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EL PRODIGIO DE LO MÁGICO EN LA PINTURA DE
STVELANA KALACHNIK
Por Antonio Abad
En los cuadros de Stvelana Kalachnik lo primero que podemos observar es que están llenos de objetos. Esta práctica proviene de la pintura medieval tardía y de algunas representaciones integradas del neoclasicismo. Los objetos se reproducían, al igual que lo hace nuestra artista, con un enfoque nítido y una intención casi microscópica en el detalle. Parecía como si la pintura se desplegara en un total estatismo. Como si todo movimiento quedara congelado en el aire.
Hacerse con un lenguaje propio que canalice una propuesta pictórica y adecuada no es nada fácil. Todo sello personal singulariza una obra. En ese afán de sobreponerse a manidos conceptos, a estructuras ya experimentadas, el artista debe ser consciente de configurar su propia tentativa, es decir, su marchamo y estilo personal. Ese mundo particular y exclusivo arrancado de su entorno y de su propia vida es el que ha de brotar en sus lienzos.
Como sé que la pintora siente un gran entusiasmo por el libro Me llamo rojo, del escritor turco y premio Nobel de Literatura (2006) Orhan Pamuk voy a transcribir lo que dice su protagonista:
«Solo me dedicaba a ilustrar y a iluminar: adornaba los márgenes de las páginas, coloreaba el interior de los encuadres y dibujaba en ellos hojas, ramas, rosas, flores y aves multicolores; nubes rizadas al estilo chino, hojas entrelazadas, bosques de colores y gacelas, galeras, sultanes, árboles, palacios, caballos y cazadores que se escondían en ellos… Antaño a veces decoraba un plato; a veces la parte posterior de un espejo, el interior de una cuchara, el techo de una mansión o un palacete en el Bósforo, a veces un arcón… En los últimos años solo trabajaba en páginas de libros…»
Stvelana Kalachnik también pinta toreros, coches, cebollas, teteras, planchas, relojes, escaleras, gatos, teléfonos, rollos de papel higiénico, escenas de cama, macetas, lámparas, ventanas indiscretas repletas de vecinos, un médico en su consulta, unos amantes descubiertos, escenas donde la vida bulle en sus diversas manifestaciones…
Pero más allá de este carácter, sumamente enriquecedor, la apuesta por un determinado realismo lleno de inflexiones caricaturescas nos lleva a emparentar su pintura con la nueva objetividad del pintor alemán Otto Dix, aunque lejos de su carga subversiva e irreverente o de su sentimiento desbocado que tanto él como George Grosz o Max Beckman propusieron en los años veinte como contrapartida a la abstracción y al expresionismo acentuado de la época.
Stvelana, como Dix, contempla la realidad más allá de ella misma, poniendo mucha atención en el detalle con un refinado manierismo; pero mientras que en la pintura de Dix sus figuras aparecen alargadas con gestos más que elocuentes, en Stvelana –dado su distanciamiento de toda provocación política– sus figuras son deliberadamente voluptuosas, yo diría casi rubenianas, para conformar escenas donde la acentuación de lo femenino y el uso constante de las transparencias en la vestimenta nos hace desvelar un mundo lleno de sensualidad, casi epicúreo. Las mujeres de Stvelana desbordan intemperancia, desenfreno y lascivia en la gran fiesta del amor. El gozo del vivir es lo que subyace más allá de toda apariencia satírica. Sus personajes muestran, a veces, cierto sesgo naif como si la sutileza de lo ingenuo irradiara una especie de arcadia con tintes surrealistas.
El crítico de arte Vladimir Stasov exhortaba a los pintores a buscar en la vida cotidiana que les rodeaba los motivos para su obra. De este modo el academicismo debía ser sustituido por el realismo que no solo debe de reproducir con veracidad los episodios de lo cotidiano sino posicionarse ante ellos.
Sevetlana lo hace inyectando en sus cuadros continuadas dosis de ensoñación; sirviéndose a su vez, a la hora de plasmar el mundo circundante de lo cotidiano, de una técnica cuidada y precisa, hecha a base de pinceles finos que permiten facilitar los detalles.
Podemos concluir que el color siempre estará sometido al dibujo para presentarnos una visión verista y minuciosa, casi cristalina de sus personajes.
Junto a ese mundo visionario y fantástico que hemos aludido, basado en costumbres cotidianas que nos recuerda a Brueguel el Viejo, Stvelana desarrolla un cierto erotismo caricaturesco y burlón. La ironía, con abundantes muestras de humor es lo que subyace poderosamente en todo ese devenir de lo cotidiano donde los mitos de una realidad muy cercana fluyen igualmente hasta convertir cada uno de sus cuadros en novedosas alegorías de una nueva realidad.
En definitiva, Stvelana pinta porque lo suyo es mirar arlequines, toreros, pájaros y mariposas. Un ajedrez le ha salido tan vivo que parece que la dama y el caballo son de carne y hueso. Hierve una tetera sobre la mesilla árabe y, junto a la ventana, una mujer descansa y lee, o deja que pase el tiempo. Alguien, bajo el agua, respira eternamente. Vuelan las escaleras y un trasiego de gente pasea por las nubes. La acrobacia del pincel lame con justa precisión lo de arriba y lo de abajo como si el mundo –que lo es–, fuera realmente redondo; pero no tanto. Hay una nota de humor en todo esto. Los toros son humanos. Aquel torero embiste con su espada en la plaza ardiente vestido de grana y oro. El cuento no tiene fin. Svetlana lo sabe. Practica el hermoso oficio de la evocación. Por eso nos sumerge en paisajes y retazos de vida que viven con nosotros en lo más profundo. Por eso su pintura nos habla, pero, sobre todo, nos cuenta lo que somos: acaso solamente un fragmento de alguna curiosas fantasía.
***
Stvelana Kalachnik (Voronez, 1975). Durante algunos años se dedicó a restaurar iconos bizantinos bajo la influencia de la Escuela de Novgorod. Es autora de los frescos de la iglesia de Zhgalovo, un pueblo situado cerca de Moscú.
Ha expuesto en Berlín, Copenhague, Reikiavik, Madrid, San Sebastián, Barcelona, Lérida, Tarragona, Málaga, Bruselas, Ámsterdam, Moscú…
EL PRODIGIO DE LO MÁGICO EN LA PINTURA DE STVELANA KALACHNIK