Yo maté a Kennedy
Yo maté a Kennedy, sin ir más lejos, es un buen ejemplo de policíaco diferente y pleno de ironías y Planeta, sello que presentó en 1997 el estuche conmemorativo de los 25 años de Carvalho, no ha dejado de revisar tal legado. Parte de la atractiva oferta es su Autobiografía del general Franco, texto que aúna realidad y ficción y este año cumple otros treinta años de vida; Yo maté a Kennedy es otra cosa: en 1975, Francisco Alemán recordaba que por el kiosko “pasa la vida, hirsuta a veces, amable en ocasiones” y también que allí “todo es interino, todo es pasajero”.
Pues bien: ni la primera ni las restantes novelas de la `serie Carvalho´ son ajenas a este universo propio del ecuador del siglo pasado pero su interés, al igual que el de otros autores presentes en las `literaturas de kiosko´, es notable. Prueba de ello, es la concesión en 1979 del Premio Planeta a otra de las entregas de la serie: Los mares del sur, de la cual Carlos Pujol destaca, ya entonces, que, al igual “que en las novelas de años atrás”, Carvalho “tiene que enfrentarse con un doloroso nudo de conflictos humanos en el ambiente cruel y degradado que caracteriza a las historias del género llamado negro”.
El propio Pujol, así como otros estudiosos de este tipo de novela, consideran que la calidad de Yo maté a Kennedy o algunas de las historias posteriores del invento es inferior a la de Los mares del sur pero la que ahora nos ocupa, sencilla y aparentemente descuidada, es una historia de gran interés. Al fin y al cabo, la novela es el origen de toda esta oferta pero hay más: Yo maté a Kennedy es un relato significativo del panorama político y social internacional en tiempos de España profunda, el de las angustias en épocas como la del Franquismo tardío. Y, ¿su prosa?
La característica del mejor género negro de aquella sociedad. De aquella época. Una prosa al servicio del entretenimiento y, sin embargo, interesada en el conocimiento de causa. En el conocimiento de una realidad que dejaba mucho que desear en lo referente a los derechos humanos y la justicia, carencias que la novela no oculta. Todo lo contrario: Yo maté a Kennedy es un viaje incómodo e indispensable como acercamiento a dicha realidad, amén de un ejemplo de originalidad narrativa en tiempos duros de verdad.
Al fin y al cabo, se trata de las Impresiones, observaciones y memorias de un guardaespaldas. Pero no es, Carvalho, un guardaespaldas cualquiera.
Yo maté a Kennedy