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Por Salomé Guadalupe Ingelmo
Durante el avance de las tropas nordistas por los estados del sur, tres mujeres solas se verán obligadas a resistir el ataque de un par de unionistas enviados en avanzadilla ‒quizá en realidad desertores, pero en cualquier caso jinetes de la guerra‒, habituados a someter a la población local a su voluntad mediante la violencia. Remisas a abandonar la mansión de sus padres, en la que sobreviven con dificultades gracias a la ayuda de la que fue su esclava negra, las dos muchachas sureñas ‒una poco más que adolescente y aún demasiado nostálgica de su cómoda y privilegiada vida de antaño‒, en su intento por defender el patrimonio paterno, se verán involucradas en la brutalidad de la guerra.
El escenario de las postrimerías de la feroz Guerra de Secesión, del avance a sangre y fuego de las tropas nordistas, encargadas de recaudar o saquear en las granjas y mansiones sureñas, sirve de escenario para una historia en principio de trama muy simple, pero que en realidad indaga sobre el papel que juega la mujer en las sociedades patriarcales cuando se produce un conflicto bélico, avanzando inadvertidamente por un terreno cada vez más espinoso y resbaladizo.
La película aborda, indudablemente, una serie de argumentos que son también objetivo esencial para los estudios de género. Y sin embargo no convendría reducirla, adoptando una óptica simplista, a un enfrentamiento entre hombres y mujeres o entre roles masculinos y femeninos. The Keeping Room aborda, más bien, la toma de conciencia por parte de la mujer de sus condiciones de vida, impuestas por un sistema masculino y machista, y el descubrimiento y reconocimiento de sí misma como individuo independiente y autónomo, capaz de sentir y razonar por sus propios medios, capacitado para dictar sus propias normas, determinar sus propios objetivos y defender sus propios intereses, entre los cuales uno primordial será la libertad de acción y pensamiento.
The Keeping Room gira entorno a los espacios, lo que en efecto justifica su particular título y lo dota de toda una serie de sugerentes significados. Núcleo central en su trama se revela el enfrentamiento entre los espacios públicos y los privados, que ocupan la mayor parte de la película, relegando los bellos exteriores a mera anécdota. Las protagonistas viven encerradas en su mansión, que es su palacio y a la vez su celda, su herencia y yugo, su patrimonio y al tiempo responsabilidad que pesa como rueda de molino colgada al cuello. Podrían haberse mudado en busca de fortuna y mayor seguridad; pero ellas, siguiendo la mentalidad aprendida, continúan presas de los obsoletos sueños de grandeza que condujeron a la derrota del sur. De tal forma que, aún apegadas a las tradiciones, a sus elegantes vestidos y a los vestigios del lujo del que un día gozaron, incapaces de reconocer que su mundo se desmorona y todos los principios que sustentaron su sociedad se han esfumado irremisiblemente, prefieren subsistir cavando con fatiga un pobre huerto que apenas da para el sustento y cazando algún conejo distraído cuando lo quiere la suerte antes que emigrar en busca de una nueva forma de vida.
Y es que, desde antiguo, las sociedades patriarcales tienden una ladina trampa a la mujer, asociándola indisolublemente al hogar, al espacio privado, y alejándola de los espacios públicos, patrimonio exclusivamente masculino. La convencen de que allí es señora, de que el hogar es su reino y en él domina, cuando sin embargo la casa familiar se convierte en su jaula. Así nace el arquetipo del ángel del hogar, modelo femenino de rasgos dulces y maternales en el que la mujer se reconoce en tanto progenitora, educadora de los hijos y protectora del patrimonio, ya sea como buena administradora en periodo de paz o como defensora frente al enemigo durante los conflictos bélicos.
Ese modelo, que ya encontramos idealizado en las matronas clásicas, proliferó extraordinariamente en épocas de especial puritanismo como la victoriana, donde se opone a la imagen de la mujer descarriada, las famosas “desventuradas”, mujeres que, fuera del ámbito del hogar, de ese paisaje que habría debido constituir su hábitat natural, ejercen la prostitución para sobrevivir.
Si hemos de buscar una figura que encarne el arquetipo del ángel del hogar a la perfección, que se sacrifique hasta las últimas consecuencias para responder a ese patrón aprendido, que se anule como mujer y como individuo sólo para no contravenir las normas establecidas, por supuesto será Penélope la primera que se nos venga a la cabeza. Y nadie sacó punta mejor a la insatisfacción que ese inútil sacrificio hubo de engendrar en la eterna viuda que Buero Vallejo en La tejedora de sueños, la amarga crónica de un matrimonio fallido en la que la fiel esposa, que teje incansable mientras espera, tras veinte años de ausencia de un marido que la ha dejado sola a cargo del hogar y expuesta al acoso de sus pretendientes, descubre en Ulises a un extraño, a un hombre mezquino, cobarde y cruel que no conocía.
Para defender el patrimonio paterno como creen su obligación, las protagonistas de The Keeping Room ponen en peligro su propia integridad. Únicamente aceptarán abandonar la casa en el desenlace de la cinta, cuando comprenden que si quieren ser libres habrán de convertirse en hombres. De hecho esa terca resistencia a huir acarreará la violación de la menor y que la mayor sea herida en un tiroteo.
La condición subordinada que se impone al sexo femenino tiene como consecuencia positiva, sin embargo, el nacimiento de una solidaridad entre mujeres rotunda y férrea, capaz de superar incluso las diferencias raciales en una sociedad como la sureña. Una solidaridad basada en las experiencias que comparten a causa de su naturaleza femenina, o más bien a causa del rol al que la sociedad las relega por motivo de esa naturaleza. Ese papel reservado a ellas, que les impide realizarse como seres humanos y las aboca a otra suerte de esclavitud perpetua, se vincula estrechamente al ámbito privado que se materializa en el hogar. Sólo al final de la cinta, las tres protagonistas comprenderán el engaño al que han vivido sometidas y lograrán romper esas ancestrales cadenas, optando por no perder la vida inútilmente en la defensa de la mansión frente al ejercito unionista, sino disfrazándose de hombres ‒la única forma de salir a la esfera pública con seguridad‒ e iniciando una nueva vida lejos del pequeño reino, el que en lugar de protegerlas las ha mantenido encarceladas y sujetas a su condición, al que prenden ellas mismas fuego sin remordimiento alguno, quemando sus naves porque la decisión ya no tiene vuelta atrás.
En el contexto de esa solidaridad femenina cobran un especial valor los silencios. En efecto los diálogos de The Keeping Room se revelan siempre entreverados de miradas reveladoras pero mudas, porque es mucho lo que las protagonistas callan, lo que procuran desterrar al olvido mediante el silencio: la sistemática violación desde los diez años y el robo o asesinato de los sucesivos frutos de esos abusos en el caso de la sierva de color ‒personaje triplemente oprimido: por esclava, por mujer y por negra‒, la más reciente violación de la hermana menor, el temor a que la guerra la obligue a morir virgen y su secreta atracción hacia uno de los agresores por parte de la hermana mayor …
La película huye de los tópicos para afrontar una aproximación mucho más sincera y profunda, y por lo tanto también más exigente para el espectador. No describe a los sureños como racistas explotadores e insensibles y a los nordistas como liberadores repletos de ideales de igualdad y justicia. En The Keeping Room ambos bandos se revelan salvajes por igual, porque la guerra es siempre producto de la brutalidad y a ahondar en esa brutalidad conduce. Los saqueos, los asesinatos, las violaciones y la destrucción se siembran también al paso del ejército nordista, que en su avance no deja espacio a la misericordia. Porque además la guerra, la violencia generalizada, sirve de excusa a determinados individuos de personalidad marcadamente sádica para dar rienda suelta a su crueldad sin temor a las consecuencias. Tuvimos un cercano y especialmente aberrante ejemplo en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, pero regímenes como el de los Jemeres Rojos de Camboya demuestran hasta qué punto este horror no conoce de fronteras. Así, los crímenes de guerra, lamentablemente acontecidos en toda contienda desde el origen de los tiempos y casi siempre impunes, se convierten en otro argumento sobre el que la cinta reflexiona.
Núcleo argumental de la película es, sin duda, el complejo papel jugado por las mujeres durante la guerra, que, llevándose a los hombres, las deja abandonadas, a cargo del patrimonio familiar y a la vez expuestas a transformarse en presa fácil de la venganza y la violencia del enemigo. En todos los conflictos armados la mujer se ha convertido en víctima sistemática de las más diversas formas, empezando por las violaciones en contexto bélico, una salvaje práctica de la que sin embargo se ha venido haciendo uso desde la antigüedad hasta nuestros días, y que en algunos lugares del mundo se ha “aprendido” a aceptar como mero daño colateral de la guerra. Recordemos experiencias como la de Casandra, violada por Áyax junto al propio altar dedicado a Atenea durante el saqueo de Troya. Los ejemplos son innumerables y a menudo alcanzan una brutalidad inusitada contra la que nadie actúa, como sucede por ejemplo en el Congo.
En las sociedades patriarcales, donde el honor de los hombres se cifra en buena medida en la mujer y depende más concretamente del comportamiento sexual de ésta, las violaciones se han utilizado como verdadera arma de guerra que permite vejar y escenificar el sometimiento del enemigo a través de sus esposas, madres, hermanas o hijas. Así la mujer a menudo queda después, además, sometida por su propia gente al ostracismo como consecuencia de un tabú sobre la impureza que esa violación suele acarrear, pues normalmente es la víctima quien se ve obligada a demostrar su inocencia, sobre la que ya siempre planea una sombra de duda. La violación se convierte en un método para ejercer el control sobre la mujer y esclavizarla que autores como la feminista Gerda Lerner, que busca referentes ya en la antigua Mesopotamia y la describe como “una práctica incorporada y básica en la estructura de las instituciones patriarcales, siendo inseparable de ellas” (Lerner 1990, 128), llegan a considerar consustanciales con las sociedades patriarcales. “Pienso que la esclavitud sexual de las mujeres cautivas fue en realidad el primer paso hacia el desarrollo y la elaboración de instituciones patriarcales, tales como el matrimonio patriarcal, y su ideología concomitante de depositar el «honor» femenino en la castidad. La invención cultural de la esclavitud se basó tanto en la elaboración de símbolos de la subordinación de las mujeres como en su conquista efectiva. Al subordinar a las mujeres de su propio grupo y más tarde a las cautivas, los hombres aprendieron el poder simbólico del control sexual sobre los otros hombres y elaboraron el lenguaje simbólico con el que expresar dominio y crear una clase de personas psicológicamente esclavizadas”, asegura Lerner.
The Keeping Room propone una mirada objetiva e imparcial ante los aspectos más sórdidos de la Guerra de Secesión, incluyendo las secuelas permanentes que la violencia deja en los veteranos de guerra. Las prácticas inhumanas que los soldados se ven obligados a contemplar y ejecutar repetidamente provocan una espiral de violencia en la que el individuo a menudo se pierde irremediablemente. El soldado puede convertirse en un sádico que abusa del poder que le otorgan el uniforme y las armas, en un temperamento insensible y apático o en un cínico incapaz de creer ya en el ser humano, según los casos. El gran escritor Ambrose Bierce, el más brillante cronista de la Guerra de Secesión, ofrece un ejemplo perfecto. Efectivamente Bierce sufrió las secuelas psicológicas del conflicto en primera persona y, marcado por las crueles experiencias que relata en sus Cuentos de soldados y civiles ‒parricidios, asesinatos involuntarios entre hermanos y todo tipo de escenas dantescas‒, perdida cualquier huella de idealismo juvenil, pasó a convertirse para el resto de sus días en un individuo extraordinariamente mordaz y escéptico que merecería ya para siempre el sobrenombre de Bitter Bierce.
También el protagonista de The Keeping Room ve su carácter moldeado por la misma guerra y comprende que jamás podrá escapar de sus secuelas, que nunca podrá regresar a una vida normal ni volver a ser el que era. Comprende que se ha convertido en un individuo irrecuperable, porque el viaje de regreso desde la violencia más brutal resulta imposible. Por eso cuando es interrogado sobre los motivos de su atroz actuación, él sólo puede contestar que no sabría cómo dejarlo. Así, ya herido y moribundo, reconoce ante la joven responsable de su muerte que se siente incapaz de encontrar el camino de regreso a su hogar, con lo que por supuesto no alude a un lugar concreto del norte sino a la vida antes de la contienda, y le pide ayuda para que le guíe ‒de alguna forma, que le libere de esa pesadilla‒ justo antes de recibir el disparo definitivo.
El título The Keeping Room pierde todo su profundo sentido original, lleno de matices y rico en mensajes apenas sugeridos, al ser toscamente traducido ‒o mejor dicho versionado‒ como En defensa propia. Sin embargo la cinta, a pesar de su dureza y austeridad o precisamente por ellas, está llena de atractivos y merece ser disfrutada según sus propios tiempos y reglas, sin urgencias y sin prejuicios.
Ficha técnica:
Título original: The Keeping Room
Año: 2014
Duración: 95 min.
País: Estados Unidos
Director: Daniel Barber
Guión: Julia Hart
Música: Martin Phipps
Fotografía: Martin Ruhe
Reparto: Hailee Steinfeld, Sam Worthington, Brit Marling, Amy Nuttall, Muna Otaru, Charles Jarman, Kyle Soller, Ned Dennehy, Nicholas Pinnock, Stefan Velniciuc
Productora: Gilbert Films / Wind Dancer Productions / Anonymous Content
Género: Western. Drama | Guerra de Secesión
Estreno en USA: 25/09/2015
Estreno en España: 09/12/2016
Bibliografía:
Lerner, Gedra. La creación del patriarcado. Barcelona; Editorial Crítica, 1990.
Ilustraciones:
La muerte de Acteón, Tiziano (detalle)
Penelope esperando a Ulises, Rudolph von Deutsch
La muerte de Acteón, Tiziano