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Paloma Fernández Gomá, Zéjeles de alborada, Tarifa (Cádiz), Ed. ImagenTa, 2019
José Cenizo Jiménez
Paloma Fernández Gomá, madrileña afincada en Algeciras (Cádiz), autora de casi una veintena de libros de poesía y narrativa, directora de la revista “Dos orillas”, finalista del Premio de la Crítica de Andalucía 2005, nos ofrece, tras los libros Las edades del alma y Espacios oblicuos, una nueva obra poética.
En 2015 publicó Las edades del alma, libro que comentamos en su momento y del que decíamos: “Tiempo podría ser una palabra para definir la obra, como cualquier gran obra de la poesía universal. Tiempo y sus metáforas y símbolos, como el mar, el agua, aquí también, necesarios para expresar esta `orfandad´, esta vida, `limbo absoluto´. Tiempo expresado en verso con un sentir lírico amplio de miras espirituales”.
Ahora prosigue su andadura poética con una obra original y luminosa, Zéjeles de alborada, marcadamente intercultural y sin duda, como señalan los prologuistas Aziz Amahjour y José Sarria, definida por la unión y continuidad del abrazo poético y cultural entre la tradición mozárabe, andalusí, y la castellana y andaluza. Unión patente en el hecho de que los poemas, estos zéjeles, pueden leer en el libro en castellano, claro, pero también en su traducción árabe. Edición bilingüe, pues, como señal de hermandad de lenguas y culturas, de líricas y sentimientos comunes, universales, al fin y al cabo, como son el amor, la naturaleza, etc., presentes en este poemario.
La métrica es la del zéjel en todo su recorrido, diecisiete composiciones breves, chispazos de alegría o inquietud, de mirada al mundo exterior e interior, un canto a la naturaleza -con un ruiseñor como símbolo recurrente, protagonista absoluto-, una loa a la belleza de la tierra andaluza, especialmente la zona en la que vive, el Estrecho, como en el zéjel VII (p. 36):
Hoja de almendro vacía
del ruiseñor que huía.
Alborada el estrecho,
tú habitas en mi pecho,
raíz de Andalucía.
Hoja de almendro vacía
del ruiseñor que huía.
Esta misma estructura repetitiva, propia de lo que estaba destinado al canto (casi cante tal vez…), es la que sustenta el libro. Como decíamos, se canta a la naturaleza con bellas palabras, hermosas aliteraciones como las de esta composición VIII (p. 38):
Ruiseñor de Berbería
que en el soto cantaría.
Lleva la luz de las olas
reflejos de carambolas
en el envés de sus estolas;
allí el ruiseñor cedería.
Ruiseñor de Berbería
que en el soto cantaría.
Obra sencilla, apasionada, integrada en la tradición más bella de Andalucía, la del zéjel, la de la poesía popular y tradicional, la que nos conquista con pocas palabras, como el cante jondo, pero de una luz e intensidad emocional que, sin embargo, no es nada fácil lograr.