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Parte II: Incentivos para la vida.
A la mañana siguiente cuando me levanté y fui a la cocina le vi sentado en una silla, seguía tapándose la cara, pero no tuve miedo. Me era tan familiar que no pudo intimidarme. Pensé que actuando como si no estuviera se iría, pero me equivoqué. Entonces le pregunté qué quería.
Su respuesta la supe sin que dijera una sola palabra: quería que despertase a la vida y dejara de llevar una vida rutinaria, que me divirtiese y llenase mi vida de ilusiones. Me recomendó que trabajase para vivir y no lo contrario. Era un amigo que me invitaba a ser feliz el resto de mis días y a hacer lo que realmente siempre deseara: invertir mis ahorros en una casa grande cerca de la playa, organizar reuniones con mis familiares y amigos, pedir más días libres en el trabajo para descansar e, incluso, hacer algún bonito viaje a un país tropical.
No era malo, era un católico obediente, entragado, amable, familiar y buen consejero, era un hombre lleno de cualidades buenas, de trabajo bien hecho, de orgullo por conocerme, de esperanza, pero también de tristeza, por estar realmente ausente, ser ya de otros espacios, no poder seguir viéndome.
Ese fantasma hizo más placentera mi existencia y aún hoy le estoy agradecida por abrir mis ojos a la luz una mañana en la que me sentía muy angustiada.
La depresión, que me llamen idiota, roben, maldigan, escupan y señalen, me hacía daño, él lo sabía, no le temía como puede que me hubiera pasado con algún cura, no le escapé, no perdería con él ni con nadie, pero el miedo siempre me pudo mucho y siempre escapo cuando le siento, aunque no tenga nada que perder.
Miedo que llenas mi ser de angustia y me hace correr, hacia la playa de Bhurxient o de Vhunticaetió, en direcciones desconocidas, y sin saber si Jesús estará esperándome, aunque creo que hasta la fecha siempre lo estuvo, incluso con los que todo el poder tienen sobre la faz de la tierra.
Gracias le doy, espero que siga porque soy tremenda, me gusta el experimiento y en ocasiones hago daño, me gusta avanzar derecho y no me importa que me llame pecadora, soy así, única, especial, pero me parezco a mi madre físicamente, a mi padre en la forma de ser y a nadie más, a mi misma en mis maldades que esconden la inocencia de un ángel, por eso nadie podrá hacerme daño, nadie me tocará el alma para depositarla sobre la llama, aunque ande más tonta, inútil y pierda, aunque sienta ganas de llorar con los demonios y de reír con los ángeles, aunque siga perdiendo la lotería y no consiga un novio adecuado y no decida como hacer mi trabajo porque todos desean hacerlo, todos mandan, a mí me tocó resistir para demostrar que les quiero, que les sirvo, por eso nadie podrá jamás tener el poder de maldecirme y sacarme de una vida llena de paz en un futuro junto a ese fantasma que me visitó y es una firme promesa de que me elevaré algún día.
Nadie me arrancará de mi fe, y si algún poder tengo, deseo que el que me haga daño, pague por ello, caro, que no me maten ni roben ni quemen, ni deseen mal ni desesperen, mientras voy aprendiendo que hay ciertas personas que debo apartar de mi vida, porque algún poder poseen, al menos para asustarme, Jesús bien dirá el resto de lo que me tocará en el reparto, lo siento mucho, en voz grave, sin pensar en las consecuencias obro, y ahora lloro porque ya no sé cual será mi porvenir, que hoy, en Saint Perscunteill, sólo a los santos verdaderos confío, porque no soy santa ni me fío de mí.
Fin.