Proust es Olor a Sal en Normandía

Proust es Olor a Sal en Normandía

Antonio Costa Gómez
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Proust es Olor a Sal en Normandía

      Proust cumple cien años, en vista de eso planeo ir a Balbec en Normandía donde pasaba sus intensos veranos. Y me he puesto a leer “Los trabajos y los días”. En ese libro está ya todo su mundo, está la sensibilidad deliciosa con que nos enriquece el mundo, nos lo regala. Está el encanto que el amor y el deseo prestan a todas las personas y como se pierde si se deja de amarlas. Está la sutileza con que percibe toda la plenitud en los menores detalles, el prodigio de vivir.  Están las paradojas de la percepción y las contradicciones del existir. Como el mundo se marcha de nosotros pero vuelve deliciosamente en virtud de la memoria, de los sentidos prodigiosos.

    En un texto habla de cómo siente el mar destacado por los troncos del bosque en las playas de Normandía, como ese marco delicioso nos ayuda a captarlo. Y nos regala el olor a sal y la brisa entre los árboles. Tendido en la hierba el mundo es más mundo para sus ojos y las nubes en el cielo tienen más milagro. Y para mí la vida entera tiene más milagro si lo leo. Aún en este tiempo en que se mecaniza todo, en que todo se vuelve mecanismo y fórmula. Aún es posible vivir  si uno lee a Proust.

    Por tantas rendijas sin fórmulas se cuela hasta mis ojos la vibración de la tierra. Leí por primera vez a Proust a los 17 años en la sala de espera de un hospital en Barcelona y el mundo me parecía delicioso con su libro en mis manos. Disfrutando sus frases larguísimas, llenas de matizaciones, de sutilezas, de paréntesis, de aclaraciones entre guiones. Y en ese estilo tan suyo y confidencial se respiraba la infinitud de la vida. Creo que fui yo mismo por primera vez al leerlo, con la gracia de cada instante, tan yo mismo como cuando me advertí por primera vez en una aldea de Galicia a los seis años al cruzar una puerta.

   Y sigue ahí para nosotros. Los placeres y los días son los placeres de cada instante, de cada frase. En este tiempo de no- literatura, donde en los libros solo importa el argumento y la acción, donde todos leen sobre detectives conflictivos con  una hija neurótica que descubren con deducciones al asesino. Él es la literatura de verdad, es el placer de cada frase, es el poder mágico de las palabras, es la literatura misma. Es la delicia de nombrar el prodigio de las cosas y hacer que vengan, como vinieron torrencialmente con la magdalena en el té. Y así la vida vendrá torrencialmente sobre nosotros. Aún en estos tiempos donde todo es mecanismo y fórmula. Donde todo es cantidad y masa y se pierden todas las sutilezas. Podremos saber, con Proust, todavía, qué infinitos sabores y matices tiene el rostro de nuestra amada, como el de aquella frase en la sonata de Vinteuil. Y qué mil secretos revividos regresan con cada brisa perceptible en el rostro.

    Todavía tenemos a Proust, y tenemos la vida real, tan fantástica y rica, de su mano. Todavía podemos sentir en carne y hueso qué olores traen los chopos de Castilla junto a los ríos reales y no digitales. Y sabremos como Proust  recibir el mar que titila con regalos de sal detrás de los árboles en Normandía. Por eso voy a visitar Balbec, cerca de Caen, donde él pasaba aquellos veranos junto a las muchachas en flor (no digitales). Y por eso leo ahora “Los placeres y los días”, para que me regalen la literatura de verdad-verdad (como dice Consuelo) y me regalen el olor a sal y todos los rumores infinitos del bosque mientras mis sienes no digitales están atentas.

 

Proust es Olor a Sal en Normandía

Antonio Costa Gómez, Escritor

Foto: Consuelo de Arco

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