Tres Meditaciones Tristes

Tres Meditaciones Tristes

Antonio Costa Gómez
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Tres Meditaciones Tristes

 TODO SE MUERE

   Las mentes se mueren, se hacen mecánicas. Todo responde a mecanismos, a fórmulas. Incluso las obras de arte, los libros, las conductas. Ya nada está vivo. Todo es exterior y conductista. Todo se fabrica según las pautas de cada temporada, según las modas, según los planes quinquenales.

    La gente cree que todo es algún tipo de máquina. No cree en la vida. Nada surge de la inspiración, del espíritu, del misterio. Nada surge de la libertad más íntima, de la imaginación. Todo ha sido fabricado por alguien, planeado por alguien. Todo lo controla alguien. Ya no tenemos intimidad radical, nada tiene intimidad radical. Todo surge de algún mecanismo. Y por eso todo está muerte.

   Y como negamos la vida todo se muere. Lo sometemos todo a mecanismos, pautas, reglas, clasificaciones. Y todo se deseca y se muere. Como las mariposas cuando se clavan con un alfiler en un tablero. Como todo lo que se clasifica y se encierra. Como todo lo que se mete a la fuerza en un nombre, en una explicación pobre.

   Todo se muere. Nuestras vidas, nuestras creaciones, nuestros acompañantes. Los juegos muertos de los niños. El mundo entero que se reduce a algo virtual y mecánico, a imágenes estridentes en un ordenador.  Los locales dejan de tener vida y personalidad y responden al diseño frío y muerto. Las casas se mueren al encerrarse en el diseño frío y muerto. Incluso los besos se mueren, porque siguen el diseño, las reglas.  Por eso todo se muere.

    Y nos colocamos cada vez más en un mundo muerto  y automático y creemos que estamos progresando. Y el que quiere la vida es un retrógrado. Y todo se muere y todos decimos: qué bien, estamos a la última. Qué progresistas somos.

  • TODO SE PONE MÁS RÍGIDO

La locura viva y creativa ya no funciona. Nos encerramos dentro de las doctrinas y los puritanismos. Nos metemos dentro de lo políticamente correcto, siempre estamos decidiendo lo que es correcto. La vida no lo sabe muy bien, pero nosotros decidimos por ella. La vida es cambiante y flexible, pero nosotros nos ponemos rígidos. Y todo lo rígido se rompe, ya lo decía el Tao Te King, pero entonces inventamos otra rigidez. Y así sucesivamente, no nos gusta la vida flexible. O nos da vértigo, o tenemos miedo en ella. Mejor que todo esté decidido de antemano, que no tengamos que decidir nada. En eso tenían razón Sartre y los existencialistas. Existir es un peligro, la libertad de elegir es un peligro. Mejor que decidan otros rígidamente, como en La naranja mecánica de Anthony Burgess. Mejor lo mecánico y la dulzura fabricada mecánicamente.

    Siempre hemos tenido miedo a la vida y su infinitud. A su vértigo, a su imaginación interminable. A que la vida no se acaba nunca, como París. Pero queremos que se acabe. Que todo esté establecido, controlado, decidido. Que no haya que inventar nada, que no haya que recibir lo que suelten nuestros manantiales más íntimos. En realidad lo íntimo es un peligro terrible, ya lo veía Emily Dickinson. Al menos la rigidez no da miedo, sabemos a que atenernos. Y si nos ponemos nosotros mismos las cadenas, las normas mecánicas y faltas de inteligencia viva, nos domamos a nosotros mismos. Porque Dios sabe lo que sale de nosotros. Porque nuestro interior es un abismo o un volcán, lo sabían Petrarca y San Agustín. Petrarca que un día rompió con todas sus pedanterías en una montaña solitaria. San Agustín que un día sorprendió las paradojas del tiempo dentro de sí mismo y sintió una nostalgia infinita en un balcón junto a su madre. Como cuenta en las Confesiones. Y realmente se confesó, porque confesarse es un vértigo.  Pero la gente prefiere la rigidez y el seguir las doctrinas externas que nos domestican.

  • TODOS LO SABEN TODO

   Todos lo saben todo. Porque creen que solo existe lo poco que ellos saben. Ya lo decía Montaigne. El mundo se reduce a su cabeza. Todo lo que ellos no saben según ellos no existe. En la práctica no existe. He visto gente burlarse cuando les hablaban de algo que ellos no conocían. Todo lo que ellos no saben es ridículo, no existe.

    Los que saben mucho siempre dicen que no saben nada. El “solo sé que no sé nada” de Sócrates es el principio de toda sabiduría. Es admitir que hay infinitos mundos fuera de nuestra cabeza, que hay infinidad de cosas que no caben en nuestra pequeña mente. “Hay muchas más cosas en el cielo y en la tierra, amigo Horacio, de las que caben en tu filosofía”, exclamó Shakespeare.  Y los maestros zen desconcertaban a sus discípulos para que vieran que no sabían nada.

      El ignorante y el zafio lo saben todo, porque el todo es tan pequeño para ellos. Es tan miserable, es tan poco. Lo mismo si mi tía dice que lo sabe todo sobre la sopa. Aunque hay tantas sopas distintas.  Pero casi todos creen saberlo todo porque encogen el mundo. Pobre mundo sobre el cual los ignorantes lo saben todo.

    Pero también vale para los ideólogos para los cuales su ideología lo explica todo. Para los doctrinarios que creen que la vida entera cabe  en su doctrina. Y lo saben todo porque saben dos o tres fórmulas. Para los cientificistas que creen que todo tiene explicación una explicación mecánica y ramplona. Para los que niegan todo encanto y misterio.  Para todos los que se encierran en una religión, en una ideología, en un partido político, en un catecismo. El mundo no cabe en ningún catecismo.  Ni en ninguna fórmula, sea de Einstein o de la tía Romualda de la esquina.

ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR

Tres Meditaciones Tristes

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