Pintoras Susurraron

Pintoras Susurraron

Antonio Costa Gómez
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PINTORAS SUSURRARON

         La Historia  del Arte calló sobre las pintoras, pero ese silencio ha tenido  sus ventajas, en él se han sentido libres y no han debido seguir las convenciones oficiales del arte, los temas académicos de Historia y Grandilocuencia. Si los Grandes Sabios iban a callar sobre ellas, podían pintar lo que se les antojara.

     Georgia O´Keeffe en  “Nueva York con la Luna”  pintó  en la esquina izquierda abajo una iglesia que se apasiona,  un crepúsculo cárdeno en el cual los edificios se intensifican en el silencio.    Sofonisba Anguisola  en  “La mujer con la flor” puso en  la  esquina derecha una mano que toca un jarrón con la punta de los dedos, que no lo posee sino que lo ama.  Artemisia Gentileschi  fue violada por un bestia  y encima la torturaron  para comprobar si declaraba la  verdad.  Por eso pintó   “La muerte de Holofernes”, donde dos  mujeres descabezan con rabia  al prepotente, y  en una esquina  la sirvienta  ayuda  a sujetar al bestia, y mira con el resto de todas las humillaciones,  y  se desdibuja en las tinieblas, que  ayudan a  la libertad contra las rigideces  del día donde mandan los bestias y las manadas.

   Clara Peeters  tiene una naturaleza muerta en el  Mauritshuis de La Haya, no podía poner su firma porque era mujer,   pero pintó su nombre en pequeña escala  en un cuchillo,  para que alguien algún día lo viera.  Y en ese  cuchillo  hay mujeres desnudas, porque en ese silencio ella podía pintar lo que quisiera. Los ruidos de la Historia están llenos de grandilocuencia, pero los silencios   dicen lo libre y lo  esencial.

   Angelika Kaufmann  en  “Ariadna abandonada por Teseo” plasmó a Ariadna agitada y abandonada en un islote,   pero abajo a la derecha  puso  una caja con joyas sueltas, y en su  sombra pintó un bicho con ojos de fuego y la boca de sierra,  quizá es un mono lúbrico,  quizá es un perro que ha enloquecido,  quizá ese ser en silencio nos incita  a la locura,  a soltar todo lo que  se esconde.

    Elizabeth Vigée-Lebrun pintó a los importantes de su tiempo,  pero sobre todo se pintó  a sí misma, y en un famoso retrato con  un sombrero de pluma y  una paleta   esbozó  una  mano  entreabierta y solitaria,  que no promete grandes gestos sino un encuentro cálido.   Berthe Morisot  nos ofrece en el Museo de Orsay de París   “La cuna”, evapora las figuras en el instante,  capta los visillos y el desamparo del niño,  pero en la cama que hay detrás  trazó  una flor oscura que baila,   un ojo negro que vigila ,  algo que nos exclama su silencio.

    Tamara de Lempicka  ofrece en el Centro Pompidou de París  su “Muchacha con guantes”, con sus  pechos  angulosos,  su  vestido verde  de metal, pero la mirada bajo la oscuridad del sombrero se silencia  con languidez y melancolía, se calla sin que  la controlen. Las mujeres de Lempicka se tuercen hacia un lado,  miran a las esquinas,    se callan para que las palabras no las agarren,  igual que ella más allá de la cháchara de su sociedad,  se mostraba bisexual,  buscaba  los coches, se ponía vestidos intensos,  se calzaba  guantes para que no le controlaran las manos.  El sol es estridente, hace ruido, pero sus ojos están en la sombra, su cara se libera en el silencio.

     Remedios Varo en “Tránsito en espiral”   pinta el castillo interior de Santa Teresa, árboles solitarios habitan los patios vacíos, en  lo alto de la torre dos pájaros  se poseen con furia, y  en la esquina izquierda pone una iglesia con  la soledad metafísica de Chirico,  y la niebla la envuelve en  calidez , y el mar con olas silenciosas la cubre de  lirismo.   En  “Reflejos en la tormenta” de Leonora Carrington  un  Edipo extraño  le suelta predicciones  a una pitonisa  con rostro de cardo,  pero  detrás de Edipo  una muchacha se asoma a una ventanita,  y  mira con melancolía sin fin, sabe  que los protagonistas hablan demasiado,  espera una llamada más allá de las grandes frases.

      Frida Kahlo se pinta  en “El ciervo del bosque” como un ciervo perseguido,   salta  a pesar  de todas las flechas,  y  en su oreja  casi invisible  lleva un pendiente que   muestra  su ansia de belleza a pesar de la furia de las flechas,  su intimidad, su orgullo silencioso.   Dorothea Tanning  en  “Todo es ilusión tal vez” pone formas como  flores que se apasionan y no son nada, y  sugiere una rosa gris a la izquierda   que  se deshace en el contorno,  se apasiona en silencio,  intenta ser, quiere configurarse  como queremos todos,  se acerca a una sugestión naranja,  y al final se diluye,  deshace su ilusión rebelde rebelde en el silencio.

    Ángeles Santos es  una pintora increíble que murió en silencio  a los 101 años en 2013,  en  el Centro Reina Sofía de Madrid   vemos  “La tertulia”,  allí  cuatro mujeres desenvueltas en sus asientos  fuman, miran desafiantes, leen libros,  pero a la derecha  una   lee un libro  sola,  nos da la espalda,  no nos habla,   en su silencio dice su personalidad, su cultura,  su lucha.

    Las mujeres susurraron muchas veces tantas cosas fascinantes, y no les hicimos caso. Pero  como el poder las ignoraba tampoco podía controlarlas en sus rincones. Por eso pusieron tanto saber apasionado en sus rincones.  Y especialmente las pintoras susurraron en las esquinas de sus cuadros, fuera del centro aparente del cuadro, el que miraban las personas convencionales, porque su saber íntimo estaba en la esquina silenciosa, como en el cuadro de Sábato en “El túnel”.

ANTONIO COSTA GÓMEZ

 

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