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Poseer o Sentir
Perseguir las cosas o dejar que ellas se muestren. Acosarlas con miradas para poseerlas o dejar de mirar, solo sentirlas, permitir que se acerquen como amigas libres, como amantes sin cadenas.
Estábamos en San Marcos, en Venecia, la mirábamos en distintas horas del día, tú esperabas por esa foto mágica, esa foto increíble, esa foto de arrebato que de verdad pillara el secreto de la plaza, me decías que debíamos volver al anochecer, cuando aquello estuviera entre dos luces, flotando en el aire, sin contornos, sin las distracciones de la gente, sin las masas de turistas.
Y volvimos varios días cada vez más tarde, pero nunca era eso, siempre había algo opaco, la ciudad no se mostraba, no llegábamos a su alma, vagábamos como si estuviéramos expulsados, como si la ciudad no quisiera hablar íntimamente con nosotros, como si no nos dejara entrar en ella, había algo de vulgar por todas partes, una trivialidad de postal, algo demasiado manido en todas las vistas, algo desgraciadamente convencional, estábamos en Venecia y teníamos nostalgia de ella, así ocurre también en otras ciudades, y en distintos momentos de la vida.
Hasta que de repente (igual que aquel personaje de Tennessee Williams en “De repente, el último verano” se muestra de súbito : (“Volemos al norte, quiero caminar bajo la luz radiante del norte, nunca he visto la aurora boreal”) aquello vino cuando ya nos íbamos, íbamos a coger el último vaporetto de vuelta, y lo considerábamos todo hecho, y entonces, como cuando no se espera nada, aquella ciudad empezó a flotar, a susurrarnos en el oído, con una sencillez increíble, como sin darle importancia, como si hubiera estado escapando de nosotros.
Y todo, cuando dejábamos de estar pasmados y atentos, las terrazas de las cafeterías que daban al agua, las barcas que se balanceaban en los embarcaderos, las luces de la iglesia de San Giorgio a lo lejos, y el campanile separado en la Piazzetta, todo, de repente, sin que le diéramos importancia, así tan levemente, empezó a asomarse para tu máquina, para tus ojos, para nuestro tiempo que ya se acababa.
Y luego en el vaporetto ya regresando, sin esperar nada nuevo y amando a la ciudad sin amarla, se mostraban todos los palacios, las aguas en los pontones, las terrazas solitarias, las iglesias perdidas, pasamos delante del museo Guggenheim y te dije que intentaras por ultima vez ver el jinete de Marino Marini con la polla levantada, y se iba desplazando lentamente por el Canal, iba pasando por delante de nuestros ojos, igual que los museos, las exposiciones, los hoteles inverosímiles….
Echar el lazo a las cosas o dejarlas a su aire. Los viejos maestros zen nos decían que no las atosigásemos con conceptos, que no quisiéramos enjaularlas. Que rompiéramos todas las jaulas. Que no nos hiciésemos los pretenciosos, los listos, los conquistadores. Y entonces las cosas vendrían, sin esconderse, con las ropas abiertas.
Tenemos que escoger entre mirar para sujetar o conversar íntimamente con las calles, con las ciudades. Dejar todo lo que sabemos, hablar con ellas sin pretensiones. Escucharles sus confidencias, no pretender educarlas. Dejar que nos hablen como muchachas tristes o cercanas. No pretender que reciten la lección, dejar que susurren, que digan hermosas incoherencias.
Deberíamos escoger entre imponer los ojos o vaciar los ojos. Mirarlo todo con dominio o rendirse a lo que todo quiera decirnos. Vaciar los ojos, vaciar las palabras. Limpiar los cristales. Por una vez rendirse y dejarse tocar. Así hicieron los más sensibles contempladores de Venecia. Así se asombraron los más ilimitados contempladores del mundo.
Hay que escoger entre pelear con las cosas o rendirse ante ellas. Llevamos siempre una mirada conquistadora. Pero si nos rendimos las ciudades se acercan como amigas, dejan todas sus prevenciones, pueden que se entreguen en la noche.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR
FOTO: CONSUELO DE ARCO
Poseer o Sentir