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Pensamientos Sobre Trenes
1
Nunca dejo de recordarlas. Aquellas estaciones de tren estaban vivas, palpitantes, sabrosas. Dentro de ellas había un montón de tiendas, de bares, de encuentros, de miradas. Alrededor de ellas bullían las pensiones, los bares de distintas regiones, los restaurantes populares. Gentes de distintas procedencias se mezclaban, se miraban, se agitaban. Llegabas en el tren y llegabas al centro de la ciudad, y una mujer te ofrecía una pensión, un taxi te ofrecía llevarte, un hombre te hablaba de un viaje. Y por todas partes te llegaban olores, sabores, sonidos vivos.
Y ahora las estaciones están a varios kilómetros de las ciudades. Casi nunca tienen bares y si hay algo para comprar está en máquinas muertas e impersonales. No te hablará el camarero con acento de Auvernia o de Asturias, a lo sumo te habla la máquina con el mismo acento frío y sin alma en el mundo entero. Si vas al baño ni puedes beber, y el agua sale caliente a cada tres segundos. Todo es mecánico y muerto. Las estaciones son desoladas y frías. Nadie habla contigo, nada te da nada. Ni siquiera hay carteles, fotos de ciudades, no digamos azulejos o mesas de madera. Todo es funcional, frío y cuantitativo. Hay que ver como progresamos.
Eso sí, las cantidades progresan. El tren llega muchísimo antes, lleva a muchas más personas, tiene una tecnología apabullante. Nadie vivo habla contigo, pero hay una tecnología apabullante. Estás totalmente aislado del exterior, ni sabes por donde vas, hace un calor terrible, o un frío polar, todo de modo artificial, pero eso es un gran progreso. Escuchas a todo el mundo durante horas gritar por el móvil y explicar a alguien como son sus almorranas. Pero eso es un gran progreso. Para qué queremos aquellas estaciones, cuando llegabas al corazón de la ciudad, cuando todo vivía.
2
Te sentabas dentro de un departamento, hablabas con otra gente. Formabas una pequeña familia con ellos durante unas horas. Algunos te contaban su vida, te hablaban de las ciudades a las que ibas. Algún viejo te contaba cosas de la guerra de Cuba. Ahora vas en departamentos fríos y asépticos. Nadie dice nada y todos son solo números.
Si te cansabas ibas al pasillo a meditar o a pasear. Podías bajar la ventanilla y sentir el olor y la brisa del exterior. Te comunicabas con las ventanas, con las casas fugaces. En las estaciones te vendían rosquillas, unos niños te miraban pasar. Ahora las ventanillas no se abren y el mundo no llega hasta ti. Los pueblos no te llegan porque las estaciones están a varios kilómetros de cualquier sitio. Nadie te vende rosquillas.
Había mapas en los pasillos que te indicaban el itinerario, sabías por dónde ibas. Había postales que te llenaban de sugerencias. Podía soñar con cada ciudad. Te daban revistas que te hacían pensar en la vida. Había un restaurante donde apreciabas la vida mientras pasaban paisajes. Ahora no hay bares apenas, a veces una barra en una esquina o una máquina. No hay restaurantes y solo te dan sándwiches industriales. No hay mapas y el empleado mecánico te contesta mecánicamente. Si te equivocaste de fecha te pueden echar del tren, mientras que la empresa puede hacer contigo lo que quiera y nunca pagará por ello.
Había estaciones vibrantes, llenas de restaurante y bares. Sus diseños eran humanos y se comunicaban contigo. Ahora las estacones son frías y heladas y están lejos de las poblaciones. En sus baños sale agua mecánicamente solo durante tres segundos. A menudo no hay donde beber nada y solo máquinas heladas de bebidas.
Pero cuánto progresamos. Oh Dios mío, qué agradecidos estamos a tanto progreso.
3
Veo los trenes de la Primera Guerra Mundial en una serie. Veo los coches de los años veinte en otra serie. Eran mucho más sugerentes, más habitables. Uno sentía deseos de subir a esos trenes, prometían horas de vida. Uno estaba abrigado por detalles, por colores suaves, por decoración humana. Prometían un interior para tu interior.
Ahora todo es eficacia y aridez, velocidad y vacío. Todo muy rápido, muy eficiente y muy frío. Llegamos antes a todo, las líneas son rectas y frías. Pero nos perdemos tanto. Los coches son todos iguales, los trenes cada vez más lisos y áridos. Son muy veloces, pero apenas se puede vivir en ellos. Son más adustos que nuestra tía calvinista. Se cierran herméticamente como latas de conserva. No entra la vida r para nada, la vida es una pura abstracción. Ni siquiera hay postales borrosas de ciudades evocadas como aquellas que había en los trenes antiguos, en los hoteles.
Todo lo actual es mejor según los papanatas (aunque te quemen la casa, aunque gane Trump). Este paisaje de máquinas frías y muertas por todas partes es mejor que aquellos paisajes de robles o de edificios que soñaban decoraciones vegetales. Ese funcionalismo en todo es mejor que aquella estética que trataba de hacer humanas las máquinas. Había máquinas pero las adaptábamos a nosotros, a nuestra respiración.
Ahora solo la eficacia, la rapidez, la cantidad. Muchos viajes, mucha velocidad, muchos sitios. Y todo rápido y abstracto. Pero creemos que lo actual es mejor que todo pasado. Aunque crezca brutalmente la desigualdad económica. Aunque aumente el fascismo. Aunque nos atosigue el puritanismo. Aunque aumenten los inquisidores y las pequeñas hogueras por todas partes. Aunque todos se vuelvan soplones de la Diosa Rigidez. Pero lo actual siempre es mejor que lo pasado, para los papanatas.
Pensamientos Sobre Trenes
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR
Image by David Mark from Pixabay