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PINTORAS SUSURRARON
La Historia del Arte calló sobre las pintoras, pero ese silencio ha tenido sus ventajas, en él se han sentido libres y no han debido seguir las convenciones oficiales del arte, los temas académicos de Historia y Grandilocuencia. Si los Grandes Sabios iban a callar sobre ellas, podían pintar lo que se les antojara.
Georgia O´Keeffe en “Nueva York con la Luna” pintó en la esquina izquierda abajo una iglesia que se apasiona, un crepúsculo cárdeno en el cual los edificios se intensifican en el silencio. Sofonisba Anguisola en “La mujer con la flor” puso en la esquina derecha una mano que toca un jarrón con la punta de los dedos, que no lo posee sino que lo ama. Artemisia Gentileschi fue violada por un bestia y encima la torturaron para comprobar si declaraba la verdad. Por eso pintó “La muerte de Holofernes”, donde dos mujeres descabezan con rabia al prepotente, y en una esquina la sirvienta ayuda a sujetar al bestia, y mira con el resto de todas las humillaciones, y se desdibuja en las tinieblas, que ayudan a la libertad contra las rigideces del día donde mandan los bestias y las manadas.
Clara Peeters tiene una naturaleza muerta en el Mauritshuis de La Haya, no podía poner su firma porque era mujer, pero pintó su nombre en pequeña escala en un cuchillo, para que alguien algún día lo viera. Y en ese cuchillo hay mujeres desnudas, porque en ese silencio ella podía pintar lo que quisiera. Los ruidos de la Historia están llenos de grandilocuencia, pero los silencios dicen lo libre y lo esencial.
Angelika Kaufmann en “Ariadna abandonada por Teseo” plasmó a Ariadna agitada y abandonada en un islote, pero abajo a la derecha puso una caja con joyas sueltas, y en su sombra pintó un bicho con ojos de fuego y la boca de sierra, quizá es un mono lúbrico, quizá es un perro que ha enloquecido, quizá ese ser en silencio nos incita a la locura, a soltar todo lo que se esconde.
Elizabeth Vigée-Lebrun pintó a los importantes de su tiempo, pero sobre todo se pintó a sí misma, y en un famoso retrato con un sombrero de pluma y una paleta esbozó una mano entreabierta y solitaria, que no promete grandes gestos sino un encuentro cálido. Berthe Morisot nos ofrece en el Museo de Orsay de París “La cuna”, evapora las figuras en el instante, capta los visillos y el desamparo del niño, pero en la cama que hay detrás trazó una flor oscura que baila, un ojo negro que vigila , algo que nos exclama su silencio.
Tamara de Lempicka ofrece en el Centro Pompidou de París su “Muchacha con guantes”, con sus pechos angulosos, su vestido verde de metal, pero la mirada bajo la oscuridad del sombrero se silencia con languidez y melancolía, se calla sin que la controlen. Las mujeres de Lempicka se tuercen hacia un lado, miran a las esquinas, se callan para que las palabras no las agarren, igual que ella más allá de la cháchara de su sociedad, se mostraba bisexual, buscaba los coches, se ponía vestidos intensos, se calzaba guantes para que no le controlaran las manos. El sol es estridente, hace ruido, pero sus ojos están en la sombra, su cara se libera en el silencio.
Remedios Varo en “Tránsito en espiral” pinta el castillo interior de Santa Teresa, árboles solitarios habitan los patios vacíos, en lo alto de la torre dos pájaros se poseen con furia, y en la esquina izquierda pone una iglesia con la soledad metafísica de Chirico, y la niebla la envuelve en calidez , y el mar con olas silenciosas la cubre de lirismo. En “Reflejos en la tormenta” de Leonora Carrington un Edipo extraño le suelta predicciones a una pitonisa con rostro de cardo, pero detrás de Edipo una muchacha se asoma a una ventanita, y mira con melancolía sin fin, sabe que los protagonistas hablan demasiado, espera una llamada más allá de las grandes frases.
Frida Kahlo se pinta en “El ciervo del bosque” como un ciervo perseguido, salta a pesar de todas las flechas, y en su oreja casi invisible lleva un pendiente que muestra su ansia de belleza a pesar de la furia de las flechas, su intimidad, su orgullo silencioso. Dorothea Tanning en “Todo es ilusión tal vez” pone formas como flores que se apasionan y no son nada, y sugiere una rosa gris a la izquierda que se deshace en el contorno, se apasiona en silencio, intenta ser, quiere configurarse como queremos todos, se acerca a una sugestión naranja, y al final se diluye, deshace su ilusión rebelde rebelde en el silencio.
Ángeles Santos es una pintora increíble que murió en silencio a los 101 años en 2013, en el Centro Reina Sofía de Madrid vemos “La tertulia”, allí cuatro mujeres desenvueltas en sus asientos fuman, miran desafiantes, leen libros, pero a la derecha una lee un libro sola, nos da la espalda, no nos habla, en su silencio dice su personalidad, su cultura, su lucha.
Las mujeres susurraron muchas veces tantas cosas fascinantes, y no les hicimos caso. Pero como el poder las ignoraba tampoco podía controlarlas en sus rincones. Por eso pusieron tanto saber apasionado en sus rincones. Y especialmente las pintoras susurraron en las esquinas de sus cuadros, fuera del centro aparente del cuadro, el que miraban las personas convencionales, porque su saber íntimo estaba en la esquina silenciosa, como en el cuadro de Sábato en “El túnel”.
ANTONIO COSTA GÓMEZ