Vendrá otro Juan Rana que en la boca se pondrá un dedo

Vendrá otro Juan Rana que en la boca se pondrá un dedo

Carlos J. Rascón

Vendrá otro Juan Rana que en la boca se pondrá un dedo

 Ron Lalá regresó a los escenarios tras el confinamiento en el Festival de Almagro con la comedia “Andanzas y entremeses de Juan Rana” con textos de Calderón de la Barca y Agustín Moreto, entre otros, en versión de Álvaro Tato y dirección de Yayo Cáceres.

La iglesia del antiguo Monasterio-Universidad de Nuestra Señora del Rosario, fundado por Fray Fernando Fernández de Córdova y Mendoza, el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro y, sobre todo, unos meses de confinamiento y un futuro más pardo que el hábito de un fraile, son ingredientes más que suficientes para que dé la risa floja, se saque la bota y comencemos a cantar desafinados, irreverentes y desvergonzados. Nada más serio para provocarnos la risa, porque lo cuestionable no es la risa, es lo que la produce. En algo así andaba Aristóteles, el mismo que encontraba divertidas las ejecuciones públicas.

Llevamos tanto tiempo sin reírnos en serio, que recuperar tras el obligado descanso las “Andanzas y entremeses de Juan Rana” de Ron Lalá, es el bálsamo de Fierabrás que permite la sonrisa tras la mascarilla. La inquisición acusa a Cosme Pérez de sodomía, pero acaba juzgando a Juan Rana por comediante, en un enredo entre intérprete y personaje en una censura que siempre anda persiguiendo a quien se pone bajo el foco.

Juan Rana, el personaje teatral del siglo de Oro, traspasa las fronteras del tiempo, más allá del Cosme Pérez humano y real, para ser objeto de burlas y chanzas de nuevo, para ser el alcalde ridículo capaz de condenarse a sí mismo o dictar los bandos más grotescos. Juan Rana, careta amable, para burlarse de nuestros temores y miedos en una contraposición entre fe y risa, que acaba convirtiéndose en una trampa en la que todos acabamos burlados. Los textos de Calderón de la Barca, Agustín Moreto, Jerónimo de Cáncer o el imprescindible autor Anónimo, sirven para acusar al personaje de risa deshonesta, blasfemia, desacato, irreverencia, provocación, espíritu crítico, contumacia en el pecado nefando y hereje a la fe seria y verdadera.

El propio Calderón o Velázquez acuden como testigos a esta burla en la que Juan Rana podría andar disfrazado también de inquisidor mayor, auténtico motor de la comedia en un personaje que con histriónica crueldad y locura ejerce de un Payaso Carablanca en la mejor tradición de los grandes clowns, un papel en el que Íñigo Echeverría es uno de los grandes maestros. Frente al coro de Augusteos y Contra-Augusteos, el Inquisidor se convierte en el motor de la acción representando la ley, el orden, la represión y el mundo adulto. Sin su presencia, no existe la risa y sobre sus espaldas, Álvaro Tato vuelve a construir un universo de capas superpuestas de significados en el que muestra una zanahoria con la derecha mientras esconde el palo con la izquierda. Da igual si se mira el dedo o se mira la luna.

Entre canciones y chirigotas, redondillas y astracanadas, anda en juego el dedo en la boca de lo políticamente correcto, la autocensura previa y el miedo al chiste fácil sin complejos, la libertad de opinar y de burlar frente al tribunal social de los correctos. A pesar de todo, la capacidad del cómico de reírse hasta de su sombra y de todos los estamentos. El contrahecho bufón que se burla del galán y del alcalde, de la belleza y del poder. Una gran oda burlesca al poder ridículo, pues como en el cuento infantil, el rey siempre estará desnudo. Sin la risa, todo es demasiado trágico.

Un torbellino de acción, canción y reacción que consigue que la comedia pueda romper la barrera de las mascarillas tras las que se esconde el público y que todavía anda asimilando esta nueva condición de espectador solitario y distanciado. No debe ser fácil para un cómico enfrentarse a un público que no gesticula y al que no se le ve la sonrisa. Comedia necesaria que continuó en el AUREA hasta después de que las Andanzas y entremeses de Juan Rana se hubieran dado por concluidas, pues las filas se aplaudieron y burlaron unas a otras en estas ordenadas salidas impuestas por la COVID.

Y de regreso a la calles, cercanas las diez de la noche, con los cuarenta grados de Almagro y el sol resistiéndose a ponerse, como en un espejismo, creo ver a Juan Rana actuando en la televisión de un salón doméstico. Esto no parece un chiste. Anda con flequillo rubio y dice ser presidente…

Texto: José An. Montero

Fotos: Pablo Lorente – Festival de Almagro

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