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UN GALLEGO E ISABEL II
Hace pocos años iba en tren desde Edimburgo a Inverness. Y en cierto momento le dije a Consuelo: Mira, ahí está la finca de Balmoral, donde pasa largas temporadas la reina Isabel II. La propia residencia estaba lejos, no se veía más allá de los bosques. Pasamos en el tren mirando con mucho interés esa espesura fascinante en Escocia.
No sé si lo que se ve en la serie famosa “The Queen” es todo cierto, pero recordé cuando la reina apunta a un ciervo delicioso a lo lejos. Se queda mirándolo maravillada y al final no le dispara. Y una reina que no le dispara a un ciervo porque es la hermosura y la gracia, y todo el encanto de la naturaleza, tiene toda mi admiración.
Pensé en bajarme allí, que los guardianes me dejaran pasar, que consiguiera llegar hasta ella, como una vez llegó un hombre al Palacio de Buckinghan solo para verla dormir. Y estuvo hablando con ella y no le hizo ningún daño, aunque todas las instituciones se espantaron.
Pensé en regalarle un libro, podría ser el “Tao The King”. Ya que ese libro hablaba de ser flexible y respetar la vida y no intervenir. Pero tal vez podría ser la versión europea del Tao Te King, “El principito” de Saint Exupery, donde un rey manda al sol ponerse cuando es la hora de ponerse. Se trataba de respetar los ritmos de la vida y el fluir de la naturaleza. Pero eso era cuando existía la naturaleza. Ahora que todo es artificial y fabricado, y maneado y calculado, quién sabe qué habrá que hacer con este mundo. Cuando se vuelve descompensado, angustioso y vacío.
Pero pensé que tal vez ella me regalaría el libro a mí. Porque ella supo no interferir y dejar ser a Gran Bretaña con todas sus contradicciones. Hablamos tanto de la flema británica. Per una flema en que cabe tanta observación y flexibilidad, un país en que conviven Dylan Thomas apasionado con Somerset Maugham elegante o los punks desgañitándose tiene mucho de atractivo. Los británicos conquistaron el mundo pero también se dejaron conquistar por los países que colonizaron, como Roma hizo con Grecia. Y tal vez su té de las cinco tiene mucho que ver con la ceremonia del té en Oriente, y ellos tengan mucho de orientales. Pensamos en ellos con montones de ceremonias. Helen Mirren, que interpretó a la reina en la película de Stephen Frears, rechazó una invitación de ella para tomar el té. Yo lo interpreté como arrogancia. Pero tal vez fue por timidez, tal vez no sabría qué hacer delante de la reina de verdad. Y esa reina que no sabía como tomar las acusaciones de frialdad ante el mito de Diana de Gales, asombrada en su supuesta impasibilidad, tal vez la intimidaba.
En “O delirio do lume” inventé que un anarquista secuestraba al rey Juan Carlos de España en las afueras de Compostela y hablaba con él apasionadamente de metafísica y de literatura. Quería comprender las cosas y pensaba que Juan Carlos le ayudaría a hacerlo, era acceder a otro punto de vista. Mandé ese libro al rey y me contestó con mucha cordialidad el jefe de la casa real. Tal vez hubiera hecho lo mismo, el mundo es sorprendente, la reina Isabel II si le mandara unos poemas desde Chantada. Admirando encantado su dejar libre al ciervo en la finca de Balmoral.
Edmundo Spenser mandó a Isabel I “La reina de las hadas” . En él puso a la Reina Virgen como inspiradora de las mejores virtudes en los caballeros (también inspiraba a los piratas, pero tal vez son otro tipo de caballeros). Yo podría llevarle el Tao Te King. a Isabel II cuando me dirigía al lago Ness. Donde el Monstruo Inasequible no quiso hablarme (a no se que lo hiciera sin darme cuenta). Pero quizás mejor me lo daba ella a mí, porque yo no he sabido dejar fluir mi vida y me angustié demasiado. Ella mejor me enseñaría a mí delante de un ciervo en Balmoral. Ella tuvo su satori dejando escapar a aquel ciervo. Tal en eso ella y yo nos entenderíamos.
Antonio Costa Gómez Foto: Consuelo de Arco
UN GALLEGO E ISABEL II