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The Rover: La Divina Tragedia
Por Salomé Guadalupe Ingelmo
Una banda ha dado un golpe, pero algo no ha salido del todo bien: en el lugar de los hechos ha quedado tendido también uno de los atracadores, hermano del conductor. Durante su huida, los ladrones sufren un accidente en medio del desierto y deciden robar el coche de un desconocido mientras éste toma una copa en un solitario bar de carretera. Pero la reacción del individuo no será la esperada: tras conseguir poner en marcha el automóvil accidentado, les perseguirá implacablemente en el intento, aparentemente, de recuperar su propio coche. En el trayecto recogerá al atracador herido, que habrá de servirle como guía para dar con el resto de la banda.
The Rover nos regala, para empezar, las brillantísimas interpretaciones de Guy Pearce y Robert Pattinson. Especialmente la monstruosa capacidad del primero para llenar los silencios en el diálogo con su contenida expresividad facial, con esa mirada sobrecogedoramente elocuente o no menos sobrecogedoramente ausente. Ésa que tan bien encaja en la atmósfera irreal que reina sobre toda la película y a la que sin duda contribuye el inquietante lamento del didgeridoo ‒insrumento de viento típico de los aborígenes australianos‒ que a menudo suena de fondo.
Es como un canto fúnebre por la civilización que cayó. Porque, ciertamente, si bien no se menciona de forma explícita, la catástrofe económica planea sobre la historia permanentemente, ensuciándolo todo con su sordidez aterradora. La miseria, la material y la moral, es patente.
El futuro posapocalíptico y amoral que presenta The Rover nos trae a la memoria La Carretera, dirigida por John Hillcoat y adaptación de la homónima novela de Cormac McCarthy. En The Rover, con las carreteras desaparecidas o en tan mal estado que dificultan las comunicaciones, la crisis se manifiesta en la escasez de alimentos y en la obsesión de muchos negocios, como las gasolineras, por aceptan sólo dólares norteamericanos pero no australianos. El entorno es deprimente. Los desaliñados edificios parecen en perfecta armonía con la decadencia del individuo.
La población se concentra cerca de las minas, donde algunos encuentran trabajo. El resto del territorio permanece deshabitado, con escasas gentes dispersas en medio de un desierto árido y silencioso como sus propios moradores. Ya no hay cabida para los granjeros, como lo fue nuestro protagonista en su día.
Pronostica esa pertinaz incomunicación, esa indiferencia absoluta entre los personajes, esa calma irreal que impera por doquier, ya la primera escena: el protagonista bebe solo en un miserable bar regentado en el desierto por asiáticos, con la música oriental a todo volumen; por la ventana que le sirve de fondo y que él ignora imperturbable, vemos pasar el coche de los malhechores derrapando cabeza abajo sobre el asfalto, desprendiendo espectaculares chispas por la fricción. No hay reacción por parte del protagonista. Para él, evidentemente, como para el resto de personajes que aparecerán en la cinta durante su búsqueda, no existe el mundo exterior: es como si cada uno de ellos viviese inmerso en su propia pecera artificial. En este sentido, curiosamente, los malhechores se dirían los más humanos; los más capaces aún de reacciones normales –o simplemente de reacciones– frente a los estímulos externos.
De hecho el mutismo del protagonista contrasta con la locuacidad del atracador herido al que recoge, que le habla de su infancia durante el trayecto. Le confía algunos de sus recuerdos porque, en efecto, el muchacho aún confía. Lo que para el protagonista resulta inconcebible, amén de un gran error que él ha de ayudar a subsanar. Por eso es comprensible que el conductor de la banda, finalmente obligado a matar a su hermano que le apunta insistentemente con un arma, pregunte desesperado al protagonista: “¿qué le hiciste a mi hermano?”. Muy sencillo: el protagonista se ha limitado a inocular el virus de la venganza en el muchacho. Sí, porque es él quien ha plantado la tenaz semilla del rencor en esa mente sencilla –incluso nos preguntamos, como espectadores, si también un poco retrasada–. Hasta que el joven despreocupado y alegre no puede pensar en otra cosa más que en el abandono de su hermano, que creyéndole muerto le dejó atrás, herido e indefenso. Y las justificaciones que él busca en un principio al hecho, ante la presión de su nuevo mentor, desaparecen por completo.
El profundo odio del protagonista no es, en realidad, un deseo de venganza puntual por un hecho en el fondo fútil, que en cualquier caso no merece la muerte de tanta gente. Nos lo anuncia también la anciana que pone a disposición de los viajeros a sus propios nietos en un improvisado prostíbulo casero. De ella nuestro protagonista desea saber si ha visto pasar su coche. “Debes de adorar ese coche, querido. ¿Por qué te alteras por algo así, en estos tiempos?”, pregunta ella. Pues para la anciana resulta evidente que el mal del personaje viene de dentro, y es mucho más grave que el hurto de un coche. En efecto la puntería de la vieja consigue lo que parece el único momento de auténtica turbación en el protagonista, que al final, tras apuntarla largamente con su revólver y debatirse visiblemente, decide dejarla con vida.
En el protagonista no se advierte remordimiento alguno a la hora de acabar a tiros con cualquiera que se interponga en su camino, en la recuperación de ese coche. Se diría que quizá se trate de un individuo harto de no ser respetado, de que se pisoteen sus derechos; alguien a quien se le ha saltado el clic de la cabeza y reacciona ahora desmedidamente a todos los abusos sufridos, porque el ciudadano medio en efecto suele verse obligado a soportar bastantes sinsabores. De hecho sospechamos que The Rover tenga mucho en común con Un día de furia; pero en realidad, como advertiremos más adelante, el argumento de The Rover es bastante más complejo. De lo que su protagonista está definitivamente harto es de la deshumanización que ha sufrido la sociedad a medida que la violencia suplantaba al diálogo ‒“Por qué no me disparas? Es lo que todos hacen”, le pregunta al responsable militar que le tiene retenido y piensa enviarle a Sídney para que sea juzgado‒. Lo que debería ser un tupido tejido ha quedado reducido a seres dispersos que sobreviven en existencias sórdidas, vidas de las que se puede prescindir sin remordimiento porque en efecto muy poco parecen tener de humanas.
The Rover es una cinta marcada por los silencios, por personajes diseminados en un amplio radio de desierto: personas que no desean visitas, que reciben con una escopeta cargada para apaciguar su desconfianza, salvaguardar sus intereses o defender sus escasos argumentos. El de The Rover es un mundo sin empatía ni piedad, sin interés por el prójimo; un mundo cruel en el que cada uno piensa sólo en sí mismo. Un mundo en el que la veterinaria se ve obligada a mantener los perros, de miradas tiernas y afligidas, encerrados en jaulas para que la población no se los coma. Un mundo en el que un hombre, nuestro protagonista, puede matar a su mujer y al amante de ésta y enterrar sus cadáveres como si tal cosa, sin que haya consecuencias ni nadie se interese siquiera por esas ausencias; sin que se investigue ni se le tome declaración. Como confiesa él: “nunca nadie me buscó. Y eso me dolió más que mi corazón roto. Saber que no importaba. Saber que puedes hacer algo así con total impunidad…”.
Como toda road movie, de alguna forma, The Rover narra también un viaje iniciático. En este caso, un descenso hacia los infiernos de nuestra mente: un viaje a nuestras peores inclinaciones, efectuado de la mano de un oscuro guía. The Rover nos evoca el Infierno de Dante, aunque este Virgilio se revela muy poco ejemplar, pues alimenta las peores pasiones de su pupilo hasta hacerle irreconocible a los ojos de su propio hermano. Le roba la confianza presuntamente por su propio bien, porque la gente te abandona, y por eso hay que aprender a pelear y a desconfiar de todo el mundo. The Rover es, entre otras cosas, una alegoría de la perversión del ser humano inocente.
Sin embargo, paradójicamente, el protagonista no es un inmoral: sobre su conciencia carga las muertes de las que ha sido responsable. Por eso cuando su rehén y nuevo pupilo, que ha matado por error a una muchacha, le confiesa que no puede dejar de pensar en ella, él le ordena que no la olvide nunca: “nunca dejes de pensar en una vida que tomaste. Es el precio que pagas por tomarla”.
Y lo cierto es que el muchacho desarrolla una suerte de fascinación o dependencia, quizá de síndrome de Estocolmo, hacia el protagonista, al que parece considerar su líder espiritual. Pudiendo huir de él, no lo hace. Es más, de hecho le rescata cuando los militares lo detienen. Incluso le acaba conduciendo hasta su hermano, aún sabiendo que está dispuesto a cumplir su venganza. Y entre tanto, le paga la gasolina y las balas. Finalmente le ayuda a asaltar la casa donde se refugian su hermano y el resto de compinches, sobre los cuales le ha dado toda la información de la que dispone. Algo en él lo ha cautivado. Y lo cierto es que, en el fondo, aún repitiéndole que no le interesa en absoluto y que le ha salvado la vida con el único fin de que le conduzca hasta su hermano, él ha estado más presente que éste cuando el muchacho necesitaba ayuda. Por el motivo que fuere, él no le ha abandonado. Parece que, en realidad, nuestro protagonista tiene sus propios códigos éticos, concuerden o no con la moral del espectador. Las entendamos aún o no, se guía por unas normas. Es un personaje lleno de contradicciones, que aún se debate por salvar una pizca de congruencia, por ser consecuente. Y advirtiendo que no lo logra, sufre. Sufre mientras los demás ya parecen anestesiados.
Sólo al final de la cinta se revela el misterio. En pocos minutos toda la historia cobra una dimensión nueva. El escéptico recalcitrante, el hombre impasible y en apariencia cruel, el asesino frío, muestra su cara más humana. Es entonces cuando el villano parece serlo un poco menos, aunque no podamos justificar sus actos. Porque ninguna persona puede ser comprendida sin adentrarse antes en las motivaciones que la animan.
The Rover es una película violenta que a simple vista podría considerarse un western transplantado a la Australia de un futuro próximo, una cinta con escenario apocalíptico y argumento centrado en la venganza. Pero lo cierto es que The Rover nos plantea inquietudes bastante más incómodas, preguntas sobre la pertinencia de que nuestra sociedad continúe avanzando en una espiral de progresiva deshumanización e incomunicación, de violencia. The Rover alerta sobre los peligros que implica la falta de cohesión social y la pérdida de sólidos principios, especialmente de aquellos que generan una trabazón entre las personas.
Como las grandes tragedias clásicas, y pienso por ejemplo en Shakespeare, todos los personajes acaban muertos. Todos menos uno: el testigo necesario de la miseria humana, o de la impotencia del ser humano frente al destino, que en este caso es al tiempo el brazo ejecutor del mismo.
Todos, incluso su pupilo, acaban quemados en una gran pira. Todos salvo su perro, ese perro cuyo cadáver descansaba en el maletero de su coche, del coche que ha perseguido tan insistentemente, jugándose la vida y arrebatando otras, sin que nadie entendiese el porqué de tanto empeño. Sólo su perro, el fiel compañero en el que probablemente encontró lo que no había encontrado entre los hombres, merece ser enterrado en medio de la dura tierra. Como lo fue su esposa en su día. Alrededor de esa tumba, cavada con sus propias manos, se extiende el desierto. Fuera y dentro.
FICHA TÉCNICA
Título original: The Rover
Año: 2014
Duración: 103 min.
País: Australia
Director: David Michôd
Guión: David Michôd, Joel Edgerton
Música: Antony Partos
Fotografía: Natasha Braier
Reparto: Guy Pearce, Robert Pattinson, Scoot McNairy, Nash Edgerton, Anthony Hayes, David Field, Gillian Jones, Jamie Fallon, Samuel F. Lee
Productora: Coproducción Australia-USA
Género: Thriller. Drama
Premios:
2014: Festival de Cannes: Sección oficial (Fuera de competición)
2014: Festival de Sitges: Sección oficial largometrajes a concurso
Web oficial: http://therover-movie.com/
Estreno en USA: 13/06/2014
Estreno en España: sin fecha confirmada
The Rover: La Divina Tragedia