Sábado noche

Sábado noche

Paco Huelva
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Apura las sombras nocturnas que se marchitan en una incipiente mañana de coca tardía y güisqui con hielo.
Sale del cuarto de baño con la boca pintada de rojo carmín y desenredándose el pelo después de haber esnifado los restos del gramo de polvo blanco que le hacen hablar y gesticular hasta por los codos.
Regresa a la barra donde la esperan dos negros que encontró no recuerda dónde y que llevan tres horas metiéndole mano, circunstancia que ella consiente para sentirse bien: adorada, inconfundible, única.
No llega a la treintena, pero, la luz matinal dibuja los vestigios y el cansancio de un cuerpo vapuleado en tinieblas de droga y de alcohol.
Al acercarse, saca la lengua a sus adoradores de ébano que arraciman sus manos en su cuerpo aun prieto.
Fija su atención primero en uno y luego en otro, y muerde sus bocas de morados y lúbricos labios.
Quizá ellos le proporcionaron la lucidez del polvo que pasa lento por sus venas; o no… sólo son perros salidos ante una valquiria en celo.
Ella manda y ella, ahora, quiere…
Quiere que la idolatren, que la manoseen, que la busquen. Observar el deseo incontenible en los ojos de ambos. Sólo eso.
El mundo ahora, está conformado exclusivamente por dos pares de ojos saltones; por manos de palmas blancas que se cuelan como culebrinas entre sus piernas entreabiertas; por un olor rancio a esperma que intuye llenará su sexo y sus pechos.
La camarera de la cafetería donde se han afincado -desde que el amanecer hirió con potentes luces el entorno- harta del espectáculo del trío y ante la cara nada agradable de los parroquianos que desayunan mirando de reojo esta fiesta ajena, les llama la atención y les dice que deben abonar lo que deben y que ya no hay más copas, que le están espantando a la clientela con su comportamiento.
Vamos, ¡que se busquen otro lugar para hacer lo que hacen!
Con una risotada y comentando no se qué sobre el puritanismo, se levanta seguida de los dos gorilas. Ellos abonan la cuenta, la rodean por el talle y salen los tres a la calle.
En esos momentos, ella no recuerda que al comenzar la noche que el alba mató con insaciables cuchilladas de luminiscencia se había propuesto realizar este domingo algunas cosas. Algunas.
A cambio, como siempre, se irá a dormir con los dos amigos de toda la vida que conoció hace sólo unas horas y que la voltearán como una muñeca rota en una cochambre de hotel.
Después de dormir un rato entre sus dos amantes, regresará de su viaje sintiéndose hastiada y cansada, molida y dolida por su comportamiento. Recogerá sus cosas en silencio; se pondrá la ropa interior con sigilo y buscando la puerta de salida, que no sabrá dónde queda, bajará descalza la negra escalera que le llevará a la calle.
Al respirar el tórrido calor de las cuatro de la tarde y en la puerta de la casa donde fue utilizada por dos desconocidos, vomitará con asco su insignificancia no encontrando justificación alguna a su comportamiento.
Pero ella sabe que, a pesar de los remordimientos que ahora pululan por su cerebro, cuando la soledad en que vive arraigada solicite ser saciada, saldrá de nuevo en busca de alguien que la consuele aunque sólo sea por unas horas y conseguirá de esta forma, una vez más, otro manojo de canallas, malditas y tristes caricias, tan necesarias para sentirse viva.

Paco Huelva
Enero de 2015

Con cesión de derechos del autor.

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