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RAFAEL ALCALÁ, EL INFANTE DE LAS ESTRELLAS, MÁLAGA, 2024
LA RECUPERACIÓN POÉTICA DE UNA INFANCIA DURA
JOSÉ CENIZO JIMÉNEZ
Asoma al panorama editorial de nuevo Rafael Alcalá, tras una dilatada trayectoria en diversos géneros, con este nuevo libro, El infante de las estrellas. El infante, es decir, el niño que hablaba con las estrellas, buscando el consuelo que todo ser humano busca ante una realidad adversa. En este caso, este poemario es una durísima recuperación, dolorida, intensa, profunda desde un punto de vista lírica y densa desde el emocional. La vuelta, a través de las palabras como bálsamo, a un tiempo -ecuador del siglo pasado- lastrado por la pobreza en el ambiente que vivió este niño, ahora octogenario, pues es trasunto poético del autor.
Como dice, está “inspirado en hechos reales”, lo que hace más duro el testimonio, tanto que llega verdaderamente a estremecer. Francisco Crespillo, en el prólogo, habla de cuatro protagonistas, tres humanos -la madre, el padre, el niño- y uno sideral -las estrellas-. Quedan reunidos en el poema “Los átomos del cielo” (pp. 31-32), que comienza así:
El hombre se marchó de la ciudad marina.
Se apartó del infante que alimentaba estrellas,
y de aquella mujer, que bebía la pócima
que le servían manos alargadas y frías.
Se reúnen aquí, como dice Manuel Varo en la contracubierta, veintiocho poemas como “heridas sin solución”. Dividido en dos partes, la primera es aún más sangrante, más difícil de soportar por su fondo pesimista, durísimo, aunque la expresión es directa y sencilla como un amanecer. En la segunda quizá hay un intento de congeniar pasado y presente con menos desolación y más compasión y sosiego, pero apenas, pues incluso en esta parte lo negativo, como refleja el léxico, se hace patente, como en el poema “Cuando mido los tiempos” (pp. 60-61), cuyo mismo inicio ya es estremecedor, tajante:
Esta tristeza gris no llega sola;
viene con brisas turbias, laceradas,
sangrando sus costados,
con miedos y rumores (…)
Temas como el paso del tiempo o la sordidez de la situación vivida se expresan con rotundidad, pero con la señalada expresión natural y con cuidado del verso, como en este sobre el tempus fugit: “Cumplió severo el tiempo su palabra” (p. 53). Alguna vez hay un descuido formal, por ejemplo, con rimas ingenuas o hipérbatos forzados que no encajan con el tono general del poemario: “Sentada en un sillón de la barra del bar / qué linda y bella estás. Con depurado estilo (…)” (p. 66), “porque su lloro puede los actos dislocar” (p. 73). En cualquier caso, nos ha llegado muy adentro este libro, leído con sobrecogimiento.
RAFAEL ALCALÁ, EL INFANTE DE LAS ESTRELLAS, MÁLAGA, 2024