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SÍ, YO LO MATÉ…
SÍ, YO LO MATÉ… Lo sé, obré indignamente.
En estos llanos áridos
embalsamados de aroma
de tomillo y pino… lo perseguí.
Lo alcancé corriendo por las lomas
de los montes y acantilados… lo acorralé.
Fue por la feria de mayo,
porque veíamos, a lo lejos,
como brillaban los colores
radiantes de los cohetes
en el cielo.
Cuando lo alcancé,
le comuniqué mi sentencia:
¡Te mato, no quiero que continúes maltratándome!
Y sonaron los dos disparos
al unísono con los chupinazos
de la feria.
Dio dos o tres sacudidas violentas
como gallo descabezado.
¡No quería verlo sufrir!
Le hinqué una daga en el corazón.
Y murió retorciéndose, cogiéndose
con las manos el alma…
después, quedó inmóvil… muerto.
Cuando lo recuerdo, de mis ojos
brotan lágrimas a borbotones
que llegan hasta los arroyos,
y de los arroyos al río
que se desborda
anegando las cosechas…
Aún puedo ver sus tristes
aspavientos y sus últimos gestos
en su agonía.
Entonces, vuelven mis lloros
y mis lágrimas y mis lamentos,
y de nuevo se llenan los arroyos
y se desborda el río inundando
el rendimiento…
No debí matarlo.
Los muertos pesan
más que los vivos.
A veces, traigo a mi memoria,
cuando paseábamos por la orilla
de los regueros… ¡Lo enamoraba!
¿Por qué emigraría a este pueblo
desnudo? Donde el frío te hiela
los huesos,
donde no decimos
lo que pensamos. De frente.
No llueve. O nieva.
O el calor te quema los huesos.
Eso sí, la luna es muy grande
y muy blanca.
Otras veces, es media luna.
Este lugar remueve los pensamientos.
De cuando en cuando,
se va alguien, o viene…
O se puede quedar desierto.
Desnuda soy, desnuda digo: soñadora.
Mª Loreto Sutil Jiménez