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Sensato, hilarante, patético, inexplicable Tristram Shandy
José de María Romero Barea
Hay libros en los que el protagonista habita su propia mente, mientras se desespera por parecer serio a los demás, relatos en los que el narrador, catastróficamente autoconsciente, es el alter ego del autor que, mientras trata de explicar los motivos de impulsan sus actos, se afana en romper los moldes de la convención. Alterna la complacencia y el desdén la saga realista, heredera de Cervantes, Rabelais o Jonathan Swift, que actúa como mensaje en la botella para las generaciones futuras, “la constricción u opresión de cualquier criatura, humana o no, conmueve el alma de Sterne y la pluma de Tristram”, sostiene el periodista Robert Wyke, en el número de septiembre de 2020 de la revista Standpoint.
En la novela Tristram Shandy (publicada por entregas de 1760 a 1767), “libro de libros”, según el crítico británico, “la imaginación de[l escritor y humorista Laurence] Sterne [(Clonmel, 1713-Londres, 1768)] amalgama todo tipo de fuentes en una idiosincrásica enciclopedia que trata, entre otros temas, del tiempo, el azar, las castañas calientes, el aprendizaje equivocado, la partería, los nombres, las heridas, la fortificación, el amor, la importancia de ponerse los pantalones de manera correcta, la dilación, la lealtad, la impotencia, las bisagras de las puertas y las narices: “y cuando digo la palabra nariz, me refiero a la nariz, ni más, ni menos””.
Su protagonista es un paria de su especie y, por ende, del grupo al que se niega a pertenecer: “Tristram” asegura el estudioso de la narrativa del clérigo irlandés, “se niega a limitarse a las reglas de cualquiera que haya existido”. Esto le concede la distancia necesaria para hablarnos al oído, porque “escribir (…) no es sino otro nombre para la charla”. El autor de Cartas a Eliza (1767) es capaz de convertir lo familiar en perturbador. El juego literario que nos propone invita, paradójicamente, al desorden de las categorías, a la lucha limpia entre el bien y el mal, nos hace mejorar a medida que leemos, profundiza en el propio entendimiento, mientras se abre a la socialización.
Por suerte para nosotros existe la opción del escapismo que nos brinda el sentido del humor: nos permite alejarnos de la actualidad, mientras se asoma al corazón de una sociedad enferma. Recomendamos al lector en castellano la versión de Javier Marías (Alfaguara, 1978; Premio de Traducción Fray Luis de León 1979), un opus magna que, según el artículo “Tristram Shandy y los consuelos de la comedia”, “celebra las libertades que ayudan a vivir”. Su materialismo fascinado por cómo interactuamos mapea la conciencia anudada a la interdependencia. Nos permite compartir la experiencia de ser parte del universo, nos hace tomar conciencia de una fisicidad donde proyectar significados.
Podemos decir, junto a un crítico de la época, citado por el Presidente del Laurence Sterne Trust en Shandy Hall, North Yorkshire: “Extraño Tristram Shandy: sensato, hilarante, patético, inexplicable”: mientras transgrede las fronteras, tanto geográficas como psicológicas, aborda los efectos del cambio. Nos sentimos vinculados a la “narrativa naturalmente progresiva y digresiva, porque “las digresiones”, apostilla el autor del Viaje sentimental (1765–1768), “indiscutiblemente, son el brillo del sol; son la vida, el alma de la lectura; sácalas del libro, y te llevarás el libro con ellas”. Viajar a este colectivo impulsado no por el malhumorado desafecto, sino por el amor, la conexión y la esperanza, nos permite escapar a un lugar donde los gérmenes no copan los titulares de prensa, un territorio donde lo único contagioso es la risa que provoca.
Sevilla, 2020