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Ante un estudio que ya se ha realizado acerca de la relación entre la educación infantil desde la más temprana edad, y la mejora del rendimiento en etapas educativas posteriores, considero que es una cuestión abierta al análisis y la valoración.
La recomendación de que los niños entren en la guardería, de forma universal, en nuestro país a partir de los dos años, me parece excesiva, por varias razones. Una de ellas es que si el nivel de mejora de las calificaciones es de un 6 por ciento en matemáticas, y un 4,4 por ciento en lengua, según la investigación, estimo que no merece la pena, privar a los niños, que son casi bebés, de la libertad característica del ámbito familiar.
Más, teniendo en cuenta, que los nacidos, actualmente, tienen una esperanza de vida que ronda los noventa o cien años, gracias a los avances de la medicina, de la higiene, y de una mejor alimentación. Esto cambia las cosas, de una manera clara y rotunda. Ya que significa que en una vida, probablemente muy larga, la formación será un proceso permanente que se extenderá más de sesenta años.
Es adecuado, en mi opinión, analizar las cuestiones educativas con perspectivas más amplias, en la sociedad del conocimiento en la que estamos inmersos.
Los supuestos efectos negativos producidos en algunas materias, porque los niños sean escolarizados después de los tres años, me parecen poco relevantes, ya que son mínimos, si pensamos también que estos resultados son del año 2009, y la sociedad digital avanza a pasos agigantados, con las posibilidades del autoaprendizaje, y de la enseñanza a distancia, etc.
Indudablemente, los padres deben seguir teniendo plena libertad para escolarizar a sus hijos a la edad que consideren adecuada. Estimo que los cuatro o cinco años es la edad más apropiada para que los niños sean escolarizados.
Pienso que los menores de tres años requieren un cuidado de tipo asistencial más que, propiamente, formativo. Creo que uno de los medios para mejorar la igualdad de oportunidades, y luchar contra el fracaso escolar, es el aumento general del nivel de exigencia a los alumnos de todas las etapas educativas.
Y el ofrecimiento de itinerarios bien diseñados, para que los estudiantes y sus familias no sientan frustradas sus expectativas de formación, en función de sus intereses y gustos.
La cultura del esfuerzo que, ya está recogida en la ley educativa, no debe ser simple retórica pedagógica. Su plasmación concreta, probablemente, se alcanzaría, con un mayor rigor en los procesos de calificación de los conocimientos, realmente demostrados, en los exámenes, por los alumnos y alumnas de todos los niveles educativos, pero especialmente, en primaria y secundaria.
En cualquier caso, el valor de la Formación Profesional debe ser más resaltado, como una vía formativa de gran importancia, aunque también esté en la mentalidad colectiva que el Bachillerato parezca, casi imprescindible, para cualquier trabajo hoy en día, o, al menos, es lo que se observa, de forma generalizada, en la sociedad actual.
Quizás, lo más decisivo, sería que los alumnos se diesen cuenta de lo que, realmente, quieren estudiar, y del gran y sostenido esfuerzo que supone superar el Bachillerato.
Y también es bueno que valoren otras opciones formativas que son más prácticas orientadas hacia diversos ámbitos profesionales, para no perder el tiempo, ya que es un recurso valioso.
José Manuel López García
Con cesión de derechos de autor