Ricardo Bellveser

Ricardo Bellveser

Carlos J. Rascón
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RICARDO BELLVESER es Vicepresidente del Consell Valencià de Cultura (CVC) de la Generalitat Valenciana, Académico electo de la Academia Valenciana de la Lengua, Académico Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, asesor científico de la Fundación Max Aub, Jefe de Estudios del Aula de Cultura del Ateneo de Valencia, ex director de la Institució Alfons el Magnànim y autor de una treintena de libros de poesía, ensayo y novela.

Escritor bilingüe, habitualmente invitado a Congresos internacionales (Belgrado, Nueva York, Beirut, Moscú, Virginia, Chile, Estambul, Sapanka, Buenos Aires, México, Yasnaya Polyana, etc.) tiene publicados una docena de libros de versos, la mayoría traducidos a diversas lenguas, uno de los cuales se editó simultáneamente en cinco de ellas, una veintena de ensayos y estudios literarios, y dos novelas. Parte de sus artículos periodísticos también han sido reunidos en libro. Es colaborador habitual de los suplementos literarios de El Mundo (España), Pagina 7 (Bolivia) y El Mercurio (Chile)

En poesía ha recibido, entre otros, el Premio Vicente Gaos por “Fragilidad de las heridas” (Calambur, 2004), el Castilla  y León por “El agua del abedul” (Visor, 2002), el Jaime Gil de Biedma por “Las cenizas del nido” (Visor, 2009) y el Universidad de León por “Jardines” (Everest, 2013), así como el Premio de la Crítica Literaria Valenciana por “La memoria simétrica”, y el Premio Nacional al Fomento de la Lectura (2011).

Ha recibido también el Premio Ateneo (2016) y la Pluma de Oro del Ateneo Blasco Ibáñez (2016).

Tarde de julio

Probablemente era una tarde vulgar,
tedio contagiado, brisa que teje los pinos
y los evita. La tierra cálida como un pecho.

En las manos, un libro curvaba las alas
y descendía agolondrinado hacia las rodillas.

Nos miramos y estalló la estancia.

La saliva es quien prologa el amor
en su viscosa ceremonia del génesis,
con su efímero nacimiento y su endriago.

De pronto el tacto fue importante.
Tentar lo que las miradas habían encendido,
reducir la distancia del deseo terco
que gesticulaba un salmo de la consumación.

Una paloma se asomó entre sus finos labios.
La desabroché la blusa, y sonaron Las Valquirias.

 
Donde se halle su mirada
(Ante la foto de una amiga que ha muerto)

¿Cómo puede morir alguien con quien hicimos el amor,
alguien cuyos abrasados labios besamos
mientras de su boca salía el calor del Sahara?

Donde se halle tu mirada de asombro estarás
donde esté tu sonrisa y el guiño de tus ojos.

No te volví a ver desde aquellos cálidos días
en que revivimos el encuentro de los cuerpos
en la ceremonia del esfuerzo y la saliva.
Para qué fingir: no fue amor sino hallazgo en llamas
que perduró lo que una pasión adolescente
que prima más el instinto que el tacto y el beso.

Desde esas cosas ha pasado un tiempo aturdido
que se resbaló como la miel en un panal,
mientras sólo sabía de ti que no sabía.

A veces imaginé tu talle de amazona
doblándose sonriente al andar por la acera,
a caballo de otros renglones de tu memoria
con los que concluir nuestros antiguos abrazos.

Ahora, de pronto, en un descuido, ya no estás.
Has traspasado mis recuerdos hacia la nada.

Te fuiste como las tormentas en el verano,
dejando a su paso caos, desorden y energía.
Qué asombro saberte viajera hacia la noche,
cuánta incertidumbre la de los días que vienen.

Vivo en el desconcierto de la cruel evidencia,
vacío como pelliza de vino sin vino,
como una cama deshecha que se ha ido enfriando.
En mí el recuerdo de tus gestos limpios y claros,
tus manos mudas caminando sobre el lecho,
en un desfile que sabía bien donde iba,
a desabrochar mi ropa, y a rozar mis labios,
como cuando me desnudaban de niño en casa.

¿Cómo pudiste morir y dejar este hueco
en el mundo, rastro de bocado en la manzana?
Irte no es regresar porque no existe el regreso,
nunca se vuelve a ese lugar que ya dejamos,
ni este permanece pues todo está mutando,
sólo las cosas, sólo las cosas nos esperan
bajo una tristeza tal de polvo desvivido.

Es así como me han tirado un puñado de sal
sobre el corazón, por la lanzada en mi costado
herido. Ya no soy el mismo, ni lo seré,
sino una sombra que se ha perdido en el recuerdo,
olvido, sombra que con la tuya se diluye.

El camino
Por aquí se escucha el preludio de la noche,
su camino se ve desde este altozano del tiempo
que me permite imaginar la ruta de llegada.
La senda es larga aún, pero me considero
con fuerzas suficientes para cubrir lo que falta
y más, si es que hubiera para mí un último regalo.
Esta primavera no es la vejez, ni la decrepitud,
ni la ancianidad, es algo mucho más sutil,
es el desasosiego, una forma de desconcierto
que adquiere la intuida sospecha del final.

Esta primavera que ahora estreno,
es el comienzo en esplendor de lo que resta
y de lo que queda, la continuidad
de la verdadera vida que me habita hace tanto,
porque esto que estoy viviendo es la vida,
es mi vida, no hay varias vidas diferentes
por las que deambular caprichosos,
no os dejéis engañar, a veces puede parecer
que se rompe o se fragmenta, o se divide
en capítulos, pero es siempre la misma
que ahora veo desde los muchos recuerdos
que en ella se han ido estrellando,
recuerdos acaso insoportables, que se erigen
en pasado, pero es una sola vida en soledad,
aquella que nos ha sido otorgada
para ser arrebatada, la que hemos construido
no siempre con la suficiente maña,
la que discurre en nuestro pecho agobiado
mientras vemos cambiar la de los demás
que viene a cruzarse con nosotros.

La noche nos aguarda, aunque sigue lejos,
y yo camino el camino sin dejar de pensar
de recordar el amor, los amores, el gozo,
la alegría, la esperanza, el lecho,
los besos compartidos con la traición
y los traidores campando a sus anchas.
Pero ha sido bien útil vivir lo vivido
hasta ahora, y aguardo curioso
lo que falta, lo que falte, sea cuánto sea,
aunque quizá esta primavera, a veces,
tenga aspecto de anticipo de la noche.

Hay tantas julias

Hay tantas julias como beatrices,
como galateas hay, como ineses
existen por las calles y ciudades.
De ahí que salgamos en su búsqueda;
hay quienes las idean y desgranan
fantasías en trozos de papel,
o las congelan en vídeos de pecera;
otros optamos por vivirlas así,
atrapar  cada Julia que vemos,
mirarlas sonreír con la cabeza
sobre la almohada y el sueño perdido.
Las historias no se inventan, como no
se idean unos rasgos: están ahí
siempre han estado y por ello seguirán.

No es amor, es pasión, es aventura.
Julia es además lo inesperado,
el rito de una infinita liturgia,
que adorna un mundo poco razonable.
Julia es una idea de nosotros mismos,
también el inevitable secreto
que nos hace improbables e hirsutos;
lo auténtico, la postrer genialidad
de una asfixiante y azul monotonía.

 
El crecimiento vegetal
                        A Gonzalo Santonja
 
La piedra es una frente
donde los sueños gimen
FGL

No sé cuánto tiempo he consumido
en estudiar el crecimiento de este seto,
miro también los árboles y los gladiolos,
los enredados rosales y sus raíces
y se me antojan quietos como romeros.
Este árbol, a juzgar por su aspecto,
su silencio y su quietud, no crece,
ni lo hace esta rama balanceante,
tampoco crece el magnolio.
Deberíamos dedicarle más atención
a estas cosas, a percibir el aroma
encerrado en los muros de la ciudad
que contienen la vida de las piedras,
a comprender cómo medran las plantas
y a ver la ternura en el rostro de granito
de mejillas sometidas al viento que las besa.

Camino los senderos,
entre las fuentes detenidas
en chorros de cristal impecable,
la ingravidez de los hermosos insectos,
el suelo de las raíces que lo agusanan,
la luz en sable entre las hojas.
Sé que estos muros crecieron hace siglos,
aquí las piedras han sido educadas
por el martillo, y su raspadura
la hace el viento y el frío se encarga
de callarlas con arrogante resignación.

Todo crece aquí con un ritmo humano,
pues aunque nos miremos el dorso de las manos
no las vemos cambiar. Pero cambian.
Ese es el secreto de este movimiento,
que no se percibe. Sólo comprendemos
que el tiempo ha pasado, cuando
todo se detiene y de pronto, llega el invierno.

La casa de los padres

Qué desorientación y qué soledad,
aunque, ¿no es el vivir soledad
y no es la soledad el primer síntoma
de la Gran Desorientación?

Es lo último que quizá quedaba de ellos,
una casa repleta de objetos raros
de los que me deshago con impaciencia,
apenas trastos han  sido en el sendero,
cachivaches henchidos de extravío.
La casa de los padres, ahora lo sé,
se transforma en una tibia crisálida,
espesa red de recuerdos aturdidos
que tejen las madres con hilos de seda
mientras nos tienen atrapado el corazón.
Allí pasé de gusano a mariposa,
y emprendí el vuelo si es que andar es volar.
Esa casa, esta, después de irnos todos,
quedó como piel de serpiente olvidada
en el camino tras precisar la muda,
pues la sierpe la cambia para crecer
y eso es lo que le da la libertad.

La abandono, creedme, sin emoción,
con la extrañeza de saber que ha acabado
parte de mi historia y que ahora comienza,
en serio, la otra, la gran aventura
que surge de lo que queda del recuerdo,
la memoria o la lección bien aprendida.

Salí de allí pues el mundo me esperaba,
que era sólo mío desde ese momento,
del que ya he consumido buena parte.
Salgo ahora silencioso y conmovido,
a beberme los últimos tragos largos
de una vida en la que se desorientan
los mal contados días que me queden.

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