Rafa Navarrete, Mátalos suavemente

Rafa Navarrete, Mátalos suavemente

Jose Cenizo Jiménez
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Rafa Navarrete, Mátalos suavemente, Sevilla, Renacimiento, 2019

            LIBRO MISCELÁNEO DE UN NARRADOR EN PROCESO

José Cenizo Jiménez

            Abrimos este libro, Mátalos suavemente, de Rafa Navarrete, y lo primero que encontramos es un toque de prestigio y un gran respaldo, el prólogo del maestro Javier Salvago, uno de los referentes de la poesía española de los últimos años, ahora también inmerso en tareas de narrador. Esto, aparte de otro apoyo de calidad: publicar en Renacimiento, editorial sevillana, del también poeta Abelardo Linares, de larga trayectoria ya, con colecciones de gran valor (damos fe por haberlas estudiado en nuestra tesis doctoral sobre poesía sevillana).

            Javier Salvago es paisano de Navarrete, nacidos en Paradas (Sevilla). Esta vez es el autor de Mátalos suavemente el que merece toda la atención. Es presentador y guionista de radio, según texto de solapa. Asimismo, autor de las novelas El cuervo y el ángel (2014) y Resurrección (2016), de éxito en las redes sociales, ese fenómeno de nuestro tiempo que, seguramente, ha venido para quedarse, como todo, con sus virtudes y sus defectos. Ha sido premiado en numerosos certámenes de microrrelato y poesía, aunque no se especifica en cuáles, algo importante para valorar la importancia de este dato. Termina esta, digamos, entrada publicitaria con estas palabras: “Un libro que nace de la necesidad de ponerle palabras a sentimientos que se quedan en la garganta, que, irremediablemente, obstruye al corazón hasta que son liberados en forma de poemas bastardos”.

            Javier Salvago, en el prólogo, define el libro como de microrrelatos, aforismos y prosas poéticas. Libro misceláneo, abierto, continúa, para acabar diciendo: “Rafa Navarrete -no sé si lo pretende- no tiene nada que envidiarle a Marwan, Cesar Brandon, Elvira Sastre, Loreto Sesma e Irene X”. Confieso que he tenido que mirar quiénes son algunos de estos nombres; de algún otro, como Marwan, hasta tenemos en casa un disco-libro. Salvago concluye sentando las bases poéticas de la obra: Navarrete gusta de los juegos de palabras, los giros o finales imprevistos, en un enfoque de la literatura “como divertimento propio para así entretener a los demás y, de paso, contarles lo que nos inquieta o emociona”.

            Salvago, pues, sitúa a Rafa Navarrete dentro de la estética literaria actual que profesan poetas o narradores que triunfan más en las redes sociales, con muchos seguidores, que entre la crítica literaria al uso. Si lo importante es tener lectores, todos los citados los tienen (lo he comprobado en las estanterías de una famosa librería), y, al parecer, también nuestro paisano (somos de Paradas también) Rafa Navarrete. Salvago sabe lo que dice, y las trampas que conlleva esta tendencia, paralela cuando no contraria, en esencia, a la calidad de poetas como él. Pero no sólo del canon vive el lector, avezado o no. Siempre hay lugar para el acierto y la emoción en escritores como Marwan o, en este caso, sin intentar comparar, Navarrete, que cada cual tiene su estilo y sigue una tendencia de ejercicio literario. Tampoco entre los del canon o la oficialidad lírica es todo miel sobre hojuelas. En todo campo hay alguna flor que apreciar y hojarasca que sobra.

            Navarrete divide su obra en siete partes, en las que deja su impronta personal acerca de temas universales y recurrentes como el amor y el desamor, la vida, el “carpe diem”, el deseo o el sueño… En un tono cercano y un lenguaje sencillo encauzado, eso sí, con los recursos literarios variados que es de prever como metáforas (alegorías incluidas) y símbolos (imágenes bélicas para lo amoroso, por ejemplo, siguiendo la tradición), antítesis, paralelismo abundantes, las reticencias (confiesa su predilección por los puntos suspensivos) o uno que siempre nos apasiona, la ruptura de frase hecha (“Ojos que no ven, / corazón que no miente”), continuando la estela de maestros como Blas de Otero, o, entre los poetas sevillanos de hoy, Carmelo Guillén o Víctor Jiménez, entre otros. O los juegos de palabras, dilogías, retruécanos, paradojas, ejercicios de agudeza al servicio de la expresión que pretende: “tienes esa mirada y su asedio, / tienes de todo…menos remedio” o en “La paradoja culinaria” -“Con el tiempo aprendes que la mirada que al principio más te come es la que te terminará dejando más hambriento”.

            Entre lo más conseguido, momentos en que estos recursos tienen su efectividad (que no efectismo): “que tienes rincones que solo yo conozco y huelen dulce porque por ellos penetra mi alma”, la brevedad intensa de algunas partes o el lenguaje directo, coloquial. Y, por el contrario, lo menos, en nuestra opinión, el uso innecesario de tacos o palabrotas (tipo “Pretendes, no sé qué coño pretendes…”), o la simplicidad de algunos fragmentos (“besos que quitan el sentío” y otros lugares comunes sin mayor originalidad).

            Un narrador en ciernes, en proceso, por tanto, bien encaminado por el apoyo de Salvago y Renacimiento, así como por premios, al que las redes sociales seguirán dando respaldo pero que debe buscarse también, rebuscándose más y afinando el estilo, el beneplácito de la crítica al uso. Es, además, compatible, o debería serlo. Suerte en su camino en todo caso.

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