Un negocio lucrativo

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En ‘Miedo’, la periodista Patricia Simón analiza los temores en los que vivimos y señala a quienes se lucran con su instrumentalización.

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La no-ficción periodística en español goza de un excelente estado de salud. Durante la última década, prestigiosos escritores han encontrado en este género la posibilidad de abordar la realidad en profundidad a partir de extensas crónicas en formato libro. Con su primera obra, la periodista Patricia Simón reafirma su condición de gran reportera y analista. A medio camino entre el ensayo y la crónica, Miedo, viaje por un mundo que se resiste a ser dominado por el odio (Debate, 2022) analiza los temores que definen la coyuntura actual. Este análisis ha permitido a Simón seguir la senda del dinero e investigar quiénes se lucran o benefician con la instrumentalización de los miedos.

El cronista trabaja en contra de la versión oficial, contra el comunicado de prensa y contra la simplicidad, afirma el escritor Jorge Carrión, quien en pleno confinamiento publicó Lo viral, dietario fake en el que reflexiona sobre la cultura contemporánea y la viralidad digital. Al igual que Carrión, la periodista malagueña utiliza la pandemia como punto de partida para cuestionar la visión hegemónica. En un mundo de inmediatez, de titulares sensacionalistas y los productos periodísticos enlatados, paradójicamente, la no ficción encuentra su lugar.

Una visión confrontada  

miedoEl día en que las personas sin techo se hicieron visibles, las administraciones se apresuraron a colocarlas en polideportivos. A mediados de marzo de 2020, el confinamiento había vaciado las ciudades dejando a los que no tenían hogar en evidencia. No se los apartó para protegerlos de la inclemencia del virus sino por temor a que pudieran ser un foco de contagio. La pandemia puso de manifiesto y enfatizó la inestabilidad de nuestra sociedad. Entonces resurgieron con más virulencia los mismos temores que sentimos en 2008 con la caída de Lehman Brothers y la bancarrota de la economía de buena parte del planeta.

Durante aquellos primeros días de confinamiento algunos se animaron a pensar una sociedad alternativa, un cambio de orden social en el que el Estado regulaba el mercado de una manera más igualitaria. Sin embargo, la falsa idea de que el virus no distingue entre pobres y ricos cayó por su propio peso. El sistema se reafirmó en sus diferencias. Desde el año 2001, con los atentados a las Torres Gemelas en Nueva York, hemos sido testigos de cómo las declaraciones de estados de emergencia terminaban con la incorporación de restricciones en los códigos penales. La pérdida de derechos, la inestabilidad económica y la dificultad de vislumbrar un futuro previsible ha instaurado el miedo en nuestra sociedad. Ante una emergencia global, el Gobierno tomó las riendas y declaró el estado de alarma. A favor de un supuesto bien común aceptamos la instauración de un sistema coercitivo.

Patricia Simón aborda la situación actual a partir del análisis del miedo al otro, el miedo a la pobreza, el miedo a la soledad y el miedo a la muerte. Sin embargo, no se conforma con diseccionar la realidad sino que hace un ejercicio de introspectivo en el que reflexiona de forma crítica sobre su posicionamiento y el papel que juega el periodismo en la situación actual. La reportera de La Marea, especializada en derechos humanos y enfoque feminista, explica que no basta con contar las muertes sino que hay que decir quiénes las provocan. De esta manera se contrarresta la impunidad judicial. El periodismo puede sembrar otro tipo de justicia.

En la base del género de no ficción está el intenso reporteo que recupera la tradición del periodismo de investigación sobre el terreno. Valiéndose de estrategias narrativas reformula los temas abordados y ofrece una visión sesgada que inquieta al lector ofreciéndoles matices y contrastes inesperados. La mirada atenta y reposada de Patricia Simón desenmascara las estrategias de dominación que el sistema intenta perpetuar. El neoliberalismo ha naturalizado la idea de que unas vidas valen más que otras. La creencia de que aquellos que hacen más méritos serán premiados es una falacia en un sistema en el cual la distribución de la riqueza, y por tanto de las oportunidades, es desigual. En un mercado altamente competitivo, la lucha por la supervivencia es constante. Algunos tendrán mucho y otros tendrán que lidiar con lo que sobra.

La estrategia de la división

Una vecina de Barcelona explica la dificultad de mantener a flote su propio negocio, un bar que apenas le brinda recursos de subsistencia y que mantendrá abierto hasta que pasen los cinco años que le faltan para jubilarse. Pero su verdadera preocupación es su hijo de 30 años, que pese a haber estudiado Publicidad no encuentra la manera de emanciparse. Pese a que sus padres vinieron del pueblo en búsqueda de oportunidades e intenta ser empática con la inmigración, esta señora no puede dejar de pensar que son los jóvenes inmigrantes los que están ocupando los puestos de trabajo a los que su hijo aspira. Hechos como estos llevan a la periodista malagueña a preguntarse hasta qué punto el relato que ha generado el periodismo está distorsionando la realidad. El imaginario del enemigo está muy presente en nuestra sociedad. Las personas migrantes son vinculadas con la delincuencia y la usurpación de recursos del territorio tales como el trabajo y las ayudas. El inmigrante se ha convertido en cabeza de turco, aquel a quien se puede culpabilizar por la incapacidad de los dirigentes políticos para dar respuesta a los grandes desafíos de nuestro tiempo. El poder se sirve de esos falsos enemigos para sostener un sistema de élites en el que la fuerza represiva es un instrumento de dominación. La desigualdad y la libertad son dos conceptos opuestos. La precariedad propicia la explotación de los grupos sociales más desfavorecidos, lo cual configura una categoría de subciudadanía: los desechables.

Tal como afirma Simón, la búsqueda de refugio es uno de los grandes temas del siglo XXI. Los desplazamientos forzosos a causa de la guerra, el cambio climático o el empobrecimiento son cada vez más frecuentes. El cansancio de ver que el horizonte no mejora se adueña del ánimo de la población, que lucha infructuosamente por mejorar su condición. Los ciudadanos se sienten amenazados. Bajo el dominio del miedo es imposible conservar la curiosidad, una actitud imprescindible para entender al otro, aquel que piensa diferente.

La idea de que el progreso propuesto por el sistema capitalista traería grandes avances sociales se evidenció como fraudulenta en durante la crisis del 2008 y se volvió a poner en evidencia durante el confinamiento. Aunque algunos se nieguen a admitirlo, la estabilidad y el ascenso social son un espejismo. Es más fácil señalar al pobre que asumir que nuestro sistema de creencias neoliberales es responsable de perpetuar las desigualdades. Embrollar el debate público es lo que está haciendo la derecha y la extrema derecha para ocultar las evidencias de un sistema el provoca el empobrecimiento de la mayoría en pos del enriquecimiento de unos pocos.

Pasar de una crisis a otra es la mejor manera de evitar temas engorrosos como la defensa del medio ambiente, los servicios públicos, el acceso a la vivienda y otros tantos temas que pueden postergarse ante la urgencia de los acontecimientos. La inestabilidad y la precarización del empleo se ha multiplicado en la última década y afecta tanto a las ocupaciones más prestigiosas como a las socialmente más desprestigiadas, y paradójicamente imprescindibles para nuestra supervivencia, como son los cuidados y la producción de alimentos. La pandemia ha evidenciado el papel fundamental que la ciencia y la tecnología juegan en nuestras vidas. Los estados son incapaces de controlar a las grandes corporaciones tecnológicas cuyo negocio se basa en el control de la información y de los datos de los usuarios.

El reconocimiento de nuestros iguales

La curiosidad por la vida y el asombrado enamoramiento son opuestos al desinterés que se extiende por nuestra sociedad. Cada persona vela por su propio bienestar sin importar lo que le sucede a su vecino. Durante los primeros meses de la pandemia pudimos asistir a la segregación de las personas mayores a quienes se les impidió salir de las residencias. En muchos casos se las condenó a la agonía de la asfixia y el dolor por la falta de tratamientos paliativos, sin el consuelo de saberse acompañados por sus seres queridos. La muerte por Covid de casi treinta mil personas en las residencias españolas ha sido un desgarrador recordatorio del valor que tienen algunas personas. Hay vidas que tienen más valor que otras.

La historia de Paloma y Gustavo es otra de las tantas historias que recoge Patricia Simón en Miedo y es, también, el reflejo de la impotencia a la que nos enfrentamos día a día. La pareja madrileña se despidió en la puerta del hospital de la Princesa donde Paloma entraría para ser inducida en un coma profundo con pocas esperanzas de vida. Gustavo se quedó veintitrés días solo mirando por la ventana de su casa, justo enfrente del hospital. El problema de la soledad no se limita a estar solo físicamente, sino a sentir que no le importas a nadie o a casi nadie. Como fue el caso de las personas mayores abandonadas en las residencias españolas. La soledad y el amor están estrechamente ligados. Podemos estar acompañados de nuestros dispositivos móviles pero no por ello sentirnos valiosos. Las personas somos interdependientes y necesitamos el reconocimiento de nuestros iguales. Tal como sostiene Patricia Simón, para empezar a construir el bienestar social necesitamos dejar de competir, hacer una pausa y aparcar nuestras urgencias para reconocer al otro, conversar y construir nuevos significados y pareceres de forma conjunta.

Vivir sin temor a la muerte, vivir sin temor a la vida

El culto a la juventud y el temor a la muerte son el resultado de la influencia de la publicidad. La juventud se ha instaurado como medida universal de belleza, mientras que la vejez se relaciona con la figura del abuelo y la abuela: seres sacrificados y sumisos al servicio gratuito de las necesidades de las familias. Nuevamente la lógica del descarte sitúa a la vejez en los confines del sistema. La muerte se presenta como una interrupción de todo lo que no se ha podido hacer. La misma publicidad se encargó de instaurar el sentimiento de insatisfacción ante la vida vulgar que llevamos, en comparación con los que nos muestran los medios de comunicación.

La muerte y las cosas malas siempre parece que le suceden a otras personas. Sin embargo, durante la pandemia el miedo a morir empezó a rondar nuestra puerta. El virus nos hizo conscientes de nuestra propia fragilidad. Queríamos que la sensación de sabernos efímeros nos incentivara a vivir cada momento con plenitud, pero el miedo tiene un efecto paralizador especialmente para aquellos que tienen quien vele por su integridad. Mientras que aquellos que tienen que salir a buscar los recursos de subsistencia no tienen más alternativa que afrontar su relación con la muerte.

En este contexto de comunicación tendenciosa y polarizada el periodismo tiene un papel fundamental. Patricia Simón remarca la importancia de un periodismo humanitario que desde la honestidad luche por la veracidad de la información y el compromiso en la búsqueda de reconocimiento del otro a través del diálogo. Recoger las diversas voces, incluso aquellas cuyo discurso no compartimos, nos ayuda a entender y ampliar nuestra mirada. Ha llegado el momento de desenmascarar la maquinaria financiera que utiliza el odio, la mentira y la manipulación para mantener sus privilegios y seguir ensanchando la desigualdad. Recuperar la ética de la felicidad es imprescindible es la manera de conquistar una vida plena, interesante, emocionante y apasionada. Urge romper con la dinámica que alimenta el miedo y en este contexto el periodismo reposado tiene una gran responsabilidad.

Foto: WikiMedia Commons

Santiago Gorgas (Argentina 1974). Escritor y crítico.

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