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Toda la Belleza, Toda la Rebeldía (Siempre vuelve Camus)
“Oh alma mía no aspires a la inmortalidad,/ pero agota el campo de lo posible”, decía citando a Píndaro al comienzo de “El mito de Sísifo”. Es toda una invitación apasionada. Es el evangelio de Albert Camus.
Las tiranías nos roban la vida, incluso la tiranía de la peste, pero él quería estirarla hasta los límites. Con toda la tensión, con toda la belleza, con toda la rebeldía, con toda la lucidez. Con el arco tenso, como decía en sus libros. Con su “mesura mediterránea”, que en el fondo era una desmesura en el límite de la vida. Conectaba mucho más con William Blake de lo que él creía.
Camus siempre mantuvo su obstinación y su rebeldía y sigue más vigente que nunca. Él defiende al hombre más allá de las barbaridades de la Historia, afirma el lirismo contra la Historia. Otros se encerraban en ideologías, cedían su personalidad a los partidos, pero él nunca entregó su independencia ni su capacidad de ver las cosas ni el decirlas con toda honestidad.
“El hombre rebelde” es el evangelio del humanismo. La revolución es sustituir un sistema por otro igual de deshumanizado, la rebeldía es defender al hombre contra todos los sistemas. La rebeldía defiende la vida , con sus contradicciones, con sus paradojas. La rebeldía reniega de cualquier sistema, de cualquier encajonamiento, de cualquier jaula de conceptos.
El mundo es absurdo, dice Camus, ya no tenemos dioses, nada nos guía. No hay inmortalidad, solo tiempo, todo lo que hacemos es inútil. Pero nuestra grandeza está en vivir a pesar de todo, y vivir hasta el final. Y vivir como humanos, con toda nuestra belleza de humanos. Qué actual resulta en ese momento de crisis.
Ante la plaga, el cura de “La peste” habla de resignarse, de castigo divino, pero el médico defenderá la vida de cada persona hasta el último instante. A pesar de todo está el hombre y Camus lo defiende contra cualquier peste.
Camus es un Dostoyevski sin Dios. Defiende la vida contradictoria contra las abstracciones de la ciencia. Al final hay tanta verdad en mirar “ciertos crepúsculos en los que el corazón se dilata” como en los protones y los neutrones, dice en “El mito de Sísifo”. Lo que más nos llena, lo que más nos hace vivir, son esos crepúsculos y no las abstracciones y átomos. Es la calidez y el latido.
Camus defiende el lirismo desesperado, las emociones, el pulso. Defiende el sentido de la tierra que quería Nietzsche, nuestras bodas con la tierra, como él dice en “Bodas”. Nos podemos casar con la tierra y vivir las lunas de miel incluso confinados en los cuartos.
Defiende la angustia viva de cada ser humano contra esos castillos, esos procesos abstractos e inhumanos que denunciaba Kafka. Sintió el absurdo como Kafka, la indefensión de cada persona de carne y hueso, como Unamuno, pero no renuncia a defenderlos. Lo suyo es una esperanza desesperada. Cuando todo está hundido, siempre queda el último latido en que creer. Cuando todo se muestra falso en las crisis, como señalaba Sábato, siempre queda una verdad irrenunciable en el fondo del plato.
Y esa verdad consiste en que estamos vivos y en que somos humanos. Aún confinados en los cuartos. Pero con todo nuestro lirismo, con toda nuestra humanidad. Con la rebeldía, con la belleza de vivir. Cuánta urgencia hay de leerlo en estos tiempos de robots y de grandes corporaciones sin rostro. O de virus asesinos, que algún desalmado aprovechará. Camus creía en la poesía y la pasión. Y esa es su hermosa rebeldía.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR FOTO: CONSUELO DE ARCO