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Walter Benjamin, Nombrar el Aura
Le dieron tanta importancia a ese ensayo, “La obra de arte en la era de su reproductilidad técnica”. A mí me lo hicieron leer en Historia del Arte como si fuera algo fundamental. Y en realidad no sé qué quiso Benjamin con ese ensayo. Dice que la obra de arte pierde su aura de unicidad, de originalidad, su alma en definitiva, porque se puede reproducir hasta el infinito. Pero no se sabe muy bien como tomar esto. O es un canto a la época moderna y su acaba con toda aura, con todo misterio, con toda originalidad, porque todo puede fabricarse y vulgarizarse para las masas. Porque todo se puede reproducir rutinariamente. O es la primera vez que alguien señala que las obras tienen aura, tienen un espíritu escondido, tienen un no sé qué que las define. Y que no puede fabricarse o trivializarse. O es el fin del alma en el arte o es la primera vez que se la señala por su nombre.
Es como Cervantes cuando escribe esa novela contra los caballeros y las novelas de caballerías. En teoría quiere ridiculizarlos y eliminarlos en aras del realismo y la modernidad, de los santos y de las ventas vulgares de La Mancha. Pero por otro lado provoca una nostalgia de los caballeros, una melancolía porque hayan perdido y desparecido, una evocación de sus valores y de sus sueños. Casi solo conocemos a los caballeros porque Cervantes habló de ellos. Y casi solo conocemos el aura de las obras de arte porque Benjamin habló de ella. Antes a nadie se le había ocurrido que las obras de arte tuvieran aura. Es Benjamin el primero que habla de ella, el primero que se fijó en ella, por contraste con la trivialidad consumista de la reproductibilidad técnica. Antes solo había una obra única llena del alma de su autor, y ahora hay millones de obras iguales gracias a la rutina de las máquinas. Y si pretende decir adiós y celebrar el mecanicismo moderno le sale el tiro por la culata. Porque lo que provoca es una melancolía infinita y una nostalgia del aura.
Pero en realidad es una gilipollez lo que dice. Porque no importa que se hagan millones de copias de una obra, la obra sigue siendo única. También se planteó eso un director de cine iraní, pero habría que decirle lo mismo. Qué importa que lo puedas copiar millones de veces. Pero millones de veces copias la misma idea, el mismo diseño, la misma forma. Y esa idea la concibió alguien lleno de alma, y esa idea es única y llena de alma. Porque no importan las copias físicas, lo que importa es la idea, el diseño. También puedes reproducir millones de veces el Quijote materialmente, pero el Quijote como narración sigue siendo único. Y sigue lleno de aura. Y sigue siendo único, y sigue siendo Cervantes.
Por tanto el texto de Benjamin no sé si indica algo sublime o una gilipollez. Que algo se puede copiar millones de veces, y qué. Pero ese algo sigue siendo único. Aunque se pierda el original material, el primer objeto. Pero lo que cuenta no es el objeto, es la idea. Y esa la creó alguien, y sigue siendo única. Pero cuando escribo todo esto pero me parece increíble tener que señalar estas obviedades. Pero la gente se ha vuelto tan pasmona, y reflexiona tan sesudamente sobre trivialidades, que es necesario señalar esto.
Qué importe que copies la Gioconda billones de veces. Y aunque destruyas el original en el Louvre. El aura no está en el objeto material, está en la idea, en la forma de la Gioconda, en la morbidez y el paisaje misterioso que rodean a la Gioconda. Y eso no está en ninguna parte destructible ni puede fabricarse. Entonces ¿de qué demonios estamos hablando? Claro que sigue existiendo el aura, ninguna máquina va a acabar con el aura. Pero en lugar de estar en un lugar físico estará en nuestra cabeza. Y estará en la genialidad de los artistas, que ninguna máquina va a fabricar nunca.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR