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Sin capa ni antifaz, Captain Fantastic, héroe nudista de la utopía: Porque educar en la coherencia puede generar un serio conflicto de conciencia
Por Salomé Guadalupe Ingelmo
Captain Fantastic es la película más bonita, tierna y emotiva que recuerdo haber visto en bastante tiempo. Pero también se revela vital y divertida. En definitiva, esperanzadora. A Captain Fantastic hay que reconocerle, sin duda, un encanto especial.
Una familia norteamericana, compuesta por un matrimonio y sus seis hijos, vive retirada en los bosques del estado de Washington, en estrecho contacto con la naturaleza, prescindiendo de la tecnología, confiando sólo en sus propias fuerzas y astucia para sobrevivir en un régimen de autarquía. Pero esa utopía se verá turbada cuando la familia ya no sea capaz de seguir enfrentándose a los problemas mentales que la madre sufre desde hace tiempo, y ella, internada en un hospital, acabe con su vida. Tras el suicidio, dispuestos a recuperar el cuerpo para cumplir con sus últimas voluntades, todos ellos emprenderán un viaje de regreso a esa civilización urbana que los más jóvenes no han conocido jamás y los mayores apenas recuerdan. El choque con sus propios familiares, poco dispuestos a intentar comprender o tan siquiera tolerar su inusual modo de vida, resultará inevitable.
Como nuevos Robinsones, Ben y Leslie, el matrimonio de soñadores libertarios, disfruta de un aislamiento idílico y enriquecedor. Porque ellos se han alejado voluntariamente de la sociedad consumista y superficial que les ha defraudado, precisamente, para evitar el naufragio: para proteger a sus hijos de las insidias del capitalismo y liberarlos de la esclavitud del pensamiento único que este exige.
Por eso Ben, que quiere formar individuos autosuficientes y responsables, impone una férrea disciplina a sus hijos, a quienes enseña a cultivar el cuerpo y la mente a partes iguales, desarrollando sus habilidades para la supervivencia y la reflexión crítica.
En ese proyecto juega un papel fundamental el método de aprendizaje aplicado y las lecturas, a menudo filosóficas, que les exige abordar y sobre las que después deben debatir entre ellos, muy a menudo alrededor del fuego como en las antiguas sociedades cazadoras recolectoras. Porque en ese diálogo para llegar a conclusiones más complejas, para aprender a respetar el pensamiento del otro aunque no necesariamente convenza o se comparta, cobra total protagonismo el concepto de comunidad. Eso que precisamente falta en el mundo que han dejado atrás y que encuentra su modelo en el suegro de Ben, perfecto representante del capitalismo que cree que todo lo puede comprar con dinero, que todos han de doblegarse ante su bota. Hasta el punto de pretender quitarle al protagonista la custodia de sus hijos bajo la amenaza de lograr su objetivo por la fuerza, haciendo uso de su influencia ante las autoridades como persona “respetable” que es. Hasta el punto de incumplir la voluntad de su hija muerta y empeñarse en orquestar un entierro faraónico para quien deseaba ser incinerada en la discreta intimidad.
Porque el suegro de Ben es la encarnación de la intolerancia y el despotismo, el ejemplo de quien intenta imponer sus normas en casa ajena y se niega a aceptar la soberanía se sus semejantes, a los que pretende dominar. Un discurso, por cierto, que estos días se ha puesto infaustamente de moda en el panorama de la diplomacia internacional.
Lo cierto es que Captain Fantastic no sólo crítica la enseñanza en las aulas, sino también la pésima educación que muchos padres ofrecen para enfrentarse a la vida, para lidiar con el dolor y la frustración. Una carencia de la que adolecen especialmente los jóvenes, a los que se ha bautizado ya como la “generación blandita”. Al negarse a hablar con los hijos ‒o siquiera ante ellos‒ sobre la muerte, el sexo o la enfermedad, al obcecarse en pintarles un mundo ideal y en hiperprotegerlos, estos progenitores en apariencia modélicos les dejan en realidad indefensos y sin armas ante la cruda realidad que un día habrán de afrontar, y que ellos se obstinan en ocultarles.
Al margen de sus múltiples ramificaciones, el núcleo argumental que propone la película podría resumirse de la siguiente forma: resulta muy difícil luchar contra el sistema cuando no se está solo, cuando uno se siente responsable también del futuro de los seres a los que ama. Educar en la coherencia a veces puede generar un serio conflicto de conciencia en el progenitor. Porque Ben puede estar seguro de hacer lo correcto cuando se salta las normas establecidas, pero serán sus hijos quienes paguen con el ostracismo y la inadaptación las consecuencias de una educación poco convencional.
Sin embargo esos niños manifiestan un juicio más formado, más responsable crítico y consecuente, más maduro, que los muchachos educados dentro del sistema. Porque la película, en efecto, también introduce una crítica dura y realista a nuestro sistema de educación, a menudo rígido y burocratizado; que por lo general pretende llenar la cabeza del alumno de conceptos, pero que rara vez le anima a pensar por sí mismo. Precisamente porque hacerlo seguramente provocaría una postura crítica y polémica por parte del individuo, que comenzaría a poner en duda las normas establecidas.
Parece pertinente recordar aquí el relato Rita Hayworth y la redención de Shawshank, de Stephen King ‒que dio lugar a la película Cadena Perpetua‒, pues en esta obra se advierte contra el peligro de dejarse institucionalizar como el viejo Brooks, que incapaz de adaptarse a la condicional tras toda una vida en prisión, acaba ahorcándose. Y es que una vez el individuo ha aceptado como suyas las cadenas mentales que la sociedad le ha impuesto tan profundamente, ya es incapaz de liberarse.
Si bien resulta innegable su herencia hippie en el plano estético ‒especialmente en la ceremonia durante la cual los muchachos incineran a su madre en una pira al aire libre, mientras interpretan una fascinante adaptación de Sweet Child o’Mine, de Guns N’ Roses‒, Captain Fantastic propone reflexiones que indudablemente trascienden este movimiento concreto efectivamente evocado por las ropas, el cultivo ecológico, el contacto con la naturaleza, el gusto por determinad música y la práctica del budismo entendido como corriente filosófica y no como religión ‒pues los protagonistas rechazan todas las religiones organizadas por considerarlas instrumentos de presión sobre el individuo‒.
A pesar del ideal romántico que persigue Ben y de la sensibilidad destilada por la cinta ‒que en ningún momento se arriesga a convertirse en un producto lacrimógeno ni hace un uso impúdico de los actores infantiles, que desbordan naturalidad en sus papeles y consiguen no resultar repelentes‒, Captain Fantastic huye del fariseísmo y, siguiendo sus propios consejos, se resiste a ocultar que la vida no se revela siempre amable ni todos los finales que nos ofrece se pueden considerar perfectos. El trastorno mental de la madre ‒que bién podría considerarse una metáfora de la inadaptación del hombre actual a una sociedad que en realidad ejerce permanentemente la violencia contra su propia naturaleza‒ ofrece un claro ejemplo.
El desenlace agridulce de la película nos devuelve definitivamente a la realidad: a la imposibilidad de alcanzar la utopía mientras el hombre siga formando parte de una comunidad castradora. La extorsión emocional, el chantaje que el sistema ejerce sobre el protagonista amenazando con arruinar la vida de sus hijos si sigue educándolos en libertad ‒que al mismo tiempo significa responsabilidad e independencia‒, funciona. Así Ben, para poder seguir estando cerca de ellos y protegerles de la exclusión social, finalmente claudica: se afeita la barba, construye una casita con visillos en las ventanas y, aparentemente, matricula a los niños en un colegio. La melancólica mirada del protagonista mientras, cumpliendo con todos los cánones exigidos, sirve el desayuno a sus hijos y espera en su encantadora cocina a que el autobús de la escuela los recoja, dice todo lo que no nos cuenta ese silencio que, justo al final, se extiende entre los personajes. Porque todos, absolutamente todos, hemos de pagar un alto precio para ser aceptados. Y sólo cada uno de nosotros puede saber si ese sacrificio le compensa.
Captain Fantastic es un hermoso canto a la libertad y una contundente reivindicación del derecho a la independencia. Al tiempo la película advierte sobre la necesidad de recuperar el contacto con la naturaleza, el único lugar en el que, en soledad consigo mismo, quizá el ser humano pueda volver a encontrarse de nuevo.
Tras haber disfrutado de la película, su título cobra una nueva dimensión. Asistiendo al debate interno que atormenta a Ben comprendemos que el verdadero héroe es el hombre común, con sus dudas y contradicciones. Ese hombre que se atreve aún a ser él mismo y a proclamarse paladín de la utopía. Que afronta sus responsabilidades familiares cotidianamente de la forma que cree más honesta.
Porque lo cierto es que, lejos de maniqueísmos, Ben se revela un individuo complejo, lleno de luces y sombras. Y esa dicotomía del personaje sirve también para advertir de lo cerca que se encuentra a veces la educación del adoctrinamiento, y cómo podríamos pasar involuntariamente, sin darnos siquiera cuenta y con nuestra mejor intención, de la una al otro. Si bien Ben enseña a sus hijos a respetar todas las religiones aunque no practiquen ninguna, no se priva en lanzar algunas puyas contra los católicos. En la misma línea de llamativas contradicciones, Ben, que en su hogar ha sustituido las fiestas navideñas ‒un culto a una suerte de “duende mágico ficticio”‒ por el Día de Noam Chomsky ‒nacido el 7 de diciembre‒, mientras aleja a sus hijos de la sociedad para salvaguardar su derecho a la libertad de pensamiento, se queda tan tranquilo cuando descubre que su hija menor, de apenas ocho años, decora su refugio de juegos con fotos de Pol Pot.
Ben Cash, cuyo apellido paradójicamente significa “dinero en efectivo”, se convierte en paradigma de las contradicciones propias de cualquier ser humano. Unas contradicciones que no se esfuman con la negación, sino que habríamos de aprender a reconocer como nuestras para poder alcanzar finalmente la armonía interior y la pacífica convivencia con nuestros semejantes.
Ilustración: Robinson Crusoe por Bernard Picart
Ficha técnica
Título original: Captain Fantastic
Año: 2016
Duración: 118 min.
País: Estados Unidos
Director: Matt Ross
Guión: Matt Ross
Música: Alex Somers
Fotografía: Stéphane Fontaine
Reparto: Viggo Mortensen, George MacKay, Missi Pyle, Kathryn Hahn, Frank Langella, Hannah Horton, Nicholas Hamilton, Steve Zahn, Ann Dowd, Trin Miller, Samantha Isler, Annalise Basso, Shree Crooks, Erin Moriarty, Charlie Shotwell
Productora: Electric City Entertainment / ShivHans Pictures
Género: Drama | Familia. Cine independiente USA. Comedia dramática
Página oficial: http://www.bleeckerstreetmedia.com/captainfantastic
Premios y nominaciones
Premio | Categoría | Receptores | Resultado |
Festival de Cannes | Un certain regard | Captain Fantastic | Nominada |
Un certain regard – Premio al mejor director | Matt Ross | Ganador | |
Premios de la Crítica Cinematográfica | Mejor actor | Viggo Mortensen | Nominado |
Globo de Oro | Mejor actor – Drama | Nominado | |
Independent Spirit | Mejor actor | Pendiente | |
Premios Satellite | Mejor actor – Drama | Ganador | |
Mejor película | Captain Fantastic | Nominada | |
Mejor guión original | Matt Ross | Nominado | |
Mejor diseño de vestuario | Courtney Hoffman | Nominada | |
Premios del Sindicato de Actores | Mejor actor | Viggo Mortensen | Pendiente |
Mejor reparto | El reparto de Captain Fantastic | Pendiente | |
Óscar | Mejor actor | Viggo Mortensen | Pendiente |