UN PIANO PARÓ A RUSIA

UN PIANO PARÓ A RUSIA

Antonio Costa Gómez
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UN PIANO PARÓ A RUSIA

   Hace años viajé por Finlandia. Y recordé como ese país callado resistió a sesenta divisiones soviéticas. A pesar de que la Rusia de Stalin consideraba que Finlandia era suya. Finlandia me pareció un piano melancólico y entusiasta contra los tanques rusos.

    Me pareció que escuchaba el piano en la nieve en Laponia. Me pareció que lo escuchaba ante el sol desvelado de medianoche en Helsinki. Me pareció que lo escuchaba en aquella iglesia menuda y mágica de madera perdida en un rincón de Finlandia. Había que tomar dos trenes y luego caminar varios kilómetros por la región de los lagos.

    Me pareció que escuchaba el piano cuando visitaba aquella iglesia medio metida en la roca en Helsinki. Cuando paseaba por la plaza del mercado junto al mar en medio de las tiendas de los pescadores. Cuando visitaba las casas de madera de los escritores en aquel barrio de la capital junto a un lago. Cuando caminábamos por las calles misteriosas y mágicas de Rauma. Cuando escuchaba las melancolías de aquel borracho elegante en una sala subterránea en Oulu.

     Toda Finlandia me pareció que tocaba el piano. Incluso aquella vieja que se escapaba de los funcionarios en los bosques del norte y civilizaba a unos bandidos. Incluso ese hombre de Paasilinna que escapa de las persecuciones de todos y se hace amigo de una liebre que encuentra.  Incluso aquellos viejos que bailaban patéticamente en Rauma mirando en la televisión el festival de tango finlandés.  Y Vainamoinen que no renuncia con varios cientos de años a seducir a la doncella de Pohjola en el agua y a desplegar su vida silenciosa e inagotable. Incluso Vainamoinen que sigue latiendo rebelde a pesar del tiempo y los prejuicios.

     Sentí que toda Finlandia tocaba el piano. También aquella jovencita llena de vida que muere tan joven y anónima junto a un lago, de aquel escritor, después de persecuciones y doctrinas. Incluso ese sol misterioso y vivo de una primavera extraña en el norte que trazó aquel pintor. Incluso los muertos que riegan sus plantas más allá de la muerte viva de ese mismo pintor. Y los personajes melancólicos de Kaurismaki que aceptan que una mujer despiadada amiga del gánster se aproveche de ellos con tal de disfrutar con ella precariamente el atardecer.

     Y aquella anciana de Turku que cosía metida en el tiempo. Aquellas casas agazapadas en medio del tiempo y aquellos fantasmas que pulsaban la vida en el tiempo. Y mis ojos que se acentuaban al mirar el silencioso vibrar de las barcas en los lagos. En esos millones de lagos íntimos en que se resuelve Finlandia. Y estar de noche tan despierto en Laponia y notar que la vida sigue a nuestro lado a pesar de todo. Y la aurora boreal que nunca apareció pero que me ilusionaba a cada instante.

    Sentí que toda Finlandia tocaba el piano o era un piano secreto. No tocaba grandes sinfonías ni levantaba grandes catedrales. Pero abría una iglesia natural en una roca o levantaba una iglesia de madera devota y silenciosa junto a un lago. Y no era un país que hubiera creado imperios, que hubiera invadido otros. Era un país donde millones de seres silenciosos y melancólicos desarrollaban su vida mágica junto a millones de lagos. Y se defendían de las invasiones porque se escondía con su vida junto a los millones de lagos secretos. Y los tanques rusos se perderían entre los lagos secretos.

Antonio Costa Gómez

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