El Renacido: De Esa Vida, Más Allá De La Muerte, Que Raramente Advertimos

El Renacido: De Esa Vida, Más Allá De La Muerte, Que Raramente Advertimos

Salome Guadalupe Ingelmo
Últimas entradas de Salome Guadalupe Ingelmo (ver todo)

El Renacido: De Esa Vida, Más Allá De La Muerte, Que Raramente Advertimos

Por Salomé Guadalupe Ingelmo

Hugh Glass, explorador herido gravemente por un oso, es abandonado a su suerte en una región inhóspita de las montañas por sus compañeros. Logrará sobrevivir, en pleno invierto y acosado por indios hostiles, gracias al inmenso deseo de vengar la muerte de su hijo.

El renacido es una historia de supervivencia y, al tiempo, no. O al menos no sólo y no esencialmente. La película narra más bien los encuentros y desencuentros que protagonizan almas heridas de diferentes maneras a lo largo de su camino vital. Un camino que, guiado por la venganza, inevitablemente sólo puede conducir, de uno u otro modo, a la muerte. A la muerte definitiva y literal o a la muerte interior. Porque una vida estéril y sin sentido quizá ya no sea vida.

El renacido mantiene una estrecha relación con Las aventuras de Jeremiah Johnson. Tanto ésta como El renacido se basan en novelas que a su vez se inspiraron en las aventuras de hombres de vidas azarosas, como hubo tantos que buscaron fortuna en América, desde siempre la tierra de las posibilidades, y por el camino descubrieron que no es oro todo lo que reluce.

Las aventuras de Jeremiah Johnson recuperó en parte la vida de John Johnson, conocido por el significativo apodo de “Liver-Eating” ‒al que Iñárritu podría hacer un guiño cuando su protagonista encuentra a su benefactor indio y éste le ofrece un pedazo de hígado de bisonte crudo‒, que vivió entre 1824 y 1900. En aquella ocasión el guión, de John Milius y Edward Anhalt, se basó en The Saga of Liver-Eating Johnson (El matador de indios crow: la historia de Johnson el Comehígados), de Raymond Thorp y Robert Bunker Crow Killer, y en Mountain Man (Hombre de montaña), de Vardis Fisher.

En el caso de El renacido el guión, obra de Mark L. Smith y el propio Iñárritu, se basa en la novela homónima de Michael Punke, The Revenant: A Novel of Revenge. Punke se inspira en la historia real de Hugh Glass (aprox. 1780-1833), explorador y trampero. Después de haber sido atacado por un oso y abandonado por sus compañeros, Glass emprendió un trayecto de casi 400 kilómetros hasta Fort Kiowa. Glass nació en las cercanías de Filadelfia y tras la captura de su barco ‒en un primer momento fue hombre de mar‒ por unos piratas, fue forzado a dedicarse a la piratería en la isla de Galveston, que posteriormente pertenecería al estado de Texas, para salvar su vida. Galveston resultaba un lugar muy peligroso, pues la rodeaban los Karankawa, que según los rumores eran caníbales y mantenían relaciones hostiles con los europeos. Los testimonios dejados por Glass indican que abominaba de la vida del pirata, de la monstruosa conducta violenta a la que ésta forzaba, de la falta de compasión que observaba a su alrededor. Por eso escapó; pero cayo en manos de los Pawnee, que a punto estuvieron de sacrificarlo ‒como le sucedió al compañero con el que Glass habría huido‒, aunque finalmente lo convirtieron en un miembro más de su comunidad. Entre ellos tomó esposa y con ellos aprendió a conocer la naturaleza y a sobrevivir. Después Glass entró en el comercio de las pieles y se unió a la expedición organizada en 1822, en St. Louis (Missouri), por el general William H. Ashley y el mayor Andrew Henry, la Rocky Mountain Fur Company, que buscaba cien jóvenes emprendedores y dispuestos a la aventura. Aunque los arikara, del curso superior del río Missouri, fueron punto de referencia para el trueque y se convirtieron en intermediarios, decidieron atacar a los hombres de la Rocky Mountain Fur Company y causaron bastantes bajas. Los supervivientes tuvieron que escapar. La sublevación fue castigada por el ejército de los Estados Unidos, si bien en esa expedición de castigo no participó Glass, que estaba convaleciente de las heridas sufridas durante el ataque. Entre tanto, los arikara, con su poblado destruido, se vieron obligados a vagar buscando asilo entre el resto de tribus. Dada la inseguridad de la zona, la Rocky Mountain Fur Company decidió trasladarse a las Montañas Rocosas, donde pensaban ponerse en contacto con la tribu de los crow para establecer nuevos acuerdos de comercio. Es allí donde Glass, a finales de agosto o principios de septiembre de 1823, se encontró de frente con un oso y dos cachorros y fue atacado. Dado que el territorio estaba plagado de indios hostiles y el trasporte del herido ralentizaba la marcha, tras diversos conflictos internos, el grupo, considerando que la gravedad del enfermo no le permitiría sobrevivir, decide abandonar a Glass. De este incidente nos llega testimonio a través de James Hall, que lo publica por primera vez en 1825. Aunque después sería recordado por varios autores contemporáneos más. Dos hombres, entre los cuales Fitzgerald, recibieron el encargo remunerado de quedase con Glass hasta su muerte y enterrarlo después; pero huyeron llevándose sus pertenencias y regresaron al fuerte que se encontraba en la boca del Yellowstone. Al comprender que dependía sólo de sí mismo, Glass, a pesar de sus graves heridas, se puso en marcha hacia Fort Kiowa, en el Missouri, razonablemente alejado de los arikara. En el lento trayecto se alimentó de hierbas, insectos y la carroña que lograba robarles a los predadores. Por el camino fue sanando y logró llegar a su destino, donde le proporcionaron nuevas armas. Se embarcó con otros comerciantes del fuerte y así partió en busca de los hombres que lo habían abandonado. Después de nuevas aventuras y desgracias durante las cuales se encontró otra vez solo y desarmado en territorio de indios hostiles, logró dar con Fitzgerald, el verdadero responsable de su abandono, en Fort Atkinson. Para entonces éste se había alistado en el ejército, por lo que no se le permitió la venganza y decidieron compensarle económicamente por sus sufrimientos. Glass, frustrado, se trasladó con esos fondos al oeste de Missouri y, en 1824, se convirtió en socio de una de las empresas comerciales de Nuevo México. En Santa Fe, Glass formó una sociedad para explorar el río Gila con un francés llamado Dubreuil.

La historia de Hugh Glass fue adaptada al cine en 1971 gracias a un guión de Jack Hewitt. Obviamente me estoy refiriendo a El hombre de una tierra salvaje, que fue protagonizada por Richard Harris y dirigida por Richard C. Sarafian.

Quizá el exigente pero agradecido papel de Hugh Glass en El renacido le facilite a DiCaprio, finalmente, su tan acariciado Oscar. Lo que me parece indiscutible es que Tom Hardy, que interpreta al perverso Fitzgerald, se consagra definitivamente como una excelente mala persona.

La venganza, ese móvil esencial en casi todas las películas del oeste, era el motor principal, el único motor, en Las aventuras de Jeremiah Johnson. Y lo vuelve a ser en El renacido. Tanto Las aventuras de Jeremiah Johnson como la película de Iñárritu pertenecen inequívocamente al género western, y sin embargo ambas trascienden totalmente las fronteras del género. Como las trasciende el propio sentimiento alrededor del que giran sus tramas. Porque la venganza se revela también origen recurrente de las más grandes tragedias griegas. Y, en general, de algunas de las más grandes tragedias que el hombre ha escrito a lo largo de los tiempos: Hamlet, Otelo… Ahonda, por tanto, Iñárritu en la naturaleza de un sentimiento plenamente humano. Y al hacerlo, ahonda al tiempo en la propia conducta de la especie. Curiosamente, para ello, confronta al hombre con la naturaleza. Ésa de la que procede y a la que aún pertenece, aunque muy a menudo parezca haberlo olvidado.

Tanto en Las aventuras de Jeremiah Johnson como en El renacido nos enfrentamos a un personaje hastiado del género humano, de la violencia que el género humano irradia. En Las aventuras de Jeremiah Johnson, el soldado Jeremías Johnson hastiado de la civilización y lo que ella representa, decide desertar de la guerra entre Estados Unidos y México y abandona su vida pasada para establecerse en las inhóspitas Montañas Rocosas, lejos del hombre. Allí encuentra la paz entre una tribu india donde forma un hogar con una mujer amerindia y su hijo, a quien adopta. La tragedia llamará a su puerta con el asesinato de su familia por un grupo de indios crow ‒porque la violencia no entiende de razas‒ contra quienes buscará venganza. En El renacido asistimos a las constantes visiones que persiguen a Glass sobre la masacre del poblado pawnee que lo acogió: sobre el asesinato de su esposa y el intento de asesinato de su hijo, que le obligó a matar a un oficial y desconfiar de sus semejantes. Fluye, por tanto, una vigorosa corriente humanista bajo la superficie de ambas películas. Las dos, enormemente sugestivas y de una sobrecogedora belleza visual y argumental. Las dos, una apremiante invitación a la reflexión sobre nuestra especie.

Porque el de Glass es un mundo violento en el que nadie intenta comprender a nadie. En el que casi todos han perdido lo más querido ‒él ha perdido a su mujer y después a su hijo, el pawnee que le ayuda también ha visto morir a su hijo, el arikara que le persigue sólo quiere recuperar a su hija…‒ y, sin embargo, el resquemor y la incomunicación les impide, salvo casos muy puntuales, el dialogar y compartir ese dolor. Un mundo en el que no hay cabida para los sentimientos o la compasión, que han aprendido a esconderse bajo una piel dura como el cuero. Un mundo en el que todos, en realidad, son salvajes. Paradójicamente, más salvajes cuanto más civilizados se creen. Paradójicamente más salvajes que esa naturaleza que, sencillamente, respeta sus propias reglas. Como el oso, que lejos de agredir a Glass gratuitamente, no hace más que defender a su osezno. Igual que él está dispuesto a dar su vida o a sobrevivir en cualquier circunstancia por su propio hijo o simplemente por vengar su muerte.

El hombre es capaz de cualquier cosa cuando tiene una meta; la voluntad todo lo puede y supera. Y eso que a veces las trabas no son pocas ni insignificantes. Lo que hay que hacer para sobrevivir… Que no siempre es sinónimo de vivir. No se puede vivir sin una meta. Mejor lo más lejana posible, lo más utópica posible, lo más inaccesible posible. Porque una vez la meta se alcanza y no se sabe reemplazar por otra, no se sabe buscar o inventar una nueva esperanza o una nueva ilusión, seguir existiendo carece de sentido. Por eso la venganza, destrucción en estado puro, todo lo contrario del acto creativo, puede convertirse en fin de una vida; pero inevitablemente se revela al tiempo semilla de muerte. Porque una vez alcanzada, una vez obtenida nuestra particular justicia, ya nada nos impedirá tumbarnos a criar líquenes, ya nada nos empujará a levantarnos a la mañana siguiente. Quien no sabe superar la tragedia y alzarse de nuevo, reconstruirse de nuevo, quien vive anclado en su pasado, prisionero de sus devastadoras experiencias, seguramente no sabrá labrarse un futuro. Por eso en la escena final de El renacido, Glass, habiendo vengado ya la muerte de su hijo e incapaz de encontrar otras motivaciones para seguir viviendo, se reencuentra con su esposa. Como si desde la muerte del muchacho ‒y más por ello que por sus gravísimas heridas‒ sólo hubiese vivido de prestado hasta convertirse en mano ejecutora, instrumento de venganza.

A pesar del extremo realismo que todos alaban, sospecho por las reacciones del público que El renacido no es exactamente lo que la mayoría esperaba encontrar. Los tiempos, en efecto, resultan lentos y puede llegar a hacerse larga; sucede incluso que algunos consulten el reloj y se revuelvan en sus butacas. Personalmente diría que no importa: forma parte de un modo de entender el cine que poco tiene que ver con el norteamericano. Por supuesto existe un argumento, una trama y una acción, y no obstante la cámara se recrea de forma inusual en el paisaje, en un paisaje real y amenazador, en un paisaje inmenso ante el que el hombre poco significa. No nos encontramos ante los rincones idílicos que por lo general hacen disfrutar a la retina del espectador, poco habituado a la naturaleza verdadera sino a una versión edulcorada y fabricada a medida de hombre, a una naturaleza domesticada y civilizada, la que suele aparecer en las fotos de las guías turísticas.

No me cabe duda que esos mismos paisajes hubiesen resultado mucho más atractivos, más cautivadores para el gran público, de haber recibido otro tipo de tratamiento lumínico. Sin embargo Iñárritu quiso filmar sólo con luz natural, lo que, dadas las condiciones climáticas y habida cuenta de que buena parte de la película se desarrolla en las horas previas al amanecer y previas al crepúsculo, le obligó a no grabar más de noventa minutos al día y provocó ‒también por el cambio de escenarios‒ que un rodaje estimado de dos meses se convirtiese en uno de más de diez. Mereció la pena. Uno de los mayores aciertos de la cinta, quizá el mayor bajo mi punto de vista, no es el realismo en general, sino en concreto el realismo por cuanto a iluminación se refiere. Quienes están habituados a levantarse temprano para subir a la montaña ya sea verano o invierno, reconocerán esa particular luz que nos revela un mundo de colores apagados, mucho más modesto y sin el esplendor que presentarán entrado el día; un mundo menos espectacular que el que se abrirá ante nosotros apenas el sol salga y comience a iluminar. Recordarán ese momento mágico que no puede comparase con ninguna otra experiencia: el amanecer. Como si el planeta volviese a crearse una y otra vez, a fundarse de nuevo con cada nuevo día. Porque especialmente el invierno, con sus escasas horas de luz, nos muestra más que ninguna otra estación las dos caras de la naturaleza. Dos caras muy distintas, aunque de una misma moneda. Dos caras indisolublemente unidas.

El renacido resulta una película fría, como la luz que la caracteriza. No genera empatía hacia la tragedia humana que narra sino, movidos por la inconmensurable belleza del paisaje, hacia la naturaleza. Y curiosamente, creo que ahí reside otra de sus mayores virtudes. Porque sospecho que el resultado es fruto de una elección muy consciente por parte del director, y no signo de su incapacidad para conmover al espectador o producto de un excesivo alarde técnico.

Y al tiempo es cierto que la película se diría técnicamente impecable. Su sobrecogedora fotografía busca soluciones muy originales y extremadamente atrevidas a veces. La cinta está llena de escenas evocadoras y no renuncia siquiera a adentrarse tímidamente en el realismo mágico, especialmente cuando se refiere a la pérdida sufrida por el protagonista de su mujer y su hijo. Hay circunstancias, generalmente en lo que parecerían sueños o delirios de Glass, que justifican esas singulares escenas ante una mentalidad europea. Pero la principal razón de su presencia, no me cabe duda, es la nacionalidad del director: todos tenemos una cultura y un bagaje, que inclina nuestros gustos y sensibilidad, a las espaldas. Existe, además, una justificación interna en el hilo argumental: el protagonista es un hombre en la frontera. Entre la vida y la muerte, o más bien más muerto que vivo, muy probablemente puede ver y advertir el mundo que a otros pasa desapercibido. Además Glass es un ser fronterizo en más sentidos: participa de dos culturas, aunque parece estar más próximo a observar el mundo a través de los ojos de la tribu de su esposa. Quizá en buena medida por eso, por esa especial comunión con el entorno, y no sólo por su afán de venganza, logra sobrevivir. Porque esta película también reflexiona sobre el vínculo entre la naturaleza y el hombre: entre la naturaleza y un cierto tipo de hombre que aún sabe escucharla.

En efecto, el realismo mágico opta por un acercamiento al mundo desde una perspectiva ideológica “primitiva” y precientífica, en la que la comunidad acepta con naturalidad la aparición de lo maravilloso y no pretende racionalizarlo ni ajustarlo a una lógica. Porque el hombre moderno se revela un ser esencialmente racional que vive un mundo desacralizado al ser su actitud frente al mismo profana, mientras el hombre de las sociedades tradicionales habitaba un cosmos sacralizado porque su actitud frente al mundo es esencialmente sacralizada. El hombre religioso advierte manifestaciones de lo sagrado en el mundo, mientras el hombre irreligioso rechaza la trascendencia y se reconoce como único agente de la historia. Por este mismo motivo, la naturaleza tal y como la entiende el hombre moderno es el producto de la secularización del cosmos obra de Dios. Y por eso mismo muy a menudo la subestima y no la respeta.

Glass, sin embargo, la respeta tanto que hasta se identifica con ella. Llena de alusiones simbólicas, la película recurre, por ejemplo, a la constante presencia de los árboles, de las copas de los árboles mecidas por el viento o azotadas por la tempestad, para recordar que aunque la tormenta parezca estar a punto de abatirlos, el árbol con fuertes raíces se mantiene en pie. Pues aún tiene una misión, como la tiene Glass.

Significativamente, Glass se revela doblemente renacido después de ese improbable parto en el que sale del vientre de su caballo muerto, desnudo y sangrante como la primera vez. Renacido por haberse recobrado de sus heridas, pero renacido también porque se identifica con esa naturaleza aparentemente muerta que le rodea. Que en realidad sólo hiberna esperando su momento, el retorno de la primavera. Porque de la muerte, como la vegetación nos demuestra, a veces también se regresa.

Las aventuras de Jeremiah Johnson fue una película excepcional, pero abordada con una óptica plenamente norteamericana. Lo que El renacido nos ofrece es algo totalmente distinto, porque lo que prima no es la historia ni el argumento, en efecto compartido con la cinta de Sydney Pollack. La aproximación de Iñárritu tampoco es europea, por mucho que los tiempos nos recuerden más a un cierto tipo de cine del viejo mundo. Diría que El renacido se encuadra en una fecunda tradición iberoamericana, heredera de García Márquez o, más concretamente en México, de Juan Rulfo o Laura Esquivel. Por eso puede llegar a resultar tan extraña, al tiempo que cautivadora, para algunos espectadores europeos. El realismo mágico decide aproximarse al mundo desde una perspectiva ideológica “primitiva” y precientífica, es decir desde una óptica sacralizada frente al universo, que se considera lleno de manifestaciones de lo sagrado. Por el mismo motivo, ante los ojos fascinados y atónitos de un hombre contemporáneo que habita un cosmos racional y secularizado, en las obras fruto de esta corriente lo maravilloso se presenta y experimenta con una naturalidad que el lector o espectador, desde su propio bagaje cultural, no logra justificar sino como un recurso, privándolo así de su fuerte contenido ideológico.

Con sus nieves infinitas y sus majestuosos paisajes desolados, El renacido pone de manifiesto la insignificancia del hombre: a menudo un pequeño punto apenas en movimiento entre el blanco impoluto sobre el que no conseguirá dejar huella más que por breves instantes. Somos todo ‒los unos para los otros, gracias al milagro del amor‒ y somos nada. Un soplo, apenas un instante de tiempo. Un instante de tiempo que hay que dotar de sentido y aprender a aprovechar para que el trabajoso viaje no haya sido en vano.

hug glass

Ficha Técnica

Título original: The Revenant

Año: 2015

Duración: 156 min.

País: Estados Unidos

Director: Alejandro González Iñárritu

Guión: Mark L. Smith, Alejandro González Iñárritu (Novela: Michael Punke)

Música: Carsten Nicolai, Ryûichi Sakamoto

Fotografía: Emmanuel Lubezki

Reparto: Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Domhnall Gleeson, Will Poulter, Forrest Goodluck, Paul Anderson, Kristoffer Joner, Joshua Burge, Duane Howard, Melaw Nakehk’o, Fabrice Adde, Arthur RedCloud, Christopher Rosamond, Robert Moloney, Lukas Haas, Brendan Fletcher, Tyson Wood, McCaleb Burnett

Productora: New Regency / Anonymous Content / RatPac Entertainment; Distribuida por 20th Century Fox

Género: Aventuras. Western | Supervivencia | Biográfica

Web oficial: http://www.foxmovies.com/movies/the-revenant

Premios
2015: Premios Oscar: 12 nominaciones, incluyendo mejor película, director y actor
2015: 3 Globos de Oro: Mejor película drama, director y actor (Leonardo DiCaprio)
2015: Premios BAFTA: 8 nominaciones, incluyendo Mejor película y director
2015: Critics Choice Awards: Mejor actor (Leonardo DiCaprio) y fotografía
2015: Directors Guild of America (DGA): Nominada a mejor director
2015: Sindicato de Actores (SAG): Mejor actor (Leonardo DiCaprio)
2015: Satellite Awards: 5 nominaciones incluyendo mejor película y director
2015: Premios Annie: Nom. a Mejor animación de personajes en film no animado
2015: Asociación de Críticos de Chicago: Mejor actor (DiCaprio). 5 nominaciones
Estreno es Estados Unidos: 25 de diciembre de 2015.
Estreno es España: 5 de febrero de 2016.
Imagen:
Monumento en honor a Hugh Glass erigido al borde de un lago de Dakota del Sur.

 

0 0 votes
Article Rating
Suscribir
Notificar de
guest
0 Comments
Inline Feedbacks
View all comments
0
Me encantaría saber tu opinión, por favor comenta.x
()
x