba las faldas de las mujeres. Otros lo tildaron de inoportuno, de poco normativo, de inmoral. Y el viento no hacía caso de nada. Intentaron educarlo pero no lo consiguieron.

   Señoras respetables dijeron que el viento era un gitano, como el corazón en una canción italiana. Creyeron que decían un insulto. Los gitanos se enteraron y se sintieron orgullosos: nosotros somos el viento.

    Somos el viento que no quiere estar en los archivos, en las clasificaciones, en la educación oficial, en los controles de las tribus sedentarias dominadoras.  Algunos muchachos se durmieron pensando que eran el viento, muchachas desearon que el viento atravesara los intersticios de sus encierros.

    Y eso que no estaba Marlaska para pedirle todos sus datos posibles e imposibles. Imaginen: el viento viaja sin pasaporte, qué descaro. Y no es que no dé su cuenta bancaria, es que ni siquiera la tiene.

   Pero Marlaska se multiplica en infinitos marlaskas que interrogan por todas partes. Le preguntan su vida íntima a los abedules. Le preguntan a las hojas por qué se tuercen de esa manera y no de la otra. Y por qué caen, por qué no pueden quedarse en el árbol.

   Y por qué caen sobre todo en otoño, tal vez tengan algún propósito culpable con eso.

   Le preguntaron al viento dónde había dejado sus maletas. Y miles de marlaskas lo interrogaban en todas las estaciones de tren y lo anotaban todo meticulosamente en sus ordenadores.  Y todo quedaba archivado para siempre.

    Porque el viento podía ser un terrorista. E incluso una pequeña brisa que pretendiese aliviar en las sienes a una mujer casa sola en casa podría ser considera sospechosa.

    Infinidad de marlaskas con maletines grises. Preguntando y anotando.

ANTONIO COSTA GÓMEZ      FOTO: CONSUELO DE ARCO

 

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