Pasternak, los trenes ucranianos

Pasternak, los trenes ucranianos

Antonio Costa Gómez
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Pasternak, los trenes ucranianos

     Durante la a Segunda Guerra Mundial, en medio de terrores y miserias, en Moscú sitiada y amenazada, Pasternak escribió “Los trenes matutinos”. La guerra lo amenazaba todo, pero en los trenes de madrugada llegaba la gente a Moscú desde los alrededores a trabajar y a vivir. Y él sentía el encanto de la vida en los pequeños detalles invencibles.  A pesar de la nieve desencadenada iba a Moscú a pasar el día. Salía tan temprano que todo a su alrededor era negro y sus pasos chillaban en el bosque sombrío.  Los álamos se desertaban sorprendidos y los astros tronaban sobre el mundo.

    Primero pasaba el tren postal, el suyo venía poco tiempo después.  Y al subir al tren bebía todos los signos de una vitalidad sencilla y resistente.  No hacía falta mucho, solo sensibilidad de madrugada y saber apreciar las cosas: “Yo reconocía Rusia, / su rostro de trazos sin igual./ Yo observaba maravillado/ a los escolares pegados a su infancia, / las gentes de los suburbios y los campesinos”.  Resistía en su rincón con lirismo y el latido.  Los pasajeros se sentían vivos y dignos a pesar de todo, vivos con toda su vida: “En ellos nada de aquella cautela / que nos da a veces la desgracia, / la incomodidad y las noticias, / soportaban aquello como señores”.  Soportaban aquello con toda la dignidad que tenían, sin pensar en Albert Camus, y estaban vivos en cada instante, con generosidad y belleza a pesar de todo.

    Los rusos llaman a la segunda guerra mundial la gran guerra patria, pero afectó al mundo entero. Rusia era bella a pesar de todo, y también lo era Alemania pese a todo, y Londres bajo las bombas, y muchos rincones del mundo.  Pero Pasternak sabía apreciarlo y lo veía como un tesoro.  Observaba el embrujo, el encanto del mundo, el aura, que ya no existe según  Max Weber, y que tanta tecnología absolutista nos quiere robar, al pretender que todo es meramente mecánico. Él veía que la vida no es mecánica, y bajo la tecnología de las bombas sigue el encanto del mundo, que no se fabrica..Y el de las personas, que mucho menos se fabrica.  Y experimentaba lo que experimentó en su otro gran libro “Mi hermana la vida”. Y en el rincón del tren iba “Más allá de las barreras”, como dice en otro libro cuyo título molestó tanto a los redactores escolásticos de la Enciclopedia Soviética.

     Todo lo veía Pasternak en aquellos trenes de madrugada: “En toda clase de actitudes, / como en un camión, mal instalados,/  todos leían, sin lasitud,/ a grandes rasgos, como embrujados”.  Todos leían, seguían con su vida digna y libre. Y misteriosa, no fabricada y controlada. Y eran irreductiblemente humanos. Y con todo eso resistían, como Sábato en sus madrugadas insensatas de Buenos Aires, las invasiones, la artillería, los discursos sobre que ellos no existían o no valían. En esos trenes matutinos recuperaban el vivir y el  encanto de la vida. Y solo eso hace que valga la pena vivirla.  Recuperaban bajo la simplificación invasora y la  tecnología el sabor sencillo e intenso de nuestro planeta: “Los niños lanzaban al paisaje / efluvios de jabón fresco, / olores de cerezas salvajes. / de pan de especias y certezas de miel”.

    Y ahora Pasternak sentiría lo mismo como un ucraniano viajando en los trenes de Ucrania.  Si viajaba hacia Kamyanets-Podilski la ciudad de las torres soñadas. Si atravesaba los Cárpatos hacia Chernitvski donde nació Paul Celan en cuyos poemas la rosa no era de nadie. Si subía hacia Robno, de donde eran los padres de Alejandra Pizarnki. Si pasaba la noche en un tren hacia Odesa donde Isaac Babel escribía sus relatos sobre judíos raros chorreantes de vida. Si se dirigía a Leópolis, hacia el hotel George donde Balzac se preparaba para visitar a su novia la condesa Hanskka. Sentiría el encanto de la vida y los abedules sobre la nieve como resistencia al imperialismo y las bombas. Y sentiría que Ucrania existe aunque Putin diga que no. Aunque rusos sin Chejov bombardeen las estaciones.

Antonio Costa Gómez     Foto: Consuelo de Arco

 

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