Sobrevivir no es vivir

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Sobrevivir no es vivir

François Ozon recupera a Sophie Marceau para el cine y, tras abordar el tema de la pederastia en la Iglesia, se inclina en su última película por otro tema controvertido: la eutanasia.

Por Manuel Ligero

Sophie Marceau llevaba más de seis años alejada del cine y esta película la ha sacado de su retiro. Trata de la tensa relación entre un padre y una hija. Trata de la muerte digna y el suicidio asistido. Y trata, sobre todo, del perdón.

Todo ha ido bien está basada en el libro autobiográfico de la escritora Emmanuèle Bernheim, amiga y colaboradora habitual de François Ozon fallecida en 2017 a causa de un cáncer de pulmón. La confianza mutua hizo que el director tuviera acceso al manuscrito aun antes de su publicación, en 2013. Hablaron sobre la posibilidad de adaptarlo al cine, pero él no quiso. Entonces no se veía preparado. «El libro me emocionó mucho, pero, al mismo tiempo, tenía un poco de miedo hacia el tema. Y, sobre todo, consideraba que era una historia tan personal, tan íntima, que era difícil para mí encontrar mi lugar y saber cómo apropiármela. Así que preferí renunciar», ha explicado Ozon.

La clave la ha encontrado, finalmente, no tanto en el dilema moral de ayudar o no a una persona que desea morir, sino en la problemática relación que antes han tenido entre ellos, en la relación padre-hija. Que estaba muy lejos de ser buena. No podía serlo, teniendo en cuenta la personalidad carismática, chirriante, absolutamente insoportable, ofensivamente egoísta del padre en cuestión. André Dussollier lo borda (lo goza, a qué andar con medias tintas) interpretando a este tiránico coleccionista de arte. «Ha ido más allá de mis esperanzas», confiesa Ozon. «Lo ha interpretado de la manera más realista posible. Ha trabajado mucho con su rostro, que está paralizado, y también con su voz. André Dussollier es famoso por tener una voz muy hermosa, y ha conseguido sacar una voz temblorosa de anciano que transmite una enorme emoción. Y, paradójicamente, también malicia».

Así pues tenemos a una mujer que de niña fantaseaba, comprensiblemente, con matar a su detestable padre y a la que el destino, en forma de accidente cerebrovascular, pone esa posibilidad en bandeja. Él mismo se lo pide. «Sobrevivir no es vivir», dice Dussollier en uno de los momentos más emotivos del filme. ¿Cómo va a manejar esa situación? Este giro perverso es lo que convierte Todo ha ido bien en una película especial.

Podría pensarse que hay poco que contar sobre la eutanasia después de Mi vida es mía (John Badham, 1981), Mar adentro (Alejandro Amenábar, 2004) o Million Dollar Baby (Clint Eastwood, 2004), pero el tema sigue teniendo una gran riqueza dramatúrgica. Aquí el reto de Ozon era despertar la empatía del público hacia un personaje machista, cruel, vicioso y monstruosamente burgués. «¿Cómo se las arreglan los pobres para morir?», bromea cuando sabe que la clínica suiza que lo asistirá en su suicidio le cobrará 10.000 euros. Pero este hombre abominable también es un ser humano que sufre. Ahí reside la complicación moral del asunto, que recae sobre los hombros de sus hijas, una interpretada por Marceau y la otra, Pascale, por Géraldine Pailhas. En el momento decisivo, ambas tendrán que debatirse entre darle la espalda o decantarse por el perdón y la misericordia, poniéndose ellas mismas en riesgo.

El peligro del auxilio

Francia, la patria de la Ilustración y las libertades, no tiene una ley de muerte digna similar a la que ya han aprobado países como Bélgica, Suiza, Portugal o España. Aunque en nuestro caso la aplicación de esta ley se ve obstaculizada a menudo por la profesión de fe católica de algunos jefes de servicios médicos. Ocurre en todos los ámbitos: las congregaciones religiosas promocionan a sus miembros para cooptar cualquier despacho, público o privado, con algo de poder. La sanidad pública no iba a ser una excepción. Así, en España las gestiones relacionadas con el aborto o con la eutanasia pueden convertirse en un calvario.

En Francia ayudar a alguien a suicidarse, aunque este sufra una enfermedad grave e incurable, aunque esté privado de su autonomía y haya expresado su deseo firme de morir, está perseguido por la ley. Bien es cierto que no con la firmeza de antaño, pero aun así este gesto humanitario puede ocasionar un montón de problemas legales.

Ozon vuelve de este modo a tocar un tema socialmente sensible en su país, como ya hizo con Gracias a Dios (2019), en la que narraba el trauma que sufren las víctimas de los curas pederastas y la forma en que las autoridades eclesiásticas encubrieron esos abusos. Según un estudio, más de 200.000 menores fueron agredidos por unos criminales sexuales a los que la Iglesia católica dio cobijo durante décadas. Si eso pasó en Francia, un país famoso por su laicidad, asusta pensar cuál puede ser la cifra real en España, donde la rapaz institución no ha investigado a fondo los casos de pederastia ni aunque se lo ordenara el Papa.

Es curioso cómo Ozon, un director que no parecía a priori inclinado hacia el cine social, ha acabado tocando temas de enorme relevancia. Quizás por eso Sophie Marceau, después de muchas peticiones infructuosas, ha accedido a volver al cine. Explotada como estrella infantil, exchica Bond y objetivo frecuente de la prensa rosa, Marceau se largó porque ya estaba harta de tanto circo. Si ha vuelto es porque la ocasión lo merecía.

Sobrevivir no es vivir

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