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Ramón Martínez López (Fuente Vaqueros, 1975). Doctorado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada en 2003. Miembro de la Asociación Colegial de Escritores (Sección Autónoma de Andalucía) y de Humanismo Solidario. Ha participado en diversos proyectos de investigación, seminarios, cursos y eventos de difusión científica. Ha codirigido el Congreso Nacional Literatura y Compromiso: Federico García Lorca y Miguel Hernández. Ha codirigido diversas revistas literarias: Elvira Letras, Caleidoscopio. Ha dirigido durante cuatro años el Centro de Estudios Lorquianos y el Teatro Federico García Lorca, en Fuente Vaqueros. Es autor del Ensayo García Lorca y el teatro: génesis y evolución de un dramaturgo, en la Colección Genil de la Excma. Diputación de Granada. Ha publicado numerosos artículos, capítulos de libros, reseñas literarias, etc. Ha sido finalista en el XXIX Certamen de Poesía Villa de Peligros, 2014, con Septiembre en los armarios; en el Segundo Premio Internacional de Poesía Ciudad de Almuñécar, 2015, con Abril deshabitado y en el II Certamen Umbral de Poesía de Valladolid, 2015, con Los que soñamos con la luna. Ha aparecido en la Antología Todo es Poesía en Granada, Editorial Esdrújula, Granada, 2015. Ha publicado Septiembre en los armarios, Editorial Alhulia, Salobreña, 2015. En abril de 2016, Secuencias de piel sobre el invierno, en la Editorial Esdrújula. Ha sido Jurado en el Premio Alma del Campo del Grupo Tu Voz (Méjico), 2016. Ha obtenido el Segundo Premio Internacional Horacio Quiroga de Argentina, 2016, otorgado por la prestigiosa SADE (Sociedad Argentina de Escritores) Filial Zona Norte. Primer Premio en el Tercer Certamen Literario Internacional Bilingüe Asociación Cultural TraccePerLaMeta 2017. Actualmente es profesor de Lengua Castellana y literatura en el IES Cerro de los Infantes de Pinos Puente (Granada) y Miembro de Honor del Grupo de Poesía TU VOZ (México).
Al abordaje
Este dolor tan simple es un desierto.
(De La Apariencia, FERNANDO VALVERDE)
Ahora que el mar se cobija en mis recuerdos
y tus ojos ya son parte de su antiguo oleaje.
Ahora que las ciudades son fríos inviernos
y un temblor de septiembres y paisajes.
Ahora que el viento azota mi rostro
y octubre se escapa por las autopistas de peaje.
Ahora que la noche es el olvido
y tu cuerpo niebla, sueño y maquillaje.
Ahora este dolor tan simple es un desierto
y yo, un náufrago sin ti al abordaje.
(De Secuencias de piel sobre el invierno)
Pequeño cuento
Era tu cuerpo una ciudad desierta,
infinita de sueños y de aceras.
Bordeaba la luna tu sonrisa
al vaivén de tu mar y mis caderas.
Sí. Era tu cuerpo una ciudad desierta
y yo, un vagabundo sin prisa
por tus calles.
(De Secuencias de piel sobre el invierno)
Hombre del parque
Llevas el tiempo en los bolsillos.
La mirada perdida en el cemento.
Un centenar de dudas en los ojos.
El viento de la tarde sobre el pecho.
Nadie sabe tu verdad dormida.
El porqué de la nostalgia del ceño.
Todos los días sobre el banco herido.
Sin prisa, ensimismado, voz de sueño.
Llevas el tiempo en los bolsillos
y un naufragio sin mar en el recuerdo.
(De Secuencias de piel sobre el invierno)
QUIZÁ, SÓLO QUIZÁ
Quizá nunca pasee por el puente de Brooklyn
ni vea cómo los rascacielos rasgan el cielo
de la noche newyorkina.
Quizá nunca deambule por Walt Street,
absorto en el frenético bullicio
de ese universo enumerado de oficinas.
Quizá nunca pase una noche en Manhattan,
ni surque las aguas del Hudson,
ni acaricie tus pechos en el piso 40 de mi vida.
Quizá, sólo quizá, tal vez nunca, todavía.
(De Septiembre en los armarios)
MATERIA DE SUEÑO
Juan Ramón Jiménez
“Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo”.
En esto del amor siempre tuviste la última palabra. Una palabra inquieta de soledad sonora. La juventud se escapa por las ventanas de mi sonrisa, que busca la tuya más allá de cualquier horizonte. Eterna sonrisa donde se esconden los días con sus noches y sus lunas extraviadas, infinitas, ingrávidas, metálicas hasta el ocaso. Tu cuerpo no es de este mundo y mis manos no pueden asir lo que no alcanzan a comprender. Tú, belleza insondable, fuente misma del placer; placer mismo, insólito, universal, aéreo. Tú, lejana belleza atemporal e incorpórea hecha de la materia misma del sueño; perfil de vida, temblorosa esencia escarchada, irresoluble, perfecta.
Diosa entre dioses, esperanza de flor seca y desahuciada, que meces los inauditos tallos de la melancolía con tu mirada divina. Verdad plena bajo las nocturnas ondas donde vago yo, ínfimo mortal, hecho no a tu imagen y semejanza; yo, vulgar copia anhelante de originalidad, rescoldo más que lumbre entre tus brazos kilométricos, infinitos. Átomo, molécula, diminuto ser extraviado sin tu luz; reflejo de astro lunático: hombre a secas. Tan sólo eso, eco de tu voz; melodía inacabada; sollozo más que llanto. Apariencia de ser y estar, de estar y sentir, de ser y amar. Herida en la herida, hora sin tiempo, vida sin vida. Fragmento de ti, espacio deshecho de tu cosmos, confín de soles y de cuerpos ateridos sin tu mundo. Ideal entre ideales.
A veces pienso, inocente, esperanzado, que “los Dioses no tienen más sustancia que la que tengo yo”. Pobre ingenuo, mortal presuntuoso debes pensar tú. ¿Cómo siquiera podría comunicarme contigo? ¿Cómo mi verbo podría acariciarte, penetrarte? Impía se me antoja la palabra; impía y torpe, hecha a la medida de los hombres que sólo saben llamar al chopo, chopo; al mar, mar. Demasiado poco, casi nada a tus ojos enormes, esenciales.
¡Universo todo, paraíso, sendero, lo que seas! Tal vez la inmensidad abrume al común de los mortales, pero yo, en mi sueño, acaricio tu inmensidad y me regocijo en ella. Me siento total y libre en tu regazo. Desdeño la carne que me limita pero no el latido que te siente. Soy mitad Dios, mitad hombre; cielo y tierra en tus brazos retorcidos de torbellino sin aire. Por eso te canto y te venero. Por eso me reconozco orgulloso en tus ojos y grito a los cuatro vientos, enloquecido y somnoliento, NOSOTROS, plural infinito que nunca acaba.
(De Septiembre en los armarios)
ERA EL TIEMPO
Era el tiempo de los sueños y las risas.
El tiempo de las nubes que acarician los rostros
y amortiguan las pisadas, todavía cálidas,
de este inasible septiembre que se escapa.
Era el tiempo de los abrazos infinitos.
El tiempo de los cuerpos sin aliento
y las horas abrasadas por los pechos desnudos
de esos lunes soñolientos con sabor a domingo.
Era el tiempo de los días sin prisa.
El tiempo de los besos redentores
y las formas sin contorno al auspicio
de esas noches de piel y de caricias.
Sí. Era el tiempo de los sueños y las risas.
Y nosotros, cuerpos amarrados al instante.
(De Secuencias de piel sobre el invierno)
“CERCADO ESTOY, MUJER, EN TU UNIVERSO”
A Manuel Gahete y su Vitral de La región encendida
Recorres, ávida, mi trayectoria
con tus brazos inmensos
que abarcan ciudades.
Eres reflejo impío
en noche sin prisa,
secuencia sonora
de estío imposible.
Tu susurro es de sueño apagado,
de luna indolente
reflejada en mis aguas.
Estremeces las ondas
con tu tacto seguro,
en busca de puertos
ya desolados.
Eres fiel a la brisa,
que trastorna mis miembros
los lunes ajenos
a los calendarios.
Te sumerges y ríes
con tu boca de vientre
arañando el salitre
de este cuerpo habitado.
Y me arrastras al fondo
de tus ojos sin mancha
con la fuerza del viento
que airada tú exhalas.
Y me pierdo en tu cuerpo
bañado de escarcha,
aterido en tu pecho,
cual niño enfermo.
Asido a tus labios,
me recreo en tu rostro,
mientras busco el misterio
de tus constelaciones.
Y, mudo, yo grito,
anhelante de sueños:
-“Cercado estoy, mujer, en tu universo”.
(De Secuencias de piel sobre el invierno)