Sobre los Hijos de la Transición

Sobre los Hijos de la Transición

Carlos J. Rascón

SOBRE LOS HIJOS DE LA TRANSICIÓN,    UNA NOVELA DE SERGIO FARRAS

“La verdadera patria del hombre es la infancia”

Rainer María Rilke

La tercera de novela del escritor Sergio Farras es un calidoscopio  autobiográfico donde nos presenta el mundo  en el Barrio Chino de la Barcelona de finales de los años 7,  desde los ojos de un preadolescente de 13 años con sus sueños, sus temores, sus diversiones, las esperanzas y ese descubrimiento de la vida.

“Corría el año 1978 y yo tenía trece tiernos años, tiernos, pero no inocentes,

en esto también hay una gran diferencia a tener en cuenta.

Es una mirada ante una realidad, muchas veces sórdida, otras  que provocan la hilaridad ante las travesuras propias, de unos niños un poco “ cafres “ de barrio marginal y estigmatizado por la pobreza, la marginación y la delincuencia; que en sus porvenires futuros  aspiran a trabajar de: camellos, policías, forenses u otras lindezas fruto de lo que a diario viven, entre muertos por la violencia otirados o por el mal caballo inyectado en vena  y otras páginas   llenas de una ternura infinita y compasión, expresadas con gran lirismo  que  nunca dejan indiferente al lector.

El  supremo ejercicio de introspección del autor lleva a rescatarse en su  niño interior para sanarlo de todas las heridas que cualquier ser humano guarda en su alma, convirtiéndose en terapeuta de sí mismo . Intentando  a veces en esa bajada a los infiernos, comprender la vida y perdonar  con la mirada del mismo niño, con la dificultad añadida, de tamizarla a través del adulto que en primera persona nos va narrando lo hechos.

Un niño siempre es de una fragilidad absoluta, aunque a veces , a través del retrovisor de  la memoria solemos agraciar los recuerdos que, quizás son cicatrices bien escondidas o maquilladas como un mecanismo de defensa.

También descubrimos la eterna actitud  de la  ingenuidad a lo Lázaro de Tormes que cree la palabra del adulto como ser protector de Los hijos de la transicionsus fragilidades y descubre a golpes de injusticia,  que ahí reside su verdugo, su maltratador, su enemigo y su impotencia . Ante tal descubrimiento, se instala la desconfianza y aprende a defenderse, como puede, siempre intenta engañarlo, o buscar su indiferencia , porque en  ese funambulismo de tantear al adulto,  de ir de puntillas por la casa, o por el barrio, o por la escuela,  reside su propia supervivencia. Pero además el niño aprende a culpabilizarse, a aceptar que el maltrato recibido es porque se lo merece y todo forma parte del paso de su propia transición hacia la madurez de un adulto.

“Tampoco es que fuéramos niños desvalidos y torpes: ¡ni mucho menos!

Éramos profundamente vivos y peleones, también a veces “cobrones” claro, y

recibidores de algunos tortazos al uso de la idiosincrasia del momento, que

como sagradas hostias comulgadoras de tantos palos recibidos se repartían a

discreción y sin demasiados miramientos en aquella naciente transición,

reclinada en una especie de eucaristía social y política enmascarada por

debilidades poco sólidas de aquella transición española.”

Desde la primera página el autor nos engancha con su prosa fluida, como un largo paseo por el tiempo, con su  álbum  de retratos costumbristas y de múltiples  personajes,  muy a lo  “ La Colmena” de su admirado Camilo José Cela, acotados en  un tiempo en que parece muy remoto y apenas nos parece, a la misma generación, que era el anteayer de nuestras vidas. Al ir rescatándose de la memoria, nos va rescatando a los lectores que también fuimos  de la misma generación en la historia personal propia.

Eran tiempos de hostias en las manifestaciones por las anchas y diáfanas Ramblas de Barcelona, donde veíamos a los mayores pedir libertad: “¡Queremos libertad!

¡Habla pueblo habla, tuyo es el mañana!”

  Describe  el  mundo claustrofóbico del Barrio, que siempre impele a la necesidad de escaparse, que con solo unos metros más allá, se salía de él, como el que escapaba del sino , aunque salir de dicho encierro significaba la estigmatización.

“En el barrio permanecían las vidas encerradas, muchas con el dolor

adherido que siempre murmullaba prudente como una sombra encubierta.

Pero con la ilusión de que por los filos de aquella recién parida democracia llegara un futuro mejor.

 En el barrio aprendías a vivir como un animal, a acostumbrarte a habitaciones sin vistas y a patios de luces grises que reflejaban siluetas inanimadas”

 Y otro mundo  más  claustrofóbico  aún el que suponía sobrevivir en casa familiar de 29 m².

La vida de una familia de cuatro miembros en tan sólo veintinueve metros cuadrados se hace difícil y conflictiva, suelen saltar chispas a las primeras de cambio y los tortazos pueden volar al primer suspiro o malentendido que se manifieste casi sin quererlo. A veces, por mi casa, caminaba en puntillas y en disimulo, para no provocar la malvada oscuridad que subía al riego poco sensato de mi alcohólico padre”.

 Paseamos por la memoria  física de : Callejuelas, bares, quioscos, plazas, las fuentes, quioscos, colegio Rubén Darío, coches abandonados que servían de juguete para inventar viajes, cines, meublés o lupanares , farmacias, condonerías ,  el bar 4 Ases, donde la juventud de todos los barrios iban a comprar droga, antro de los más canallas del Barrio … el mercado de San Antonio, la mugrienta playa de la Barceloneta,  piscinas de los baños de Los Astilleros, los Baños Orientales, los de San Miguel y los de San Sebastián…Muchos de esos espacios físicos ya no existen, incluso en nombre del Barrio Chino, ahora se ha transformado en “ El Raval “

 En ese  un trayecto que nos conduce  hacia calles con  su  hedor que le da el punto de realismo, más allá de una descripción aséptica e imaginaria, sino que a través del olfato, el más primitivo y evocador de los sentidos, nos introduce en su propia realidad vivida, no inventada.

 “Era una tarde calurosa y en el interior del barrio se respiraban esos olores

propios de la pobreza no apetecible, sino asumida por el despiadado destino.

Era un hedor mucho más empapado y rociado de sudores fríos, de gatos callejeros que se meaban en cualquier rincón, de arrabales enlatados como guaridas oscuras, de olores poco exóticos, picados y rancios que en otros lados no se respiraban y estaban muy lejos de ser alcanzados.

Desde  su memoria nos presenta los colmados de entonces, donde todo se vendía a granel y en otras medidas  que ya nos suenan anacrónicas , casi olvidadas”  , media libra de arroz, una onza de enérgicos y sabrosos guisantes“ cuando las amas de de casa compraban fiado, con los tenderos que apuntaban el la libreta a cuenta y cuando cobraban la semanada, pagaban y vuelta a empezar. Con economías domésticas tan menguadas que por 3 duros ( 15 pesetas, hoy no llegaría a 10 céntimos de euro).

Del lujo que suponía una lavadora que nadie tenía y que se lavaba en barreños con jabón Lagarto, de la remendada  ropa tendida en los balcones,   de los remiendos en los zapatos por  zapateros prodigiosos; de basuras que se bajaban al mimísimo camión de la basura,  o de la Fuente Padró, donde iban a llenar las garrafas de agua proveniente de otro arrabal porque era mejor que la servida en los centenarios depósitos de las azoteas del Barrio Chino.

De los cines, el de la Parroquia y el Cine Padró, con sus personajes, sus putas y sus travestis de la última fila, buscando siempre la carne fresca de los niños, por un duro.

Allí se proyectaban películas de Bruce Lee, pero también las “ españoladas del destape que entonces estaban de moda, con Ozores, Pajares, Fernando Esteso… esas películas que de pronto aparecían desnudas , sin venir a cuento y que siempre en las entrevistas a las actrices del momento, decían que habían tenido que desnudarse por exigencias del guión.

 “Aquello se clasificó como un subporno blando y casi de inocente vicio onanista. Títulos como: “Los Bingueros”, “El Liguero mágico” y “Un Casanovas en apuros”, fueron películas que no pasarán a la historia como obras maestras de un Stanley Kubrick o de un Martin Scorsese, pero influyeron vehemente en los aspectos artísticos y culturales del país y en nuestras primeras masturbaciones trascendentales”.

Luego llegaron las películas del Vaquilla, donde el protagonista era un delincuente conocido.

 Mención especial tenían las fiestas del barrio, siempre en nuestro imaginario común  de tradiciones  populares, con sus verbenas, su ilusión de bailar con las muchachas, las miradas y todo un mundo de complicidades : “ Una sonrisa de aquellas jóvenes chicas era como una caricia que  iluminaba nuestro mundo, como si fuera un confeti de dulce azucarado”.

La escuela de Rubén Darío donde los muchachos del Barrio Chino, eran carne de cañón, para sus profesores, entre el desprecio y la vieja ley de la letra con sangre entra. Es una actitud que como maestra nunca he aceptado; pero que a lo largo de mi vida he visto y he luchado contra ellos.

Cada ser humano, cada niño, tiene derecho a las mismas oportunidades , sobretodo a las oportunidades de formarse en valores , a ser aceptados y a no caer en determinismos negativos.¡ Cuántas veces he visto maestros opinar : este acabará en la cárcel, este es carne de cañón, este es chusma, no vale la pena esforzarse con él!¡ Este va a repetir ! También he conocido muchos maestros que se dejaron la vida, por trabajar casi como misioneros , en los barrios marginales; como otros estábamos en la Cataluña profunda protagonizando nuestra propia transición. Éramos los maestros hippies de los pueblos, jóvenes, llenos de utopías y revolucionando la sociedad vetusta de aquel entonces.

“ En el Barrio Chino, no había mucha afición a estudiar ni a cultivarse en exceso, pero algunos chicos del barrio iban a la biblioteca y todo, hacían los deberes y no escupían al profesor de turno. Barcelona era una ciudad cosmopolita y provinciana a la vez, y el barrio, lugar peleón y conflictivo donde se desarrollaba el ciclo de la miseria y el buscarse la vida a diario”

Entre ese paseo emocional de sus recuerdos  concretos suele ir acompañado  de  sus    coetáneos : los amigos, la pandilla, las primeras novias, los deseos,  el onanismo en las azoteas de la memoria , con revistas de Interviu, con la  Silvia Kirstel o las tetas de la Bárbara Rey. Los sueños, la esperanza, la lealtad o la crueldad, según se mire,  la compasión y generosidad, como una miscelánea que nos impele a la complicidad de nuestra propia memoria colectiva.

 En esa candidez  de recobrar el tiempo  tiempo perdido, a lo Marcel Porust, donde el anectotario nos lleva a la parte amable divertida e ingenua, en ese mundo de supervivientes.  Por ejemplo en todos los trabajos que hacían para pagarse sus “ vicios “ de chucherías, cromos, cohetes para la hoguera de San Juan o cigarros sueltos  que vendía “la cómplice cerillera del barrio que también vendía cupones de los ciegos” .

Recogían cartones, botellas de champán y las mañanas de domingo vender tebeos en un puesto callejero del Mercado de San Antonio.

Aunque  también ganaban algún duro de recaderos de la señora Carmina, una prostituta que los mandaba a comprar Ladillol (un remedio contra las ladillas) a la farmacia , repartidores de propaganda de algún falsificador y comprador de objetos robados , cigarros de los legionarios, soplos donde se vendía el costo, o marcharse con la pelota de fútbol a otra parte, si molestaba a la clientela de la “Señora Puta”, o recibir 20 duros por bailar pegados  con la prima Maite.

O escuchando al Galiano, el maestro de delincuentes que enseñaba las técnicas de robar , colocando la chaqueta así o asá, casi como un personaje escapado de la Corte de los Milagros del Rinconete y Cortadillo y recibir algún duro de entonces por el soplo de que llegaba la “pasma “

También  haciendo  apuestas en la puerta del lupanar de la Paloma, a ver a cuántos clientes se llevaba en una hora la portuguesa o la sevillana perder los cromos de Mazinguer Z.

 Surrealista ese viaje en ambulancia robada por el Galiano,  al  que los invitó y que acabó estrellada y con ambulancia de verdad evacuando  a los heridos.

Los eternos  partidos de fútbol en la calle, con porterías imaginarias, con un raído balón o con esféricos  “inventado”, interrumpidos a veces por el paso de los automóviles escasos todavía.

“Si no había balón a disposición de nuestras limitadas habilidades futbolísticas, nos apañábamos haciendo una con papeles usados envueltos en celofán hasta que conseguíamos, más o menos, darle una forma  cilíndrica y redondeada”.

 Nos invita con  una  gran ternura narrando el descubrimiento de  un almacén de juguetes y entrar a jugar, como niños que eran. Cuando el encargado los descubrió y montó en cólera, el dueño del almacén no les puso denuncia, porque comprendió que eso era cosa de críos y se apiadó de ellos quitándole hierro al asunto.

El autor no tenía bicicleta, la economía familiar no estaba para el lujo de una bicicleta, pues su padre bastante tenía con pagarse sus vicios etílicos o prostibularios. A veces “ tomaban de prestado” bicicletas ajenas, que dejaban abandonadas después. Pues las Vueltas Ciclistas retransmitidas por televisión tentaban a eso  y porqué iba a estar vedado para unos chavales el placer de correr en bicicleta.

 Eran tan pobres, como dice y hasta una nevera para llevar a la playa , era cutre

“¡Éramos pobres de cojones! La nevera de playa era artilugio del frío que poco

duraba, acolchada con un tarugo de corcho en su interior que hacía lo que

podía.

 Hay una escena digna de la película: La guerra de los botones, película francesa de  Yves Roberts; pero más cafre, consistente en una batalla campal con escopetas de balines de perdigones; pero tan surrealista que acaban disparándose unos contra otros y con escopetas confiscadas, como si fuera un arsenal miliciano.

 Niños colándose  por debajo de las verjas, como lagartijas de las en el Parque de atracciones  Montjuic, para subirse a la montaña rusa y escupirles a los viajeros de abajo, o yendo al zoo a echarles hojas de cannabis a los monos.

 Pero también momentos  de  una sublime sensibilidad poética describiendo el primer beso a Gloria, una niña de 12 años .

“Si miro hacia atrás siempre recordaré aquellos primeros labios sedosos y sabrosos como un néctar de  alquimia que siempre calienta. Aquello fue algo mágico y descubrí una nueva sensación difícil de explicar, de aquella verdad que ocurrió”.

Y cuando otra novia le escribió la primera poesía en una hoja de cuaderno de la que  no se desprendía  nunca y  que el autor la leía por las noches transportándole a la ilusión de casarse con ella  y  tener en una casa con cuarto de baño incluído.

 Así vamos conociendo a los chavales de entonces : Carlitos, el Tato, Manolito, el Chichas,el Fernandito,  la Isabelita, la Gloria, el Chus ,  Cristina la  preadolescente muy cachonda …

Otras veces el paseo consiste en compartirnos la música de entonces y a toda la magia que suponía el deslizar la aguja por los surcos del vinilo.

Comenzaban a asomar los primeros “heavy metals”, La ELO, Supertramp y AC/DC, el vinilo con sus discos de 45 y 33 revoluciones por minuto

  Crisis? What Crisis?, y  Even in the Quietest Moments   Los Chichos eran un grupo de música con aires marginales que se escuchaban con mucho primor y afición en el barrio.   Los Chichos fueron un grupo rumbero español integrado, en sus comienzos, Barón Rojopor Juan Antonio Jiménez Muñoz conocido artísticamente como el “Jero”o  canciones  almibaradas, románticas italianas: Umberto Tozzi, Colage, Ricchie e Poveri…  en contraste con  “Desde el perfume a las medias de cristal las chicas son guerreras”

Volvemos  a ver  a los programas de televisión de 2 canales y en blanco y negro. La televisión de aquel entonces, casi presidía un altar familiar que teníamos en todas las casas, como quizás el objeto más caro y suntuoso  que teníamos, esos viernes que nos reuníamos todos hipnotizados por el 1, 2, 3 , con sus azafatas sexys y  el consabido y deseado  premio del apartamamento en Torremolinos, las series de Vacaciones en el Mar, los Angeles de Charlie, el programa  juvenil Aplauso … el mundial de fútbol y las carreras ciclistas …y las escenas de noticieros de los telediarios de entonces en los sucesos que a todos nos conmovieron a todos como fue el terrible accidente del camión inflamable que se estrelló en el cámping de los Alfaques, en Tarragona, con más de 250 muertos , abrasados o  cocidos vivos cuando intentaron salvarse  en el agua de de la playa   y más de 200 heridos. Sus imágenes escabrosas, cuando aún no se tenía cierto respeto por  presentar a las víctimas carbonizadas , quedaron en nuestra memoria  de este país.

 La regresión hacia la memoria física, emocional , sociológica, es a través de   una galería de personajes que nos pueden parecer arquetipos de  la literatura española, algunos esperpénticos a lo Valle Inclán, como el cobrador de los muertos, de aspecto fúnebre:

“ Aquel cobrador, una vez al año, nos dejaba un catálogo de

ataúdes y cajas de muertos que se veían la mar de lozanas y bien trabajadas a

la madera artesana. Aquel catálogo era muy entretenido de ver, y mostraba las

últimas novedades y primicias del gremio de sepultureros”.

La tropa de legionarios puteros, el  gordo ordenanza de la Calle Carretas, los muertos tirados en la calle que miraban con indiferencia mientras chupaban un polo de limón, El Galiano, maestro de rateros  “Se peleaba con todos los demás chulo putas, macarras, camellos y maleantes de la zona para demostrar que él era el más fuerte, chuleta y cabronazo del barrio” el comerciante mafioso de la esquina que se dedicaba a falsificador .

 “Aquel hombre olía bastante a sudor y a secreciones de zopenco asqueroso,

a queso fermentado, a esencia de pachuli y aromas de la lejana India. Para mí,

que no se duchaba mucho”.

La vecina Carmina, de oficio puta, El Hilario, el vecino maricón que decía ser maquillador de televisión,  Carmen, hija de la “Tufuleta, que era puta barata, las prostitutas baratas de la Calle Tapias, como la coja  Dolores que entre espera y espera  y leía a Neruda . El José Mari y sus duelos a navaja trapera, la “cadiraira  Teresiña, que con una prosa poética le confiere una especial dignidad, como la Benigna de  la novela  Misedicordia, de Galdós ; el señor Diego, perdonavidas, pero muy bueno con los niños, que hasta llevó un burro al barrio para pasear a la chiquillería en Navidad; el borracho Bocanegra, los grises, la pasma, dando las palizas a diestro y siniestro, la estanquera que hasta los no fumadores iban a comprarle cigarros para verle el escote, los borrachos como bultos anónimos, tapados por alguna mano misedicorde,el libreo de la calle Príncipe de Viana, que los miraba con desprecio  miraba con desprecio e indiferencia, la bibliotecaria a la que casi matan de un susto por la gamberrada explotarle un globo; el indigente tísico “ Aquel  indigente enfermo y fastidiado tenía una mirada de luctuosa piedad, pero olía a  muerte segura, a alma del otro mundo, a mártir de estructuras sociales desmontadas y vergüenza del sistema, que no acertaba en su praxis de tolerantes políticas sociales y convivencias”.

Especial mención es esa mirada de conmiseración hacia toda una generación de toxicómanos  que se quedó en el camino “Chavales que se consumieron como cirios que se dejaban arder como almas dormidas y olvidadas, sin haber podido vivir la

fragancia de la flotante adolescencia .”

Se podría decir que les devuelve a muchos de ellos la dignidad que la marginación  y el olvido les habían  borrado, pues se siente parte de los más desvalidos, les da una pátina de humanidad : la suya propia en ese ejercicio de introspección profunda.

Entre los retratos de la familia, el padre, Santiago, alcohólico, la madre , tierna sufridora de sufrir tanta miseria por solo haber cometido el error de casarse con su padre, la hermana Encarna,  el Tato, su primo que quería ser bombero y para “ practicas” le prendió fuego a la casa… el tío y padrino Jordi, que estaba “ cachas “ por practicar lucha greco romana y que le pagaba la tradicional mona , los lunes de Pascua…

 Pero si hay un personaje central que se va repitiendo a lo largo de toda la novela es el de Eusebio Candelas, el mutilado de la batalla de Brunete  y que toma su sentido y comprensión del porqué  de su importancia hacia el final de la novela.

Mató a un pederasta que desgració la vida de su hijo, allá por el 1963, tomándose la justicia por su mano y pagándolo con la cárcel.

Este personaje:  siempre que podía, tenía un detalle con los niños del barrio. Y él sonreía por lo bajo cuando nos veía felices”  aparece en casi por toda la obra, con una especial benevolencia por su comprensión  hacia la infancia maltratada  y olvidada del barrio, es como un espíritu protector de la chiquillería, aunque sus discursos metafísicos espirituales, nos desconciertan y se van repitiendo  a lo largo de la obra, como todo un tratado  del oficio de verdugo.

“  Después de matar a un hombre es aconsejable rezar para que quede todo finiquitado y bien atado. Quedar bien no cuesta nada y ser respetuoso con los muertos nunca está de más”.

El sentido del olfato, según la neurociencia,  los olores son procesados por el  bulbo olfatorio conecta ese aroma con una emoción y el hipocampo relaciona ese aroma con un recuerdo en la memoria. De ahí, la capacidad evocadora de los olores, que nos retrotraen a momentos vividos y genera unas respuestas vegetativas en nuestro organismo imposibles de controlar.

Había una vez un anuncio publicitario que decía : “¿A qué huelen las nubes ?

Pues igual podemos preguntarnos  leyendo la novela : ¿A qué huele el miedo de un niño  indefenso en las crueles  garras de un pederasta?   Un niño atrapado en un coche  abandonado, sin nadie que le oíga gritar , sintiendo su peso, su indefensión y siendo consciente del daño que le puede hacer el adulto ?

“Desprendía  de su curtida piel maloliente el olor de una fétida colonia de las baratas.

Parecía un macarra proxeneta al uso de aquellos tiempos, con sus patillas y

sus anillos de falso oro y de artificios que brillaban como barata quincalla… con ese olor que caracteriza a la sonámbula fechoría y como se iba adosando al mío. Sentía su nauseabundo olor a sudor como exhalaba de sus poros sin piedad… de ese hombre con olor de sudor de azufre que comenzaba a hacerme daño. …Era un aliento maldito y tóxico como el cianuro encima de mi frágil cuerpo.

El hálito de Eusebio Candela planea misteriosamente  hasta al final y tiene su total comprensión y sentido. Es ese final sorprendente, digno del desenlace  de una novela negra y que solo puedo invitar al lector a leerla y descubrirlo.

 María Teresa Bravo

https://sergio-farras-novelas.webnode.es/

 

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