Para entenderse, no basta con hablar el mismo idioma

Para entenderse, no basta con hablar el mismo idioma

Para entenderse, no basta con hablar el mismo idioma

La Gramática, obra de Ernesto Caballero, muestra cómo el lenguaje puede acercarnos como sociedad, pero también alejarnos.

Una mujer que trabaja de limpiadora en la Real Academia Española, de escasa formación, sufre un accidente. Se le caen encima unos libros y se convierte, de la noche a la mañana, en una consumada erudita de la lengua que no puede evitar corregir, con mucha ansia, cualquier mínimo error, lo que está dificultando sus relaciones con su entorno cercano.

Acude a un reputado neurocientífico, quien se ofrece para someter a la mujer a un singular proceso de desprogramación lingüística -es decir, a un reseteo-. Entre estos dos personajes, interpretados por María Adánez y José Troncoso, y un público que también forma parte de la terapia, se abre la siguiente pregunta: ¿será posible desaprender lo que nunca se ha aprendido?

La gramática es una sátira de nuestra relación con la lengua, nuestro patrimonio más sólido -según Lázaro Carreter-. Pero, ¿a quién pertenece una lengua, sino al pueblo que la ha creado y la mantiene viva día tras día en cada interacción? ¿Es justo, entonces, que exista una institución que regule su uso, que pueda dictaminar qué palabras entran y qué expresiones quedan fuera? ¿No es esto una forma más de controlar al pueblo?

Siguiendo las lógicas de Bourdieu y sus teorías sobre el capital cultural, si le damos a una institución el poder de regular la lengua, siempre va a mirar por su propio interés. La lengua se convierte así en un instrumento de poder como cualquier otro, y la academia luchará porque el idioma se mantenga dentro de sus propios límites y responda a sus intereses, no a los del pueblo.

Controlando cómo el pueblo habla, se puede controlar cómo el pueblo piensa, tal y como queda reflejado en la distopía de Orwell. Si se obliga a utilizar unas determinadas palabras y a desechar otras, estas desaparecerán del imaginario colectivo: lo que no se nombra, no existe.

No es la obra, ni este texto, una crítica contra las reglas sintácticas y gramaticales que permiten que nuestra lengua tenga unas bases comunes. Es, simplemente, un planteamiento acerca de cómo se imponen estas reglas, que tienen como objeto crear un lenguaje académico que no puede estar más alejado de las necesidades del día a día de la población.

Y es que una limpiadora de la Real Academia Española, rara vez va a tener tiempo de leer los suficientes libros académicos como para poder hablar en el mismo código que los señores que se encierran dentro de los enormes despachos del mismo edificio. El lenguaje se constituye así como herramienta generadora de marginación y división de clases: el directivo y la limpiadora hablan el mismo idioma, pero no de la misma forma.

En la obra de Ernesto Caballero representada en la Nave 10 Matadero, el reputado neurocientífico trata de curar a la limpiadora, que habla con un lenguaje “impropio” para su clase social, lo que la está alejando de amigos y familiares. ¿Pero acaso hay un registro propio de cada clase social? ¿No es esto otra forma más de estratificación?

¿Para qué está el lenguaje, si no para entenderse? La Gramática recorre todas estas preguntas, ironías y límites de la sociedad española mediante una ácida sátira que demuestra que hay que cuidar nuestra lengua, pero de una forma accesible para todos.

Por Eva Ibáñez

Fotografía de la obra Gramática, tomada por David de la Morena

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