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TRINIDAD GAN (Granada, 1960)
Sus primeros textos aparecen en “Antología” (Colección Genil-21, 1996), “Nuevas voces de la literatura en Granada” de Junta de Andalucía y Fundación Caja de Granada (1998) y en “Plumas femeninas en la literatura de Granada (siglos VII-XX) de Amelina Correa, Universidad de Granada, en 2002.
Sus poemas aparecen en revistas, recientemente “Litoral”,”Crátera” (2018) o “Fábula” y Nayagua (2019), en antologías como “Todo es poesía en Granada” o “Granada no se calla” y “Caballo del alba” de 2018. Ha publicado reseñas en Círculo de poesía, Noches áticas, Los diablos azules y La Galla ciencia.
En 2009 fue accésit en Premios del Tren con “El fugitivo” y en 2014 es invitada al Festival Internacional de Poesía de Costa Rica.
Su último libro “El tiempo es un león de montaña”, XX Premio de poesía Generación del 27, está publicado por Editorial Visor.
Otros poemarios: “Las señas del pirata” (Cuadernos del Vigía),”Fin de Fuga”, XX Premio de Poesía Ciudad de Cáceres (Visor,2008),“Caja de fotos”, XII Premio “Surcos”( Renacimiento,2009),“Receta para el fuego (Antología, Costa Rica) y “Papel ceniza”(Valparaíso,2014).
Perspectivas
A veces el poema es un espejo
y su fondo delata.
Allí contemplo ahora
la imagen invertida de mis manos,
su arbórea arquitectura
de venas, de cartílagos, de uñas.
Las manchas diminutas donde traza
su oscuridad fugaz lo ya vivido.
El reverso de líneas incompletas,
de huellas diferentes que tantean el mundo.
Esa cóncava hondura con que esperan
la caricia del agua.
Son mis manos, las mismas manos
que con cuidado intentan
romper la cáscara de cada día,
sostener solamente su centro luminoso.
Las que tratan, al escribir palabras,
de despojar sus dedos de la sombra
como si fuese un guante ya gastado.
Pero detrás de ellas, en el punto de fuga
trazado en el azogue del cristal,
se dibuja un paisaje con patíbulo:
la escalera, los postes, la trampilla
y el balanceo rojo de una soga.
Me estremezco al pensar si muchas veces,
mis propias, inconscientes, viejas manos,
aunque no hayan movido la palanca,
han apretado el nudo.
23 segundos
Una mujer corre bajo la lluvia.
Con cada paso explota las burbujas
que el aguacero traza en el asfalto.
Huye, aunque no ve quién la persigue.
Sólo vaga en el viento la sospecha
de una respiración cada vez más cercana.
La nota en las ráfagas de los coches,
en el súbito aullar de una ambulancia,
en el lejano y rojo balbuceo
de la otra acera, rostros con semáforo.
La noche cambia a verde sus ojos de felino.
Cuando cruza la calle
y espera en la parada, sola,
cree encontrar al fin refugio
tras el cristal donde gotea,
en puzle roto, su propio reflejo.
Aún vigila, a su espalda,
por miedo a descubrir una sombra al acecho.
¿O tal vez era sólo ella misma
ese animal mojado que parecía cercarla?
Cierra los ojos y desaparezco.
Nadie va abriendo en ondas
la multitud del agua.
No hay una sola piel que sea idéntica.
La diferente forma de sus manchas
compone un alfabeto de lo ajeno.
Me acerco con cuidado a estas letras.
Palpo la multiplicada escritura
de lo que sea el mundo.
En otros cuerpos leo ahora
lo poco o mucho que sabré de mí.
Y el león de montaña se desliza,
como un gato feliz, bajo mis dedos.
Lluvia
El ruido de la lluvia
repicando insistente
sobre el metal lejano de las chapas
bajo el que duerme el sueño, roto, del extrarradio.
El ruido de la lluvia
vuelto gota muy lenta
que resbala por el cromado negro
de ese coche aparcado frente a un hotel de lujo.
El ruido de la lluvia
trazando un agujero
y otro más y otro más sobre una caja
hasta calar la bota que asoma de sus bordes.
El ruido de la lluvia
punteando las sílabas
a tu espalda, en el cristal cerrado
donde apenas resguardas poesía y conciencia.
El ruido de la lluvia…
(de “El tiempo es un león de montaña, Visor, 2018)