The cured: Los zombis también lloran

The cured: Los zombis también lloran

Salome Guadalupe Ingelmo
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The cured: Los zombis también lloran

Por Salomé Guadalupe Ingelmo

Asolada por un virus que convirtió a parte de la población en zombis hambrientos, una Irlanda en vías de recuperación se enfrenta al regreso de quienes lograron sanar. Pese a constituir un gran avance médico, el novedoso tratamiento que los ha salvado dista de ser perfecto: aunque no volverán a sufrir los ataques de los enfermos, que les reconocen como iguales, y no podrán infectarse de nuevo, los pacientes curados suelen desarrollar conductas agresivas con el tiempo. Además, todos ellos están condenados a recordar las atrocidades cometidas ‒muchas veces contra sus propios seres queridos‒ mientras permanecían privados de juicio.

Segregados en centros controlados por militares, donde sólo una doctora que se afana por perfeccionar la cura parece dispuesta a considerarlos aún seres humanos en lugar de animales, los infectados son rechazados y marginados por la sociedad, el gobierno y hasta por sus propias familias. Aquellos que un día logran abandonar la reclusión, perdida su vida anterior, se ven obligados a aceptar cualquier trabajo que se les ofrezca y a residir bajo el control de quienes aún estén dispuestos a responsabilizarse de ellos, sometidos a la vigilancia constante de un estricto supervisor asignado por el ejército.

La población, quebrantada por la epidemia y fracturada, aunque en su mayoría incapaz de perdonar los crímenes cometidos bajo la influencia del morbo ‒de los que responsabilizan a los enfermos‒, exige el exterminio de los curados, de quienes desconfía. Los disturbios se suceden: por una parte provocados por quienes consideran a los que han superado la enfermedad bestias rabiosas que es necesario sacrificar, pero también  por grupos radicales de curados que pretenden integrarse mediante la fuerza e incluso imponerse a la población sana para asegurarse no sólo la supervivencia sino también el dominio.

En este escenario convulso, Senan, atormentado por los recuerdos violentos, se ve obligado a convivir con su cuñada, Ellen, y su sobrino, los únicos dispuestos a acogerle. No obstante, Senan esconde un terrible secreto sobre la muerte de su hermano. Un secreto que pesa como una losa y le dificulta compartir techo con la joven viuda.

En absoluto una película de zombis al uso, The cured no se recrea apenas en escenas macabras o morbosas. Prevalecen, por el contrario, las reflexiones de índole social o la indagación sobre el sentimiento de culpa. Porque, en efecto, lo que de verdad aterra es la ausencia de compasión o de mera comprensión entre semejantes.

De rica polisemia, The cured aborda varios argumentos a cual más complejo e incómodo. Para empezar, la película explora el insidioso mundo de los remordimientos, esos que asedian a los curados, torturados permanentemente por recuerdos sangrientos que alimentan las psicosis y fomentan los comportamientos violentos. Los más afortunados, quienes superen la enfermedad ‒pues el fármaco no resulta efectivo en todos los sujetos‒, se verán perseguidos por el sentimiento de culpa, que se manifestará bajo la forma de inseguridad, temor patológico a la recaída y, sobre todo, terribles y constantes pesadillas.

Por otro lado, The cured nos coloca ante la violencia que nace de la intolerancia, a su vez hija del miedo. Miedo, en primer lugar, a lo diverso y por ello desconocido. Porque la intolerancia es también hija de la ignorancia. Por supuesto, el espectador descubre, turbado, que el argumento le resulta desconcertantemente familiar. Y es que la estigmatización a la que se somete en la película a los curados no se diferencia tanto de esa a la que nuestra sociedad condena a los enfermos mentales. Sólo los infectados, más humanos que los sanos, no rechazan a los curados. Mientras, la población, que exige venganza por las pérdidas personales sufridas, rechaza la capacidad de cura y reinserción. Hasta los propios responsables de seguir la evolución de los enfermos recuperados una vez abandonado el encierro, los denigran y maltratan.

Inevitable pensar en el tabú que rodea aún hoy a las enfermedades mentales en nuestra presuntamente avanzada sociedad. Considerados potencialmente peligrosos por no pocos ciudadanos, que se sentirían más seguros si se generalizase la reclusión, este tipo de enfermos, únicamente por serlo, encuentran enormes trabas y discriminación en su día a día. Mucho ayuda a ello el tratamiento ‒superficial y sensacionalista‒ que a menudo se da a las noticias relacionadas con los trastornos mentales en los medios de comunicación. Individuos que han sufrido puntuales brotes psicóticos, por ejemplo, no tienen por qué padecer necesariamente una enfermedad mental crónica ni mucho menos convertirse en un riesgo para los demás, pues la mayor parte de los enfermos mentales no son agresivos y pueden suponer más un peligro para sí mismos que para lo otros. Pero, de nuevo, en el rechazo influye la ignorancia.

Además, The cured, en una crítica mordaz y amarga, pone de manifiesto cómo los arrivistas aprovechan el desencanto de la población para avivar el desorden social y usarlo en su propio beneficio. Porque, como es bien sabido, a río revuelto… Resultan evidentes las semejanzas con Hitler y el modo en que instrumentalizó el rencor de Alemania, que se sentía maltratada desde la Primera Guerra Mundial, para encumbrarse al poder. Pero, tristemente, esa infame actitud tampoco parece ajena al panorama político actual, incluso al doméstico. Los españoles estamos curados de espanto, demasiado habituados a contemplar cadáveres políticos que, a base de oportunismo carroñero, se las apañan para resucitar y salvaguardar su posición privilegiada en cualquier circunstancia, incluso bajo contingencia zombi.

Porque la ambición exacerbada, esa que prescinde totalmente de la más básica empatía, se contagia tan fácilmente como cualquier otro virus. Quizá incluso más. Y en ella no hay cabida para el natural remordimiento.

Naturalmente no es casual que el contagio que provoca la tragedia de Senan tenga su origen en Conor, un abogado metido a político que guarda inquietantes semejanzas con personajes de poderosa actualidad, incapaces de reparo alguno a la hora de mentir, manipular y recurrir al más chabacano populismo ‒curiosamente, de lo que suelen acusar a sus oponentes‒ para alcanzar sus objetivos.

Como el trepa sin escrúpulos que es, este individuo abyecto, viendo que no podrá seguir utilizándole para sembrar el caos en las calles, no dudará en traicionar a Senan, presuntamente su amigo, revelando el terrible secreto a Ellen, que incapaz de aceptar la realidad sobre la desaparición de su esposo, expulsará a su cuñado.

Mientras, ante el riesgo de que el país recurra al ejército para llevar a cabo una profiláctica y definitiva limpieza, Conor ha comenzado a organizar una guerrilla de curados con el fin de liberar a los enfermos contagiosos para que propaguen el morbo. Sabe que entre los tuertos él será rey y, además, convirtiéndose en el abanderado de la causa de los curados, espera recobrar un papel protagonista en la sociedad. Por eso no duda en facilitar la expansión de una nueva epidemia, de la que el propio sobrino de Senan será víctima.

Igual que en el mundo real, el oportunista finalmente vence: aprovechando la coyuntura, tras provocar el desastre, regresa a la carrera política con un discurso más conciliador y civilizado. No obstante, la película no fomenta el pesimismo. Porque si bien destila desconfianza hacia las instituciones, cuya actitud inhumana resulta desoladora, aún conserva la esperanza en la solidaridad de los individuos, quizá capaces de reconstruir un día el deteriorado tejido social. De hecho Senan, finalmente, redime su culpa salvando a su sobrino, infectado, del exterminio promovido por el gobierno.

Y es que, por mucho que nos hablen de la globalización, seguimos siendo pequeñas islas dispersas. Islas en las que a menudo falta fraternidad. Contemplado desde esta óptica, no parece casual que el brote se produzca en Irlanda o que Estados Unidos cierre herméticamente sus fronteras ante el riesgo de contagio.

La opción tomada en la película por el estado, al que resulta más fácil y más económico aniquilar a ciudadanos enfermos que intentar curarlos, parece sugerir que la solución a nuestros problemas en la vida real pasa por la puesta en marcha, por parte de nuestros gobiernos, de políticas sanitarias y centros especializados que realmente sirvan no tanto para tranquilizar a la población sana aplicando la segregación, sino para curar. No se trata únicamente de salvaguardar la integridad de los ciudadanos sanos, sino también de mejorar la calidad de vida de los enfermos mediante un correcto seguimiento psiquiátrico y campañas de educación sobre los trastornos mentales que estén dirigidas a todos. Por tanto la reclusión, el internamiento sin más, no parece el remedio.

En conclusión, The cured quizá no sea una obra maestra, pero desde luego supone un ejemplo original y muy fresco dentro del género zombi. Extremadamente realista y cautivada por los escenarios cotidianos ‒en este caso, paisajes plenamente urbanos‒, formalmente desprende un exquisito aroma a 28 días después, un referente esencial del género, y como en aquella se advierte con claridad el sobrio sello europeo.

The cured se revela una película de fuerte carga semántica, apta para despertar de la narcolepsia en estos tiempos difíciles para los que aún nos resistimos a ser contagiados por la indiferencia.

Ficha Técnica

Título original: The Cured
Año: 2017
Duración: 95 min.
País: Irlanda
Dirección: David Freyne
Guión: David Freyne
Fotografía: Piers McGrail
Reparto: Sam Keeley, Ellen Page, Tom Vaughan-Lawlor, Stuart Graham, Amy De Bhrún, Patrick Murphy, Frank Cannon, Peter Campion, Natalia Kostrzewa
Productora: Tilted Pictures / Bac Films / SP Films
Género: Drama. Terror. Ciencia ficción | Zombis

 

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