Tres Meditaciones Furiosas  

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Antonio Costa Gómez
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Tres Meditaciones Furiosas

1)Y QUÉ PASA CON LAS PREGUNTAS INFRECUENTES

   Ahora contactas con una empresa para plantearle un problema y en lugar de contestarte una persona viva que interactúe contigo te pasan a Preguntas frecuentes. Y las preguntas frecuentes son cuatro tópicos en los cuales no entra tu problema.  Porque la vida es tan amplia que no cabe en ningún programa ni en cuatro preguntas frecuentes, repetitivas y muertas.

     Es el empobrecimiento progresivo, la idiotez progresiva. Y eso les parece progresar. Nos idiotizamos y nos empobrecemos sin fin, pero eso es un progreso. Te meten dentro de cuatro categorías y si no cabes en ellas te jodes. Simplemente no existes. Así se trivializa todo, se hace todo miserable.

    Y sobre todo no te contestan. Si tu pregunta no está en las preguntas frecuentes te quedas sin respuesta. Y les importa un pimiento. Masifican a la población entera en cuatro variables y todo lo demás desaparece. El empobrecimiento constituye un progreso.  En lugar de personas, máquinas repetitivas y tontas. En lugar de la pregunta infinita, cuatro preguntas bobas y encerradas.  Pero eso les ahorra gastos. Aunque sea a costa de ignorarte y matarte.

     Un día de estos te acercarás a tu novia a preguntarle algo y ella te remitirá a Preguntas frecuentes. Te dirigirás a tu padre y este te reenviará a Preguntas frecuentes. Y tú , que estás vivo, que cada pregunta que haces es única e infrecuente, que no cabes en ningún cajón estúpido y frecuente, ya te puedes despedir de ti mismo.

     Pero progresemos en la masificación, el empobrecimiento y la tontería. Progresemos en la automatización y la muerte. Que vivan las cadenas, y sobre todo las cadenas que me ahogan la mente.  Suelta alguna pregunta frecuente codificada o múerete.

2) YA NI NOS QUEDAN LAS ACERAS

Tres Meditaciones Furiosas     Ya ni nos quedan las aceras. Las invaden las bicicletas, los patinetes, los artefactos variados, qué sé yo. Ya no está uno tranquilo en ninguna parte. Éramos países civilizados porque inventamos la acera,  el alcantarillado y el timbre para llamar a la puerta. Pero las aceras ya no son nuestras. Atropellan a las viejas, pero también me atropellan a mí  si no me aparto a tiempo. Los tipos con la puta rueda que apunta a la derecha, apunta a la izquierda. Y los putos tecnólogos pijos y cursis que no quieren usar sus piernas.

     No, ya no hay civilización que valga. De los vehículos en las aceras se pasará a cagar en los pasillos, no hay tanta diferencia. El caso es no dejar sitio a los seres humanos que aún flexionamos las rodillas no mecánicas. Y el llamar a las puertas también se acabará. La gente usará artefactos que pulvericen las puertas, qué anticuado es llamar al timbre. Desde luego soy un carca increíble. Y creer que puedo tomarme un vino en el balcón sin que me venga un dron gilipollas y tecnológico que me rompa la copa.

   Ser humano es tan anticuado. Ya me da vergüenza decir que leo a Proust y que uso mis piernas. Las piernas ahora solo son para hacer cuatrocientos millones de ejercicios en la bicicleta estática, o para moverse por la escalera inmóvil. Qué anticuado es pasear por el bosque, caminar  por una acera de esas que había antes, cuando no las invadían los vehículos. Ibas por las aceras y podías pensar en la metafísica y contemplar a las chicas guapas. Ahora a la mínima te puede llevar una bicicleta, un patín galáctico, un artefacto de diseño.

       Y la propia vida se hace anticuada. Ya es anticuado latir, mejor soltar sonidos metálicos. El ser humano es una especie superada, que vivan los robots y la tecnología.

3)  YA NO SE ENCUENTRAN PERSONAS

    Llego a una pensión en un pueblo y la tipa me dice que cuando llegue aplique un código en una máquina y se abrirá la puerta. Y cuando llego de noche la máquina no quiere funcionar y llamo para que salga la persona, pero la persona pone cara de fastidio, y me pregunta por qué no le di a la máquina, y la máquina en ese momento funciona. La tipa no quiere dar la cara, no quiere tratar conmigo, prefiere que yo pulse la máquina, y que la máquina conteste mecánicamente a un montón de personas anónimas que solo sirven para escribir un código y pagar.

    Voy a viajar a tal ciudad, busco un hotel, tal vez me interesa uno, y en lugar de hablar con una persona, con el dueño, con el encargado, con la persona que sea, con alguien que tiene una tía, y tal vez le duelen las muelas  los domingos, y tal vez tiene almorranas en primavera,  me encuentro con centrales de reservas masivas y anónimas,  con plataformas de reserva industrial al por mayor, donde hay que rellenar campos en máquinas, escribir códigos, dar datos muertos, dar el número de tarjeta, y recibes respuestas mecánicas, frías, muertas.  Y ya no hay ninguna persona que hable contigo, que te comente algo, que te diga: tal vez tengamos más frío este otoño, cualquier cosa que se salga del código mecánico y gilipollas y muerto.

    Y todo se vuelve así masivo, industrial , anónimo, cuantificado,  y no hay contacto entre personas, y no hay personas, y no puedes comentar nada que no esté previsto en la máquina miserable, comentes lo que comentes la máquina te comentará siempre lo mismo, serás un número entre tantos números, uno más en medio de la industria del turismo, y Dios mío qué forma de progresar. El año pasado me encontré con esto al ir a la otrora mágica Escocia, no había personas al otro lado, solo máquinas, códigos, respuestas mecánicas. Que maravilla de progreso.

ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR

Foto: Consuelo de Arco

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