Rosa Díaz

Rosa Díaz

Carlos J. Rascón
Últimas entradas de Carlos J. Rascón (ver todo)

     Rosa Díaz ha cultivado a lo largo de su trayectoria distintos géneros literarios, desde la poesía a la literatura infantil y desde el ensayo al Rosa Díazartículo periodístico, teniendo en su haber más de cuarenta títulos publicados. En 1980 se fecha La célula infinita, de donde parten las distintas líneas que van a configurar su obra poética. En La palabra vivida (poesía reunida 1980-2005), están recogidos sus trece poemarios editados y la primera versión de Los campos de Dios. Es en esa década, cuando se recogen sus artículos publicados en ABC en el volumen A piel de página, el libro de ensayos, Verbo y Gracia, la biografía del político Alejandro Rojas-Marcos, Remando río arriba, y dos sagas infantiles: El abecedario de Julieta inicia sus publicaciones en Hiperión y Adivina adivinarás, en Anaya. En 2007, se publica en solitario la segunda versión de Los campos de Dios, poema unitario escrito como flujo de conciencia, que va a tener continuidad en Esperando a Grenouille, (Carena, 2013). Su última publicación, La importancia de llamarse T, novela impresa en 2015 por Ediciones en Huida, en la col. Extravaganza. Ha sido invitada a numerosos eventos culturales nacionales e internacionales. Nombrada Autor 2010, Manifiesto del Día de la Lectura en Andalucía. Medalla Luis de Góngora de La Real Academia de Córdoba. Sus libros han obtenido premios de ámbito nacional, entre otros, Ciudad de Alcalá de Henares, Fray Luís de León, Miguel Hernández, Fray Bernardino de Sahagún, Ciudad de Jaén o, el Charo Gonzalez de Literatura Infantil.

http://www.cervantesvirtual.com/portales/rosa_diaz

separador[1]

Preludio para invierno

 

Hay una guerra fría en esta casa

que ha entibiado el café. Que a bajo cero

mantiene un edredón. Que en la argamasa

ha infiltrado un glaciar y un avispero.

 

La tundra en el sofá y el cierzo arrasa

tuero, cenizas, brasas y brasero,

y el hombre de las nieves, cuando pasa

deja un oso polar en el ropero.

 

Y no encuentro el calor ni en los veranos.

Llueve en mi corazón. No hay quien soporte

ni el silencio del hielo ni este frío.

 

Ya no siento los labios ni las manos

pues me he tragado todo el polo norte

sin rechistar y sin decir ni pío.

 

 

Rosa Díaz

Soneto inicial de Esperando a Grenouille

Editorial Carena, Barcelona, 2013

 

separador[1]

Dos Fragmentos del libro Esperando a Grenouille

I

…se tarda mucho en confeccionar una buena soledad,

pero cuando la tienes en las manos

es una magnífica obra de arte.

 

Yo soy mi destino y sé de eso, y lloro de puro placer

al contemplar las cosas que están ahí para mí,

cuando, por ejemplo, salgo a la azotea de la casa

y me encuentro con toda la primavera puesta.

  • Mira Chavo,

¿tú crees que yo me merezco tanto?

Y le sigo diciendo que la tormenta, que tanto nos asusta,

también nos quiere, aunque venga provista del mismísimo rayo.

 

Él siente mis palabras, porque le llegan de algo verdadero

que llora como la lluvia y trae renuncias, contrariedades.

Desgracias que ya no son desgracias sino episodios escritos en la vida.

Y husmeando el perfume de mi corazón, se me arrima, se refriega

por mis pantalones y me quiere comer con su hocicote, su jadeo,

su rabo zigzagueante que es su cariño,

como el de las flores es su color o su aroma.

 

Y con mi mano en sus fauces de lobo

aspiro solamente al cielo de los perros.

II

Hurgo la tierra de cualquier maceta,

y siento que es la misma que mi tía Andrea amantillaba,

antes que se muriera de repente poniéndose las medias de cristal.

 

Y mi abuela la de Extremadura, la que me daba yemas repugnantes

para que no cayera en la enfermedad,

llega otra vez con las mismas historias.

Hoy trae, la del cartuchito de café de estraperlo

que se le cayó a su niña al bajar del tranvía,

cuando era tan chica que sus manos no sabían coger.

 

Y ahí estoy yo para ver en los intersticios de los adoquines

y en los raíles que no vi jamás, pero que está todo

colocado en mi mente sin que falte detalle,

ni grano de café, ni tan siquiera esa pizca de tristeza

que inundó el pecho de aquella criatura

por haber provocado tanto desperdicio.

Tristeza que le siguió siempre, aún en sus años de prosperidad,

para que pudiera habitar la masa de mi sangre.

 

Y está la matanza y el cerdo en La Alconera,

la puñalada del matarife y el chorro espeso y caliente

que sigue cayendo en el lebrillo,

donde una mujer mueve el primordial acontecer de la morcilla…

 

 

Rosa Díaz

Editorial Carena, Barcelona, 2013

separador[1]

De la que mueve el mar

 

  • Ya no hago punto ni bajo a la playa.

Me dijo. Yo dormía.

 

A veces

cojo el movimiento del mar pero no sé qué hago con él,

-siguió- es tan espeso

que me surgen batallas,

armas sospechosas que buscan corazones,

cabezas donde alojaron la bala

y su quemazón.

 

Muchachas forzadas ante los ojos de sus padres.

Mujeres ofrecidas para lo más bajo.

Héroes que combaten con la sed y el sol.

Esclavos y esclavistas.

Rutas.

Cementerios anclados.

Ciudades sumergidas en el horror oscuro de un grito balanceándose.

 

Charcos de rabia muevo,

cauces donde se acomodaron desperdicios que llamábamos ojos,

extremidades que nos facilitaron la existencia.

 

Y he empezado a sentir nausea,

pero por qué:

Reúno como en odre las aguas del mar

y hago estanques de los abismos.

 

El mar es grande, en él cabrá todo,

cabremos todos:

los cierros, los balcones,

las salas amuebladas con los enseres de los anticuarios y las casas de empeño.

 

Estoy arruinada y en los huesos,

y tengo una sonrisa permanente desde que no recuerdo qué pasó con mis labios.

Busco en la carcoma…, en los pasillos de fuego…

¡Ya los encontraré!

Harán pasarelas sobre los oleajes,

sitios donde asentar la mecedora,

cajones de olvido donde aparezca todo.

 

Aunque no sé, no sé, quizás reboce el mar y quizás nos escupa.

Quizás no sea posible acomodarse ya en otro espacio

que no sea en el auge de nuestras propias mariposas:

esa devoración

que transforma en ceniza nuestros cuerpos.

 

Ellos, los lepidópteros, son ya los vencedores de la primera muerte…

 

No sé.

Ya dormía cuando llegó y se puso a remover el mar,

a reunir en odre sus aguas y hacer estanques de los abismos.

 

 

Rosa Díaz

Del libro Las muertas

     Col. Zurgai, Bilbao, 2015

 

 

0 0 votes
Article Rating
Suscribir
Notificar de
guest
0 Comments
Más antiguo
Noticias Más votados
Inline Feedbacks
View all comments
0
Me encantaría saber tu opinión, por favor comenta.x
()
x