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Vida útil de la Biblioteca de Londres
José de María Romero Barea
De hacer caso al periodista británico Victor Sebestyen (1956), en algunos lugares, entre símbolos y signos, se aúnan literatura y vida, “no una forma de privilegio ni la flor de un día, sino una necesidad constante”. Si bien las mejores historias se cuentan por escrito, también se expresan a través de la luz, el tacto de las páginas, el material evanescente que evita que nos hundamos en la intranscendencia. En su artículo de febrero de 2020 para la revista inglesa Standpoint, el autor de Doce días: la historia de la revolución húngara de 1956 (2006) asume que la “vida útil” de los préstamos de la Biblioteca de Londres, lejos de haber caducado, no hace sino renovarse permanentemente.
En el 14 de St. James’s Square se nos permite experimentar la belleza de la comunicación, según el historiador anglosajón, a través de códigos y gestos compartidos, “una cacofonía de sol a sol” con la que la institución, fundada en 1841, a iniciativa de Thomas Carlyle, crea su propio vocabulario. Pasear entre los retratos de sus ilustres miembros (“Isaiah Berlin, Rudyard Kipling o Alfred Lord Tennyson, entre otros, junto a tres primeros ministros: Winston Churchill, Arthur Balfour o W.E. Gladstone”) nos conduce a un revelador momento de autoestima.
“Es un placer deambular por sus laberínticas pilas de libros sin un objetivo particular en mente”, sostiene Sebestyen. En silencio, nos hablan en voz alta los textos repletos de datos, intangibles los significados, esenciales las acreciones y adaptaciones en el desfile de espacios, ventanas a la lucidez, al deleite de vagar entre estanterías: “Iris Murdoch confesó que aquí tuvo una de sus primeras citas con su futuro marido John Bayley”. En una época de recortes y cierres de servicios esenciales, un bucle de erudición cumple su objetivo: dotar de sentido a la tradición, ayudarnos a respirar a través de sus anaqueles repletos de contemporaneidad.
Cita el biógrafo de Lenin (2017), de entre sus presidentes, al notorio poeta TS Eliot, que argumentó en 1952 que, “cualesquiera que sean los cambios sociales, la desaparición de la Biblioteca sería un desastre para la civilización”. Abierta a todos, mediante el pago de una suscripción anual, la institución londinense, independiente y autosuficiente, conversa con lo venerable. Construida con modestos presupuestos y generosas donaciones (“los viejos ascensores son ideales para el encuentro sentimental, ya que son lentos cuando no están estropeados”), sus funcionales repisas, limpias de desorden, constituyen todo un milagro atemporal.
Sevilla, 2020