Poemas para leer a deshoras

Poemas para leer a deshoras

Carlos J. Rascón

Poemas para leer a deshoras (Letra Impar Ediciones, 2017), es el cuarto poemario publicado de María Ángeles Lonardi, poeta, escritora y profesora argentina radicada en Almería desde hace unos años, y que forma parte del Colectivo Poetas del Sur, de cuya reciente antología (Más allá del Sur), editado también por Letra Impar, se ha ocupado. Se puede seguir su trayectoria en su blog literario http://letras-sobre-papel.blogspot.com.es.

            Estamos ante un poemario muy bien arropado, con prólogo de Pedro Enríquez y epílogo de Pilar Quirosa-Cheyrouze, ilustraciones de Miguel Arranz y Alicia Jiménez, y comentario en la contraportada de Francisco Vargas Fernández.

            En él se cumple la aparente paradoja de la aproximación a lo cercano, a lo particular, con una actitud universalizadora que parte de un acercamiento estrictamente personal. Los poemas que se recogen en el libro no cabe duda de que son poemas para leer, más que a deshoras, a cualquier hora. Frescos y profundos a un tiempo, desenfadados y cargados de sentido trascendente, invitan a su lectura.

            El poemario se estructura en siete apartados con un título genérico muy elocuente en todos los casos, y se da la circunstancia de que los englobados bajo el lema “Mujeres de este siglo” no tienen título individual. Personalmente encuentro a faltar en el índice la referencia explícita a cada poema.

            En el primer poema, “De todos los días”, destaca la anáfora, un recurso muy frecuente en la poesía de Lonardi, al igual que en “Aquella casa” (p. 42): “las mismas cosas/ las mismas telarañas/ la misma desidia/ la misma salida/ la misma entrada…), en el que se expresa la consciencia de lo efímero de la existencia, de lo vano de las preocupaciones, del predominio de los tópicos de raigambre clásica: “carpe diem” y “tempus fugit”. Frente a éste, “Cosas para dejar de hacer cuanto antes”, es una auténtica declaración de intenciones y uno de mis preferidos. En él se contienen a manera de máximas apolíneas versos sentenciosos: Sé tú mismo. Arriesga.

            Otro gran protagonista de Poemas para leer a deshoras es el amor, que da sentido a la existencia, ya desde el primer poema, cuyo último verso dice así: “A veces te miro y se me pasa todo…”

            El individuo, el universo y el otro encuentran un equilibrio. Se establece una correspondencia entre el microcosmos y el macrocosmos, que es muy evidente en “En el campo” (p. 41): “Ser feliz, si el universo te sonríe/ silvestre, salvaje, perenne…/ antiguo como la piedra/ o nuevo como el agua…”

            Entre los elementos recurrentes nos encontramos con el espejo, o las escaleras, en los poemas de idéntico título (p. 34 y p.108-109). En este último se subrayan el equilibrio, la imagen del laberinto, las subidas y bajadas, una vez más la cara y la cruz, la luz y la sombra.

Pero, aunque destacábamos el tono vital del poemario, no está ausente de estas páginas la referencia al lado menos amable de la vida, aquel en el que se ve amenazada la supervivencia. En el poema “La lucha” se enfrenta un tema tan duro como la enfermedad y la muerte y se reivindica la risa como ahuyentadora de males en su función apotropaica y catártica. También el dolor por el abandono o la ausencia está presente en el poema sin nombre de la página 83 que forma parte del grupo encabezado por el epígrafe “De mujeres de este siglo”.

            En el apartado “De mujeres de este siglo” es mi preferido “Las Musas”(p. 100), una delicia metapoética en la que nos introduce en su proceso de creación.

            Llama la atención el predominio de un lenguaje claro, sencillo, directo, coloquial, como en la expresión “a pelo”, que aparece en “Ojos” (p. 111), o “más sola que la una” en “La ventana” (p. 27), y también la temática inserta en la cotidianidad de la existencia, de la que un claro ejemplo es la referencia a algo tan perturbador como poco poético cual pueda ser el atasco del fregadero en “Agua” (p. 65).

            Pero Lonardi tiene la habilidad para mostrar las cosas desde otra perspectiva, dotándolas de alma, algo en lo que recuerda al poeta granadino Luis García Montero -quien por cierto en 2017 acaba de ser nombrado hijo predilecto de Andalucía-, en particular a su poemario Una forma de resistencia (Razones para no tirar las cosas), Alfaguara 2012. Como en aquel, en el de Lonardi los objetos llegan a cobrar vida. Es el caso del sillón en el poema del mismo nombre (p. 38), en el que el objeto espera pacientemente o se estresa ante la ausencia de quien no llega.

            La epiloguista, Pilar Quirosa, se refiere al poemario como un recorrido catártico y existencial, pero para mí es, sobre todo, una poesía de la celebración de la vida, de equilibrio y compromiso vital, de solidaridad y esperanza, de búsqueda de paz. Es María Ángeles Lonardi persona y poeta vitalista y comprometida, y así lo traslucen sus poemas, en los que muchas veces está presente la denuncia a través de la palabra, como es el caso de “El pan de todos los días”, o de “Liberarse”. A manera de ejemplo extraigo unos versos del segundo de los mencionados: “Quiero evitar el consumismo/ la vulgaridad, la hipocresía,/ lo mediocre, la mentira…/ Quiero recuperar los sueños/ que postergué por inmadurez…”

            Lo mismo ocurre en “Recortes”, donde añade su toque de humor ácido (p. 96): “El señor Presidente ha ordenado/ recortes sin piedad/ y yo, obediente, sin dudarlo/ he comenzado a recortar./ He reducido tanto/ la lista de la compra/ que parece un ticket/ de autobús…”

            Es muy digno de destacar su uso de la ironía y el recurso al humor (particularmente este último en el breve poema “Dentista” (p. 45) y en “Farmacia” (p. 47), y los finales sorpresivos, aprosdokéticos, como en “Macedonia de frutas” (p. 36): “Y llorarás de pena cuando/ sólo te quede un limón en la nevera”, un humor que se torna agrio como acabamos de ver cuando se trata de poesía de denuncia.

            La metáfora del tejido y el texto, de tan amplia tradición y sustento etimológico está presente de una original forma, en el poema “Máquina de coser” (p. 31): “Tú esperas que se detenga el tiempo… y mientras coses, pasa la vida”.

            La palabra se ve trascendida por la poesía que se halla en el gesto, en particular en las manos, en el poema “Manos” (p 33): “ya no hacen falta las palabras…”

            Hay una búsqueda constante: del yo, del equilibrio, de la paz, que, como en cualquier devenir humano, se halla repleta de luces y sombras.

            Poeta leída y que rinde homenaje a otros escritores, a lo largo de sus páginas aparecen quince citas de doce poetas, de los que cuatro son mujeres y ocho hombres. De los doce, nueve son hispanoamericanos (Alejandra Pizarnik, Olga Orozco (3), Pablo Neruda (2), Octavio Paz, Julio Cortázar, Jaime Sabines, Mario Benedetti, Oliverio Girondo y Alfonsina Storni), dos franceses (Albert Camus y Charles Baudelaire) y una americana (la malograda Sylvia Plath), pero abundan además los ecos de otros, si no nombrados, sugeridos, como Joan Manuel Serrat en Playas (¿cómo no evocar su Mediterráneo en los primeros versos: Donde largas playas/se visten de azul…)

             En su conjunto son 88 los poemas (al margen de las 14 reflexiones del apartado “Cotidianeidades”) que componen la obra. Ochenta y ocho, como las teclas de la inmensa mayoría de los pianos modernos. Y al igual que en un piano hay teclas negras y blancas, en estos poemas para leer a deshoras pesares y alegrías se dan la mano. Nihil humani a me alienum puto, dijo Terencio. Así parece querer decir Lonardi: nada de la existencia le es ajeno. Todo encuentra su lugar en la vida y en las páginas de un libro, trasunto de la propia existencia.

            Nuestra poeta se muestra siempre atinada y oportuna, y queremos subrayar en este sentido un ejemplo muy gráfico: el de los poemas “Despedida” (p. 124) y “Al final del camino” (p. 125), que cierran el poemario, con títulos muy a propósito para su ubicación física. No me parece casual ni gratuito que la última palabra sea noche, a manera de cierre de un ciclo que se iniciaba con la referencia a todos los días. Pero la noche de Mariángeles Lonardi es una noche azul y luminosa, como su poesía, como ella misma.

Rosario Guarino

 

Breve curriculum Rosario Guarino

Rosario Guarino Ortega (Barcelona, 1968). Doctora en Filología Clásica, es profesora en la Universidad de Murcia, donde imparte docencia desde el curso 94/95.

Tiene publicados los poemarios Palimpsesto Azul (Raspabook 2014) y Florida Verba (Dokusou 2017).

Ha sido recogida en distintos repertorios poéticos en red, como la Antología Mundial Poetas siglo XXI, de Fernando Sabido Sánchez, y en artículos de prensa, así como en revistas científicas como es el caso de Myrtia (revista de Filología Clásica).

Ha colaborado con poemas o relatos suyos, reseñas, traducciones y ensayos en las revistas literarias Caxitán (Revista minor de la REAL ACADEMIA ALFONSO X EL SABIO), Ágora, papeles de arte gramático, Cuerno de la luna, La Galla Ciencia, Gatos y Mangurrias y Gealittera, así como con el Magazine literario Manifiesto Azul, y en las antologías Palabras en libertad (Alicante 2012), Ángel de Nieve (Playa de ákaba 2016), Platero y Nosotros (Murcia 2017) y Poetas en Magasca (2017).

Desde 2015 coordina el Ciclo de poesía anual “Pasado continuo” en la Facultad de Letras de la UMU, que en el mes de abril celebrará su cuarta edición.

E-mail: guarino@um.es

https://webs.um.es/guarino

oudenadynaton.blogspot.com

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